Introducción
Hacia fines del siglo XIX la danza académica dominaba completamente el panorama de la danza occidental. Las academias y escuelas con sede en París,
Londres, Milán, Copenhague, San Petersburgo o Moscú, habían establecido los fundamentos de la danza d´école y dictaban las reglas, sin embargo, el
desgaste de la imagen totalizadora y unitaria que ofrecía esta tradición y la necesidad de responder a nuevas preferencias expresivas impulsaron una
renovación profunda del vocabulario poético provocando la primera gran crisis de aquella danza generada a partir de las consignas establecidas por el
neoclasicismo y el movimiento romántico: se anunciaba el fin de una etapa gobernada por un pensamiento único. En un contexto histórico extremadamente
complejo, la actividad artística incorporó otros centros de producción artística: Alemania y Estados Unidos.
Desde principios de siglo, aparecieron en la danza indicios de lo que más tarde serían tendencias claramente diferenciadas. Las mismas reflejaron la
angustia vital que amenazaba al hombre y mostraron una gran obstinación en demoler los cimientos académicos generados por el modelo instalado por la
academia francesa sobre el que se había edificado toda la arquitectura de la danza artística occidental.
Si bien las producciones y las nuevas propuestas estéticas sucedidas entre 1890 y 1914 no llegaron a configurar un movimiento unificado,
las mismas compartieron una similar percepción de agotamiento ante los mandatos de un academicismo imposibilitado de representar la nueva escena que la
vida moderna imponía. Frente a la necesidad de alejamiento de las normas establecidas, las tendencias emergentes intentaron un nuevo comienzo rechazando
cualquier mandato estético, especialmente los provenientes de los programas artísticos derivados del racionalismo y del neoclasicismo mientras que en el
ámbito académico se optó por una revisión de las estructuras coreográficas y de los problemas relacionados con la representación y la expresión.
Esta necesidad de cambio fue acompañada por un sentimiento nostálgico expresado en un imaginario que hundía sus raíces en las fuentes primarias de la
reflexión romántica y estaba marcada por profundas contradicciones e inquietudes. Su forma expresiva necesitó de la reanimación de categorías románticas
que ahora se vestían con un nuevo ropaje.
Los primeros movimientos artísticos renovadores adoptaron diversos nombres: danza libre, precursores, danza de los pies descalzos, danza absoluta y algunos
más, lo cual demostraba que las antiguas categorías ya no podían identificar con facilidad el nuevo ideario estético así como tampoco podían abarcar las
manifestaciones de una cultura corporal inédita. Las denominaciones adoptadas intentaban dar cuenta de los recientes imperativos artísticos presentes en la
órbita de una danza que comenzaba a formar parte del entorno moderno y de sus contradicciones evidenciando un quiebre con el pasado y mostrando el comienzo
de un proceso de experimentación. Aún sin poder formular una estética unificada o un programa artístico explícito, los diversos creadores sacudieron
profundamente los cimientos de la tradición académica, por este motivo estas tendencias fueron consideradas como precursoras de las futuras opciones
estéticas a las que se les dio el nombre de danza moderna.
El nuevo ideario estético estaba alimentado por algunas preocupaciones propias del fin de siglo XIX: la enajenación del individuo moderno, la desconfianza
en el poder de la razón, el sentimiento de desasosiego provocado por el sin sentido de la vida, la atomización de los individuos, el avance de una
tecnología que iba a ponerse a prueba en un conflicto bélico, la mecanización de la existencia y especialmente el paisaje sombrío ofrecido por la Gran
Ciudad como espacio de despersonalización, tales fueron los diferentes motivos de la angustia que asediaba a los artistas de fines del siglo XIX.
En consecuencia, no es extraño que en esta trama ideológica y ante los síntomas de un enorme malestar cultural, se fueran gestando diferentes reacciones.
Muy especialmente en la danza alemana se instaló un sentimiento desgarrado, reflejo del desamparo frente a un futuro incierto mientras que en otras
manifestaciones podía apreciarse un sentimiento religioso que intentaba restaurar el vínculo entre el hombre y Dios. Pero en casi todos los precursores, ya
fueran provenientes del ámbito estadounidense o del europeo se dio un sentimiento evasivo y una cierta fascinación producida por el reconocimiento de los
impulsos irracionales que ocupaban el alma humana y por la búsqueda de aquello recóndito que habitaba en todo lo creado.
A diferencia de estas nuevas orientaciones, los artistas provenientes del ámbito balletístico, aunque también reconocían el agotamiento de ciertas formas
del pasado, se acercaron más a la reflexión y revisión crítica de los presupuestos de la danza académica sin subvertirla del todo. Fue así como surgió lo
que luego fue conocido como ballet moderno. Debemos señalar que este término no abarcó a todo el ballet sino que fue utilizado para nombrar aquel
sector de la producción que incorporó modificaciones en las estructuras coreográficas, en las temáticas abordadas y modificó la forma de relación de las
diferentes artes en la escena. Este tipo de transformaciones, si bien protagonizadas por artistas rusos, fueron desarrolladas en dos geografías muy
diferentes: por un lado, dentro de la escena francesa compartiendo espacio con las nuevas teorías de las vanguardias históricas y, por otro, en la misma
Rusia, después de la Revolución de 1917. Quizás lo más importante de los cambios producidos haya sido el surgimiento de una novedosa división: el término
"ballet" comenzó a designar solo una parte de toda el área de la "danza"; la otra parte fue, en la década del 20, nombrada como "danza moderna", para
diferenciarse del primero.
Resumiendo: las tendencias protagonistas de la última década del siglo XIX y la primera del XX fueron portadoras de un gran valor germinal cuya explosiva
fuerza liberadora abrió un camino nuevo frente a la opresión de premisas hasta entonces aceptadas sin discusión.
Danza libre, nuevo ideario estético
En este primer período, las tendencias reformadoras de la tradición académica y los nuevos intentos transgresores de la misma interpretaron en diferentes
direcciones el modelo expresivo proveniente de las conferencias delsartianas. Tanto el ballet moderno como la danza moderna problematizaron el término expresión, el cual fue incorporado de manera enigmática y definitiva como una nueva preocupación estética. Así, la palabra expresión en
toda su extensión y potencia empezó a jugar un rol desconocido combinándose con las revolucionarias actitudes hacia el cuerpo impulsadas por el proyecto
cultural moderno.
Por un lado, los artistas influenciados por la formulación cultural y teórica de una filosofía vitalista cuyo centro fue Alemania, intentaban develar las
fuerzas ocultas en el hombre y en la naturaleza. El deseo de descubrir aquello inasible que se escondía bajo las facetas de lo real vinculaba las nuevas
tendencias con el rechazo a todo racionalismo y al mecanicismo cartesiano lo cual devino en una adhesión incondicional a una expresividad que, además de
rechazar toda técnica opresiva, entendía el cuerpo como un alfabeto enciclopédico que nos permitía ascender de nuestro mundo fenoménico al conjunto de las
armonías creadas. En este punto podemos conectar este ideario con lo ya establecido por Delsarte en el siglo anterior:
El hombre lleva en su cuerpo, como en su sustancia, la augusta huella [empreinte] de su triple causalidad, él es entonces una trinidad al servicio
de la cual funcionan tres aparatos cuyos grupos de agentes y productos relativos constatan tres estados, y engendran, bajo el imperio de una triplicidad de
fenómenos, actos y relaciones, tres lenguajes que hay que estudiar en su igualdad de equilibrio o en su predominancia sucesiva. (Delsarte, François. Le compendium» n Porte, Alain, 1992 :106)
En la creencia de que en el mundo interior del artista latía la verdadera esencia de lo real se continuaba el rumbo trazado por Delsarte y su consecuencia
inevitable fue entender la fuerza expresiva como un derivado del carácter intensificador y variable de los estados emocionales, única fuente desde donde,
desde ese momento, se nutriría la danza. La nueva sensibilidad, consecuencia tardía de los programas filosóficos y estéticos de la teoría romántica,
fundaba la poética de la danza en la Naturaleza que como fuerza creadora recorría todo lo existente, por consiguiente, también habitaba en el alma del
artista. Cerca de las ideas de Friedrich Schiller (1759-1805), esta espiritualidad naturalista se refería a la Natura Naturans, a la naturaleza
como fuerza creadora, como Sustancia Infinita, unidad vivificadora en contradicción con la naturaleza cartesiana concebida como "res extensa": Para las
nuevas tendencias todos los objetos de la creación llevaban en el fondo de su organismo, los caracteres de una enseñanza trascendental.
Este principio tenía algún contacto con la ontología inaugurada por Delsarte quien, en 1871, en su texto Notre Méthode, había escrito:
[.] todos los objetos de la creación llevan indistintamente en el fondo de su organismo, los caracteres de una enseñanza trascendental. Por eso,
quienquiera que sepa ver y comprender esos caracteres encontrará en cada fenómeno de la naturaleza una lección luminosa, y por poco que examine
su propio cuerpo, por poco que sepa interrogarlo, extraerá de sus potencias constitutivas, el criterio infalible de las ciencias. Pues el cuerpo del
hombre, ese diamante de la creación, es el alfabeto universal de la enciclopedia del mundo
. (cit. en Porte, Alain, 1992:25)
Esta nueva manera de entender la danza contradecía la concepción del hombre como alguien separado de la Naturaleza, rompía con la idea de una Naturaleza
exteriorizada, enajenada, de la que el hombre había sido expulsado, o "bien se había auto expulsado, sintiéndose como un náufrago errante en su seno"
(Argullol 2006:19).
En este irracionalismo romántico latía el concepto burkeano de lo sublime porque el artista anhelaba sentir sobre sí el destello de lo absoluto presente,
muchas veces, en ese impulso aparentemente ajeno al que llamaba inspiración, impulso que se cerraba ante cualquier intento reflexivo.
Furioso, una bacanal, el grito de deseo de esta criatura abandonada a los elementos desencadenados -una experiencia vivida en el éxtasis de otros tiempos,
en la cima de una montaña- y ahora recreada, ardiendo, transformada por el fenómeno de la creación en una imagen alegórica: una lanza de fuego, el canto de
la tempestad. (Wigman, 2002:61)
El texto citado recuerda El monje contemplando el mar, pintura de Caspar David Friederich (1774-1840) realizada entre 1808 y 1809, en donde la
oscura silueta del hombre como "criatura abandonada" contemplaba absorto el mar que se abría a sus pies "como un fruto dulce y amargo". (Argullol 2006:13).
Wigman como ese ser solitario revelaba una nueva forma de entender la creación. La danza intentaba poner de manifiesto ese sustrato universal, común a
todos los seres humanos de todos los tiempos y lugares, constituido por símbolos primordiales que estaban más allá de la razón. Wigman frente a "los
elementos desencadenados" era como "el monje de Friederich" que "sufría su minimización en la inmensidad crepuscular". (Argullol 2006:15).
El monje contemplando el mar, Caspar D. Friedrich
En consecuencia, en la danza libre se reeditaba tanto el concepto de lo sublime que ahora debía surgir desde el movimiento puro, idéntico al que
recorría todos los fenómenos naturales, incluido el cuerpo humano. Esta forma de entender la expresión en conjunción con la creencia en una
naturaleza espiritualizada o una "espiritualidad naturalista", no estaba exenta de una cierta ingenuidad que, muchas veces, derivaba en un inocente
pintoresquismo: "Una pequeña melodía me vino entonces a la memoria. La había oído tocar por un pastor en su caramillo, en un altiplano de los Pirineos. Se
quedó en mi memoria y resonaba en mis oídos cuando comenzaba la coreografía de Pastoral. De hecho se convirtió en el "Leivmotiv" de la danza".
(Wigman 2002:52)
En el intento de experimentar ese movimiento que animaba todo lo creado (el alma del mundo), el artista establecía una íntima conexión con su mundo
interior donde se re-encontraba con las potencias ontológicas que conformaban el mundo fenoménico: la danza auténtica solo debía basarse en una expresión
espiritual. Isadora Duncan, haciendo referencia al plexo solar como "centro" del cual surge el movimiento decía:
Busqué la fuente de la expresión espiritual, el fluir dentro de los canales del cuerpo colmándolo con luz vibrante; la fuerza centrífuga
reflejando la visión del espíritu. Después de muchos meses, cuando aprendí a concentrar toda mi fuerza en este único Centro me di cuenta que, de ahí en
más, cuando escuchaba la música los rayos y vibraciones de la música brotaban de esta única fuente de luz dentro mío; allí se reflejaban en una Visión
Espiritual, no en el espejo de la mente; sino en el alma, y desde esta visión, podía expresarlos en la danza. Muchas veces he tratado de explicar a los
artistas esta teoría básica de mi Arte. (Roseman, 2004: 79)
Isadora estaba ubicando el centro del movimiento en el torso. El torso era para Delsarte una parte de lo que él llamaba "aparato dinámico", el que a su vez
estaba constituido por tres agentes: miembros, torso y cabeza. Los miembros eran la parte vital, la cabeza la parte intelectual y el torso estaba conectado
con el alma, es decir, con los estados anímicos. Estos agentes eran en el sistema delsartiano el medio expresivo del gesto.
El torso, donde estaba ubicado el plexo solar (motor de movimiento para Isadora) era la realización orgánica del Alma, una de las tres potencias
que Delsarte había definido como potencias ontológicas (Vida, Alma y Espíritu). De este modo, re-aparecía el pensamiento delsartiano al mismo tiempo que se
desplazaba la palabra, "[.] la pantomima nunca me ha parecido un arte. El movimiento es una expresión emotiva y lírica, que no tiene nada que ver con las
palabras" (Duncan, 1927:32) "primero se debe hablar, después cantar, después bailar. Pero quien habla es el cerebro, el hombre pensante. Quien canta es la
emoción. La danza es el éxtasis dionisíaco que todo lo arrastra." (cit. en Sánchez, 2003: 178) A pesar de la cercanía con el esquema trazado por Delsarte
en el Compendium, abría que establecer también diferencias fundamentales con el mismo ya que estos artistas no intentaban articular ni organizar
de modo sistemático las potencias ontológicas del hombre y sus realizaciones orgánicas, como pretendía Delsarte, tampoco
querían instalar principios que tutelaran la interpretación en las artes.
La expresión de esta espiritualidad relacionada con la fuerza originaria de la Naturaleza iba en contra de la posibilidad de reproducir obras o movimientos
pre-determinados, en consecuencia, no era posible la existencia de un canon académico. Hasta este momento, los modos de producción de una obra coreográfica
incluían la posibilidad de su futura reproducción, aunque frecuentemente se introdujeran variantes en la misma. Esta búsqueda indicaba la imposibilidad de
la existencia de un "repertorio". En consecuencia, no era posible la "reproducción" lo cual era algo novedoso. Los movimientos gestados desde la emoción
del creador no podían trasladarse, por principio, de un cuerpo a otro, recordemos que hasta este momento los bailarines aprendían los pasajes coreográficos
"copiando" movimientos ya creados. La consecuencia directa fue la aparición de la danza solista surgida del mundo espiritual del creador donde se expresaba
su relación con el impulso vital de la Naturaleza.
Pasaba días y noches en el estudio, buscando aquella danza que pudiera ser la divina expresión del espíritu humano a través del movimiento corporal.
Permanecía horas y horas inmóvil y extática con las dos manos cruzadas sobre mis senos, cubriendo el plexo solar [.] Al cabo de muchos meses, cuando había
aprendido ya a reunir todas mis fuerzas en ese centro, me di cuenta de que, según escuchaba yo la música, las vibraciones de esta música afluían al
manantial único de luz que había dentro de mí, y que en este manantial se reflejaban en una visión espiritual. No era un espejo del cerebro, sino del alma
[.] (Duncan, 1968:66-67)
Indubitablemente, de lo dicho se desprende que el uso de la improvisación fue condición de posibilidad para la creación de una danza fundada en esta
expresión espiritualista, lo cual señalaba no solo el rechazo de la repetición sino también la necesidad de provocar una nueva forma de recepción en el
espectador. El objetivo era recuperar el "aquí y ahora", dicho de otro modo "la unicidad de su existencia" (Benjamin 2010:13), lo cual no sólo dejaba
intacta la existencia irrepetible de cada movimiento, su verdad, sino también era un modo de abandonar los programas artísticos del pasado.
El comentario de Ruth St. Denis sobre Isadora reflejaba el carácter religioso que adquiría el término "improvisación" ya que ésta supuestamente provenía
del "espíritu de la divinidad".
En 1930, vi bailar a Isadora en América y en Roma.[1] Vi a Isadora y a las Isadorables. Las luces,
focalizadas en el centro del escenario, fueron aumentando cuando ella se paró en esta luz. Levantó su cabeza como si estuviera adorando al sol, sus manos
al costado del cuerpo cubierto con su túnica griega. El pianista hizo una pausa, luego ella hizo una pausa. [.] Ella invocó el espíritu de la danza y se
colocó bajo el espíritu de la Divinidad. Se ofreció. Comenzó a mecerse y el verdadero ritmo emergió de su interior. Se elevó desde el plexo solar, luego
giró su cabeza, fue hermoso. Era un ser sublime mientras bailaba. Ella enaltecía las simplicidades del alma del ser humano. Cada bailarín conscientemente
divino tiene una coordinación interna del ritmo y de las energías; todo lo no visible emergiendo a la superficie era el espectáculo de su danza. Ella
representaba "la danza" más que yo. (Roseman, 2004: 105-106)
La danza había pasado progresivamente a ser resultado de una iluminación visionaria, de un acto de inspiración, o bien, una manifestación de los impulsos
psíquicos ajenos a los dictados de la conciencia. Si la tradición académica había desarrollado un vocabulario a partir de un trabajo metódico y riguroso
sobre las posibilidades técnicas corporales ahora la danza debía ser un médium que reflejara la íntima conexión entre el microcosmos humano y su
correspondencia con el macrocosmos divino porque en el hombre se reproducían la totalidad de las potencias divinas.
He presentado más de una vez Sacrificio y siempre tuve un poco de miedo a esta última danza. [.] Un día sucedió que el telón imaginario que hasta
entonces separaba la creación de la danza de su realidad se desgarró. Cuando me preparaba para el estreno [.] de repente sentí y supe con una vehemencia
que me sofocaba "¡tú has conocido esto ya en otra parte!". Y como en un resplandor, encontré las márgenes de este fenómeno natural que me habían embrujado
sin que me diera cuenta. (Wigman, 2002:65)
El término expresión aparecía así como la manifestación de un estado de éxtasis, lo cual, junto con la creencia en la inspiración como origen de
la danza, dio a los protagonistas de este momento estatuto de casta sacerdotal. Las inclinaciones místicas se vieron alimentadas por la aparición de todo
tipo de credos construidos a partir de una visión del pasado mediatizada por los movimientos teosóficos, ocultistas y orientalistas en consonancia con la
reaparición de ideas metafísicas, con el florecimiento de fraternidades y logias (como la legendaria orden secreta rosacruz) y con la difusión de los
estudios sobre cábala, misticismo y alquimia que hundían sus raíces en la tradición hermética neoplatónica renacentista. La trasmisión de las obras del
filósofo austriaco Rudolf Steiner (1861-1925), fundador de la Antroposofía, la divulgación de la "gimnasia sagrada" de George Gurdieff (1866-1949) y la
circulación de las ideas de Helena Blavatsky (1831- 1891), figura central de la Sociedad Teosófica, fueron parte del ideario estético de la danza libre.
El cuerpo pasó así a tener un sentido sagrado y altamente simbólico transformado en un canal dinámico para alcanzar una realidad superior, era una materia
sensible que debía ser necesariamente reinterpretada ya que la danza era una oración, un acto de recogimiento compartido con la audiencia para elevarse
colectivamente a otro estado de conciencia. La danza era para Isadora "[.] la expresión del cuerpo que refleja el alma en éxtasis." (cit. en Sánchez,
2003:129). En lo expuesto reaparecían los principios delsartianos y sus antecedentes en el ocultismo de mediados del siglo XIX.
La danza como "credo posromántico"
Generalmente se mencionan los nombres de dos estadounidenses, Isadora Duncan (1877-1927) y Ruth St. Denis (1879-1968) a los que se suman los nombres de los
artistas alemanes Mary Wigman (1886-1973) y Rudolf Von Laban como quienes mejor encarnaron, en la etapa a la que estamos haciendo referencia, todos
aquellos impulsos irresistibles hacia la embriaguez dionisíaca y al éxtasis.
Isadora había llegado a París en 1900. En un principio, su búsqueda expresiva estuvo guiada por una mezcla de espiritualidad cristiana y una curiosidad por
el arte de la antigua Grecia. Sus fuentes fueron textos sobre la música y teatro griegos a los que tuvo acceso en diferentes bibliotecas de París y
Londres, además realizó un viaje a Grecia con el objeto de hacer una "peregrinación al sacrosanto altar del arte" (Schmidt, 2001:115). El nombre de su
primera coreografía, de la que se tiene algún registro escrito, provenía de de la mitología griega: Orpheus, realizada en 1902.
La espiritualidad de sus danzas junto con los sentimientos de fervor casi religioso que despertaba su persona hicieron que el público alemán la llamara " die göttliche, heilige Isadora (la divina y santa Isadora). (Duncan, 1968: 100). En "El Partenón", texto escrito en 1903 o 1904, relataba
su experiencia devota ante la colosal arquitectura de templo griego del mismo nombre:
Los primeros días que estuve allí mi cuerpo era como una nada y mi alma estaba dispersa; pero gradualmente, ante la apelación de la gran voz interior del
Templo, volvieron a su adoración las diferentes partes de mi ser: primero vino mi alma y contempló las columnas dóricas; entonces vino mi cuerpo y miró;
pero en ambos había silencio y calma, y yo no me atrevía a moverme, porque advertía que de todos los movimientos que mi cuerpo había hecho ninguno merecía
ser hecho ante un templo dórico. (cit. en Sánchez, 2003:66-67)
Frente al Partenón llamó a su danza una plegaria, pero en su "credo" se mezclaban Sátiros, Ninfas, las sombras de las Bacantes pero también la cadencia
rítmica de las columnas dóricas del Partenón.
El viaje a Grecia era ir a encontrarse con el auténtico origen de la Belleza aunque, todas las "grecias" que los artistas de la danza vislumbraban eran un
encuentro con un Olimpo imaginario y una religiosidad ilusoria o, quizás hayan funcionado como una necesidad de legitimación ya que, como Winckelmann había
establecido "el único modo en que podemos volvernos grandes y, si es posible, inimitables, es la emulación de los griegos" (Assunto 1990:27).
Isadora Duncan en Ifigenia en Táuride (1903)
En un célebre diálogo con el dramaturgo estadounidense Agustín Daly (1838-1899), se auto proclamó "descubridora" de aquella espiritualidad perdida:
[.]Yo he descubierto la danza. He descubierto un arte que ha estado perdido durante dos mil años. Usted es un artista supremo del teatro; pero hay una cosa
que falta en su teatro, una cosa que dio grandeza al viejo teatro griego; el arte de la danza, el coro trágico. Sin este arte, un teatro es como una cabeza
y un cuerpo sin piernas para conducirlos. Yo le traigo a Usted la danza. Le traigo a Usted la idea que va a revolucionar a toda nuestra época. Que ¿dónde
la he descubierto? En el Océano Pacífico, entre los pinos de Sierra Nevada. He visto la figura de la joven América danzando en la cumbre de una roca. El
supremo poeta de nuestro país es Walt Whitman. Crearé para los hijos de América una danza que será la expresión de América. Traigo a su teatro el alma
vital de la cual carece, el alma del bailarín. Porque Usted sabe que la cuna del teatro fue la danza, que el primer actor fue el bailarín. Danzaba y
cantaba. Era la iniciación de la tragedia, y hasta que el bailarín no vuelva, con todo en su gran arte espontáneo, al teatro, vuestro teatro no vivirá en
su verdadera expresión. (Duncan: 1968, p.30)
En este texto Isadora sintetizaba todo el imaginario duncaniano, una mezcla de glorificación del coro trágico con la dimensión espiritual y purificadora de
la naturaleza, la necesidad de construcción de una épica americana y su auto-proclamación como genio-guía que trae una nueva visión a este arte.
Su anhelo de extraer lo eterno de lo temporal obteniendo de la danza de un tiempo pasado una lección para la danza futura, quedó visiblemente expresado en
una de sus conferencias publicada en Leipzig, en 1903, con el título "La danza del futuro". Allí afirmaba que "si indagamos en el verdadero origen de la
danza, si vamos a la naturaleza, encontramos que la danza del futuro es la danza del pasado, la danza de la eternidad, y ha sido y siempre será la misma"
(cit. En Sánchez, 2003: 55).
A las danzas inspiradas en el mundo "griego", se sumaron las que intentaban hacer visible "el espíritu" de la música, formato que más tarde fue denominado
"visualización musical". El repertorio se amplió hasta incluir temas provenientes de la fe cristiana. Así, en 1914, en su paso por Nueva York, interpretó
el rol de la Virgen en Ave María, coreografía realizada con la música del Ave María de Franz Schubert (1797-1828). Un año después incluyó
en la obra la lectura de salmos y de partes de la Biblia. Un crítico del periódico Boston Transcript describió el espectáculo de esta manera:"Sus
actuaciones son enfermizas [.] una mezcla descorazonadora y amateur de música y literatura recitada de la Biblia y de otras fuentes igualmente inadecuadas
para este propósito". Mientras que el New York Times escribió su comentario con el siguiente subtítulo: "Sinfonía acude en ayuda de bailarines: las alumnas
de Isadora Duncan se presentan con la Orquesta de Nueva York." (Roseman, 2004:1986: 63). En esta crítica, la danza solo era mencionada tangencialmente.
Irma Duncan, una de sus alumnas participantes en aquella producción la describió en sus memorias del siguiente modo: "El programa tenía un carácter
religioso, comenzaba con un réquiem seguido de la presentación de Isadora con la música del Ave María de Schubert. Su magnetismo no había
disminuido con los años, pero sus alumnas más experimentadas hacían la mayor parte de la danza." (Duncan, 1966: 216, cit. Roseman, 64)
En 1915, en homenaje a la libertad, bailó La Marsellesa, en el teatro Trocadero de París y, en 1917, bailó la Marcha Eslava, con música
de Pyotr Ilyich Tchaikovsky (1840-1893) "en el Gran Teatro de Ópera para un público de comunistas" (Sánchez, 2003:144). Isadora estuvo en Rusia en los
momentos posteriores a la revolución de 1917, el impacto de la Revolución hizo que Isadora dedicara su danza no solo a la defensa de la libertad creadora
sino también a la lucha libertaria de los pueblos sometidos. En 1905, había realizado la primera de sus tres giras por Rusia en coincidencia con el
fusilamiento de campesinos ocurrido en la movilización pacífica de 1905, precedente y referente de la revolución de 1917. Después de sus recitales sobre
preludios y polonesas de Chopin, la "elite" reunida en la Sala de los Nobles, en San Petersburgo, la agasajó "en un palco lleno de flores y de bombones [.]
debí parecer muy rara en aquella asamblea constituida por toda la aristocracia y toda la riqueza de San Petersburgo." (Duncan, 1938:138).
Un párrafo aparte merece su presentación en Buenos Aires el 12 de julio de 1916, en el Teatro Coliseo. Un día antes del segundo concierto fue con un grupo
de amigos a un club nocturno y bailó el himno nacional. Al día siguiente el gerente del Coliseo adujo que ella había faltado al contrato al ofrecer esa
actuación imprevista y amenazó con anular el próximo concierto. Finalmente, el gerente volvió atrás su decisión. Isadora quería dedicar a Wagner su tercer
programa y su director musical, que era francés, se negó a cooperar porque consideró que provocaría problemas si, en tiempo de guerra, participaba en un
programa con obras de un compositor alemán. El programa wagneriano se hizo, de todas maneras, lo cual alejó a muchos de sus admiradores, del mismo modo,
los pro alemanes se habían visto afectados por su interpretación de La Marsellesa. La recepción no fue entusiasta. El público porteño estaba
acostumbrado al ballet, aun en sus formas renovadoras; Vaslav Nijinsky con los Ballets Russes se habían presentado en el Teatro Colón tres años antes.
Durante el concierto, algunos de los espectadores comenzaron a hablar en voz alta. Isadora dejó entonces de bailar y se dirigió a ellos diciendo que ya le
habían advertido que los sudamericanos no entendían nada de arte, a lo cual agregó: " Vous n'êtes que de Négres" ("no son más que
negros"). Este acontecimiento determinó que el administrador cancelara las funciones restantes. (Falcoff, 2002)
Hacia el final de su vida, la cercanía con el cristianismo se volvió evidente. En "La danza en relación con la religión y el amor", ensayo escrito en 1927
para Theatre Arts Monthly, Isadora afirmaba: "Desde los días más tempranos de la civilización del hombre, desde el primer templo que éste
construyó, siempre ha habido un dios, una figura central en el templo. La pose de este dios es también expresión de su ser y puede denominarse danza."
(Sánchez, 2003:160).
Otra de las figuras habitualmente considerada como precursora de la futura danza moderna fue Ruth St. Denis quien, a diferencia de Isadora, residía en
Estados Unidos. Ambas habían compartido algún pasado común: una y otra habían actuado en obras de vaudeville, habían tenido alguna relación con el ballet,
conocían las ideas de Delsarte, pero quizás lo más importante sea el hecho de que tanto una como otra manifestaron la necesidad de evasión materializada en
la huida a "paraísos imaginarios". Una y otra profesaron una danza fuertemente vinculada a creencias religiosas. Las visiones idealizadas estuvieron
presentes en la alusión permanente a otros mundos, fueran éstos "griegos", "greco-romanos" u "orientales". La religiosidad que inundaba sus obras, más
claramente cristiana en Isadora, y difusamente "oriental" en Ruth, quizás haya sido los últimos intentos de resistencia ante una danza que avanzaba hacia
la secularización.
Como homenaje a su nostalgia por la Grecia perdida, Isadora usaba una túnica, en cambio, obedeciendo a sus fantasías sobre la lejana e inalcanzable India,
Ruth usaba un sari. Su verdadero nombre era Ruth Dennis, fue conocida en un principio con el seudónimo Radha, nombre de una diosa que
personificaba en uno de sus solos. Finalmente, su nombre definitivo fue su propio apellido, con una sola n y antecedido por el beatico St.
(Santa). "Santa" Ruth, admitió haber experimentado revelaciones místicas y ser seguidora de Mary Baker Eddy (1821-1910), reformadora norteamericana,
fundadora de la Primera Iglesia Científica de Cristo. "Mis estudios sobre literatura hinduista y budista dieron origen a Radha, [.] primer gesto
hacia el uso de la danza como un medio de expresión espiritual. Una realización espiritual tal [.] provino, en parte, del estudio de la Ciencia del Ser,
tal como Mary Baker Eddy la revelara."(Roseman, 2004: 89)
Ruth St. Denis como Rhada (1905)
En Radha se mezclaba un insólito exotismo con un extraño misticismo en el que se combinaban imágenes quiméricas y romantizadas de Asia y el Medio
Oriente, posiblemente producto de las visiones coloniales procedentes de la expansión imperialista de los países europeos a los que ahora se agregaba
Estados Unidos, aunque seguramente St. Denis desconocía el contexto que operaba como fondo de sus iluminaciones exóticas.
Particularmente, durante la primera década del siglo XX, tanto Europa como Estados Unidos estaban saturados con experiencias de todo lo que fuera oriental.
Cientos de libros sobre temas orientales inundaban las librerías. En St. Denis este exotismo devino en un género en el que los ritmos, las melodías y los
movimientos buscaban la evocación de la atmósfera de tierras o épocas lejanas fueran éstos Japón, India o Egipto.
St. Denis, al igual que Isadora, realizó numerosas danzas en honor a la Virgen María representándola como diosa cristiana. Su deseo era transformarse en María, integrando los elementos espirituales de la virgen dentro de un cuerpo real y, de este modo, reunir cuerpo y espíritu
reconciliándolos y devolviendo al cuerpo su integridad. St. Denis había escrito un poema nunca publicado, titulado "La visión del templo," donde expresaba
la dimensión mística que la danza poseía.
Visión del Templo / Girando! Girando! / En la Danza Divina del Éxtasis /Nuestros brazos como los cien pétalos de un loto /De ti ley perfecta.
Desplegándose, desenvolviéndose, zigzagueando, ondulando, / En las horas doradas de la felicidad del nirvana / Danzando, danzando, en los incesantes ritmos
de las estrellas / Girando en los espacios azul celeste del alma.
Mary Wigman, residente en Alemania, también fue apodada con un nombre sagrado: "la profetisa de la danza". La casta sacerdotal incluía a Rudolf Von Laban.
Wigman, al referirse a su maestro Laban dijo: "Hoy quisiera arrodillarme ante él y agradecerle por lo que significó para mí y por lo que me dio." (Roger
Copeland y Marshall Cohen, 1983: 305) La mayor actividad artística y pedagógica de Wigman y Laban tuvo lugar en el período comprendido entre las guerras.
En el período al que nos estamos refiriendo, Laban participó de la comunidad del Monte Veritá, en Ascona y Asconesische Tanzform fue el nombre que
Laban dio a las danzas allí practicadas. Ambos, Wigman y Laban, formaron parte de dicha comunidad entre 1913 y 1914. En este lapso Wigman también pasó por
la comunidad creada en la ciudad-jardín de Hellerau, cerca de Dresden, donde estuvo en contacto con la gimnasia rítmica de Emile Jacques Dalcroze.
Wigman, se sentía atraída por la naturaleza e interpretaba el paisaje de Ascona bailando y ofreciendo sus danzas a las montañas, evocando el paisajismo
romántico en el cual se hallaba presente esa doble faz manifestada en un "deseo de retorno" a la Naturaleza y la conciencia de la fatal lejanía que ese
deseo incluye. Su debut coreográfico fue en 1914 con dos obras: Hexentanz (Danza de la Bruja I) y Lento, fueron sus primeros
solos, ambos en silencio. Hexentanz, se relacionaba con el espíritu demoníaco de la Tierra, con la recuperación de su fuerza primitiva, donde la
intérprete, convirtiéndose en una posesa, mitad humana, mitad animal, era parte de ese irracionalismo expresivo que recorría la danza y reactualizaba el
concepto de lo sublime, esta vez, deslizado hacia lo monstruoso encarnado en lo real.
Lo que aunaba a estos creadores era la mutación de la danza representacional en una danza expresiva de la fuerza irracional que recorría todo lo creado y
que hacía del cuerpo un medio de redención.
Bibliografía
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SANCHEZ, José (Ed.), (2003) El arte de la danza y otros escritos. AKAL, Madrid, España.
WIGMAN, Mary (2002) El lenguaje de la danza. Ediciones El aguazul. Buenos Aires, Argentina.
[1]
St, Denis confunde las fechas porque Duncan murió n 1927. Esta entrevista fue realizada cuando Ruth tenía ochenta años, seguramente, no podía
recordar las fechas con precisión.