Esa clara y consecuente obstinación. Entrevista a Maricel Álvarez
Ignacio Monná (UNA)
Podría decirse que a partir del cruce de dos caminos, el de Maricel Alvarez y el de Emilio García Wehbi allá por el año 1998, se empezó a perfilar o a definir una poética personal que los vincula, pero que también puede considerarse como autónoma o soberana de cada uno de ellos. Maricel Alvarez ha conservado una línea estética que no la disocia aquella que fue de la que es hoy. Con una profunda coherencia en los trabajos de aquellos años y los que desarrolla en la actualidad, siempre ha trabajado desde un lugar de mucha honestidad y haciendo sólo aquello que le interesa realmente. Quizás porque “cuando era muy jovencita era muy inconsciente y podía vivir con muy poco” (dicho por ella misma) es que las producciones en esas condiciones de trabajo se convirtieron luego en un baluarte, en su “caballito de batalla”, en su valor agregado o en aquello por lo cual fueron, ambos, desde entonces convocados. Nunca renunció a los conceptos con los que le interesó trabajar desde los inicios de la profesión para sobrevivir y el corpus de trabajo desarrollado en estos 20 años de carrera (si sumamos los cinco años previos al encuentro con Emilio), tiene una gran coherencia y mantiene una misma afinidad.
Al preguntarle acerca de cómo fueron sus primeros años Maricel me cuenta: “Siempre busqué dentro de aquellos lugares que me interesaban. Trabajé duro para poder colaborar con mis maestros, que para mí eran un referente, o insistí muchísimo en las audiciones abiertas del San Martín que eran muy pocas en aquella época... (siguen siendo hoy muy pocas), pero en vez de caminar los pasillos de una productora de tevé transpiré la camiseta arriba de un escenario y eso ya es un indicador muy contundente del tipo de artista que quería ser. Por eso creo, y me remonto a los años previos a mi encuentro con Emilio, que fui obstinada, consecuente y muy clara desde el principio. Salió muy bien afortunadamente pero no deja de ser una elección riesgosa.”
Maricel habla pausada y dulcemente, sin dejar de demostrar el apasionamiento que le provoca hablar de su trabajo. Le pregunto cómo es que devino directora, teniendo tanto deseo puesto en su carrera actoral, a lo que me contesta: “Si bien yo hace veinte años no conocía la obra de Rancière puedo asegurar que ya entonces consideraba que un actor, o aspirante a actor, debía ser un individuo intelectualmente autónomo, emancipado, activo en los procesos creativos. Digamos... una cabeza -no una que le compitiera al director- pero sí una cabeza que lo interpelara y lo acompañara en la producción de pensamiento. Nunca fui una compañera difícil pero siempre fui una persona que pensó los proyectos desde adentro, en términos de procedimiento, en términos de estructura, en términos ideológicos y de contenido.
Eso está ligado a mi naturaleza, desde ya. Pero también eso tiene que ver con cierto tipo de intérprete ¿no? Que son los que eventualmente terminan dirigiendo. No es una casualidad... Yo tenía ese perfil como actriz y no se me cruzaba entonces ni remotamente la posibilidad de ser directora. Creía que ese era el tipo de actriz que quería ser y que mi “militancia artística” era esa, en una última instancia. Pero no como “un paso hacia...”, la dirección en este caso. La transición se fue dando muy naturalmente, progresivamente y fue algo que -sin haber tomado la decisión de: “Ahora lo voy a hacer”- era evidente que estaba germinando en mí. Y por supuesto está relacionado con una inquietud intelectual, participativa, que se distancia bastante de la imagen -nunca del todo real, siempre una construcción- del actor pasivo, o mera herramienta para que el otro se exprese (que también pienso es una figura prejuiciosa). Personalmente deseo que los actores estén produciendo y aportando siempre. Pero claro, hay un tipo de actor más “conservador” que descansa en que un director, que está a cargo de la puesta, le va a decir no solamente por dónde entrar y salir sino también de qué va la obra o qué es lo que él quiere expresar a través de esta obra. Por el otro lado, existe un actor que construye junto con su director eso que se quiere decir o que se hace también cargo de eso que se quiere decir. Ese es el actor que más me conmueve.”
Al escucharla hablar de un modo tan sólido y rico le pregunto por sus estudios académicos y los talleres en los que se formó, y cuál ha sido su relación con esos distintos espacios de saberes. Maricel recuerda...“Mi paso por la Universidad de Buenos Aires, la vida académica, me marcó profundamente. Durante algunos años estudié en paralelo teatro y letras en la universidad, así que indefectiblemente los dos espacios se contaminaron mutuamente. Soy el resultado de una formación, si se quiere, mixta en un punto. En los talleres de teatro era la que más leía y en la Universidad era la que más ponía el cuerpo. Cuando en las clases, en la universidad, la cosa no pasaba por el cuerpo yo pensaba: “acá hay una capa del material que no se comprende del todo”. Y muchas veces en los talleres de teatro sentía que faltaba cabeza. ¿Por qué no se activa más el pensamiento? ¿Por qué los materiales se abordan más desde lo emocional que de lo intelectual?
Sí, esa fui yo durante mis años de formación. Un poco peleando en los dos espacios para que se dejasen contaminar, entendiendo que podían enriquecerse mutuamente.
Ya después me crucé, en la vida profesional, con otros compañeros que también se formaron como actores y pasaron por la academia. Ya sea por la carrera de Letras, de Artes Combinadas o de Filosofía, y que también compartían esta sensación de disociación y este deseo de unir ambos universos. Y a fuerza de obstinación o de convicción se logra. Sin ser una “intelectual” he aportado siempre en mis trabajos el espacio para la reflexión o lo he tratado de propiciar. La Universidad, finalmente, la dejé. Abandoné la carrera sin llegar a terminarla. Tengo sensaciones encontradas con esa decisión, no sé si fue la correcta. No sé si las cosas se abandonan sin terminarlas …pero ahí, debo reconocer, se impuso la vida, y se impuso el ritmo de la profesión.
Cuando uno se empieza a desarrollar profesionalmente hay intereses en juego del tipo “cómo administrar mi tiempo, qué actividad priorizo”. Y esa batalla la ganó el teatro. Claramente.
Cuando me crucé con Emilio pasó algo extraordinario: los proyectos que desarrollamos juntos, también fueron proyectos de formación, porque había que investigar muchos materiales. Entonces, de alguna manera, la profesión se convirtió en otro espacio de aprendizaje. Uno un poco menos direccionado, menos programático, menos académico. Ahora las derivas eran artísticas y respondían a otros intereses, pero no por ello había menos rigor en el estudio. Para muchos de nuestros montajes hemos leído materiales de una gran complejidad y hemos tratado de desentrañarlos en profundidad. Nos hemos nutrido también de un material visual muy vasto y hemos, por supuesto, sacado provecho de nuestras estadías afuera de Argentina para explorar, conocer y en definitiva estudiar. Adquirir experiencia y conocimiento, que a mi entender están muy relacionados.
Uno cierra una etapa al dejar de ir a la Universidad, ese espacio físico del saber, pero eso no quiere decir que uno vaya a dejar de aventurarse en esta experiencia extraordinaria que es el conocimiento.
Yo venía con esa cabeza, la de la formación programática y me cruzo con un artista como Emilio que es exactamente lo contrario. Pero al mismo tiempo, la afinidad fue brutal… mucho en común, y sobretodo un gran deseo, un gran impulso. Y es ahí cuando empezamos a trabajar juntos, uniendo fuerzas, pensando materiales que nos resultaran inquietantes o que nos interpelaran.”
Entonces descubro que esos materiales son los que la llevaron del campo del teatro al de un arte contemporáneo que hoy en día transgrede las viejas categorías de las artes modernas. Maricel continúa reflexionando: “Siempre me interesó como actriz, como directora, trabajar aquellos materiales que me permitieran, a través de diferentes lenguajes, dar cuenta de una mirada del mundo..., la propia por supuesto. Uno no puede tomar distancia de uno mismo. Pero eso en el arte es una ventaja. Porque es el espacio para la producción de subjetividad a través de los diferentes lenguajes o de las herramientas que esos lenguajes te proveen. Entonces, ya fuese en un espectáculo donde la forma que predomina es la danza, u otro más ligado a las artes visuales, o más o menos performativo, ya sea dirigiendo o actuando, siempre quise formar parte de aquellos proyectos en donde pudiera desplegar poéticamente una visión del mundo, una mirada sobre el signo de los tiempos, sobre la contemporaneidad.
Incluso cuando participé de experiencias que tomaban como punto de partida un material clásico, siempre intenté que aquellas experiencias pudiesen desentrañar algo de nuestro “aquí y ahora”. Y de ese deseo surge, claramente, una estética y esa estética implica ciertos “corrimientos”.
Uno ya no produce teatro y nada más que teatro. Uno produce experiencias que dialogan con lo teatral y también con otras disciplinas. Uno ya no quiere que su trabajo quede estancado en categorías duras, precisamente porque la experiencia y la historicidad a favor nos permite este pasaje de un lenguaje a otro con cierta naturalidad. Y el espectador, hoy, está entrenado en este tipo de corrimientos.
Ahora hay un dialogo más directo con aquellos espectadores que pueden atravesar la experiencia de un teatro que ya no es canónico o conservador, sino que entiende mejor los formatos contaminados, en tensión, en diálogo con otros formatos provenientes de otros lenguajes. Ya no está todo tan compartimentado o disociado sino que hay una voluntad de cruce que es cada vez más fuerte. El desafío a futuro, será para aquel que quiera nuevamente proponer la forma pura como el nuevo gesto…Puede ser interesante de ver... sin duda.”
Digamos que “Yo tenía un alma buena” es un ejemplo bastante concreto de lo que estamos hablando. Por un lado es un trabajo que se realiza a partir de una convocatoria de un espacio vinculado a las artes visuales y no al teatro. El espacio de arte de Fundación OSDE es una galería donde se cuelgan cuadros o fotos, o en donde se ve video-arte, es un espacio de pertenencia para las artes visuales contemporáneas que respeta cierta tradición. Y la dirección de ese espacio convocó a una artista que viene del teatro o de las artes performáticas para que desarrolle allí un proyecto. Maricel continúa: “Como mínimo: una novedad. Entonces yo no me desentiendo de ese contexto y pienso qué, justamente, lo más interesante para mí será tratar de desarrollar un proyecto que esté claramente entre todos estos universos que te acabo de mencionar: que no esté claramente anclado ni en la galería ni en la sala teatral, que pueda ser interpretado como un material que se sitúa entre estos dos espacios. Por otra parte es un proyecto de fuerte espíritu colaborativo porque si bien yo puse el cuerpo, el concepto y me hice cargo de la dirección, los colegas a los que convoqué son artistas con nombre propio, cuya obra tiene un peso propio. Entonces allí hubo un intercambio entre iguales, muy transversal si se quiere. En donde ellos estuvieron al servicio de un concepto, y en función de una cabeza que organizaba todo, pero con mucha libertad y espacio para la opinión y para la intervención.
Después la experiencia se apropió también de ciertos procedimientos que le pertenecen tanto a las artes visuales como al performance o al teatro. Fue una velada en donde el artista, de cuerpo presente, le ofrecía algo a un público para que viera . Con una estructura desarrollada, pensada, si bien no ensayada sí muy sólidamente diseñada. Se hizo una única vez. No se volvió a repetir. El peso de lo efímero también se manifiesta.
Y por último este libro. La última mutación de una obra que de performance deviene libro, deviene objeto. Y en este objeto-libro lo visual prevalece por sobre aquello que se desarrolló en vivo. Y todo aquello que fue en la performance dinámico ahora adquiere una nueva materialidad. ¿Y qué obras teatrales resisten ese pasaje? La verdad que muy pocas. Mientras que este material parece haber sido concebido casi para ser un libro. El libro es un formato que termina siendo muy apropiado, muy natural para el material. Creo que se debe a su naturaleza tan volátil. Y si no hubiese tenido esa naturaleza, si no se hubiese nutrido de todos estos elementos provenientes de tan diversos lenguajes, la obra hubiese sido más fácil de catalogar. He tenido el dilema justamente en todos estos años, desde que se estrenó hasta hoy, de aceptar o declinar invitaciones para hacer esta obra en un marco teatral. Y ahí es donde uno se enfrenta a este dilema: meterla dentro de un teatro es matarla.”
Uno al escucharla hablar le da la impresión que en su carrera no hubieran habido obstáculos. Como si las cosas siempre le hubieran resultado de un modo sencillas pero en realidad lo que uno descubre es que hay constancia y tenacidad en su trabajo.
“No creo que los obstáculos impuestos desde afuera sean reales, en la medida en que uno, a fuerza de prepotencia de trabajo, puede vencerlos eventualmente. Obviamente que me he encontrado con más de un obstáculo fuera de los que yo misma me he autoimpuesto y cada uno de ellos ha sido sorteado más o menos felizmente pero sorteado al fin. Es que ese es el camino del artista en definitiva, sortear obstáculos que tienen que ver a veces con cuestiones concretas, materiales, con falta de presupuesto, de medios, de espacios, y otras que tienen que ver con lo ideológico, con rechazos o aceptaciones en función de lo que nuestra obra genera en el otro. Uno tiene que diseñar sus estrategias para ir sorteando todos estos obstáculos. Tratando siempre de no renunciar a los principios de uno como persona. Ese sería el límite que no habría que cruzar jamás…pero me parece que los obstáculos de afuera están para ser derribados o para ser ignorados o para que, en todo caso, uno tome otras derivas, cambie su dirección pero por decisión propia.
Y aquellos obstáculos que tienen más que ver con lo íntimo, con lo personal, son las batallas que vamos a tener que librar siempre. Pero a mí me parece que los propios fantasmas son a veces también generadores de impulsos para poder crear, para poder hacer obra. Muchas veces uno en su obra enfrenta sus propios miedos. Y eso también es material muy rico de trabajo.”
Maricel toma mate en una charla amena como una colega más, es una artista con una reconocida carrera internacional que bien podría haberse visto seducida por la alfombra roja y que sin embargo continúa reafirmando su elección de lo teatral como lugar de investigación y producción. Le pregunto acerca del recibimiento de su obra en el extranjero, a lo que continúa: “Para uno siempre es tremendamente gratificante cuando el propio trabajo puede ir más allá de las fronteras de nuestro territorio. Nunca nos dejó de sorprender, cada viaje, cada invitación. Uno no cree haber llegado a ningún lugar, uno siempre está haciendo un gran esfuerzo por avanzar. Ese esfuerzo no permite que te sientas nunca muy cómodo. Uno sigue dandole pelea todos los días y se pregunta si va a poder con el próximo proyecto. Si va a encontrar sus interlocutores naturales, dónde los va a encontrar. Así que siempre es una sorpresa muy grata que nuestras producciones reciban la atención por parte de otros. Y que nuestras producciones, que no son otra cosa que la traducción de nuestro deseo, repliquen en otros de la misma manera, enciendan en otros también el deseo. Así que cada invitación es celebrada como si fuese la primera. Hay un punto en donde es imposible perder la frescura, aunque uno ya esté grande. Hay algo de eso que no se pierde porque uno es muy vulnerable. Y en términos creativos cada vez estás haciendo un nuevo intento.
La aceptación de cada nuevo trabajo implica una celebración. Pero también puede pasar lo contrario; si esos trabajos no son tan reconocidos o aceptados, es ahí donde uno tiene que manifestar su fortaleza. Ni un éxito te convierte en un genio ni un fracaso en un bueno para nada. Uno tiene que mirar siempre, por un lado en retrospectavia para ver todo lo que ha costruído y sentir que esos son cimientos sólidos, y por el otro a futuro. Ese es el ejercicio que hay que hacer para no creérsela cuando las cosas estén saliendo muy bien con un proyecto determinado ni para hundirse en el desasosiego porque un proyecto tampoco haya funcionado tal como uno lo hubiese deseado. Y nos han pasado en este tiempo las dos cosas por eso me atrevo a hablar de las dos. Hemos tenido, entre comillas, “éxitos” y “fracasos” que afortunadamente para nosotros no han sido ni una cosa ni la otra en su totalidad. Tratamos de mirar de manera más profunda y compleja las cosas que hacemos y ya no someterlas a este binomio muy simplista o reduccionista de éxito o fracaso, bueno o malo.”
Me da a entender que aquello ineludible en la creación es uno mismo. Y le pregunto qué hay acerca del otro, porque en su manera de hablar reconozco ante todo una gran construcción de amor. A lo que me contesta: “Todos los que hemos amado o amamos sabemos que hay un punto en donde uno sigue estando solo. Y ese lugar, si bien es inquietante, también es un lugar en donde uno tiene total libertad. Es un lugar de soledad y de libertad. Y es un lugar en el que hay que adentrarse y del que hay que saber salir también. Sobre todo porque nuestro trabajo, afortunadamente, también implica un trabajo con el otro. Y si algo tiene de extraordinario justamente el teatro es que son trabajos de fuerte raigambre colaborativa, colectiva, grupal. Entonces es importante que uno pueda bucear en lo profundo y que también pueda salir de ese lugar de abstracción para poder comunicarse con el otro y para poder producir junto con el otro. Eso es algo que genera mucho placer. Así como yo he sido convocada muchas veces, en los últimos años también he sido yo la convocante y eso es algo que te llena por un lado de responsabilidad y por el otro de orgullo, porque armar equipos y sostenerlos a través de los años es un trabajo también artístico y que merece su consideración. Que siga trabajando con personas a las que conozco hace quince años y con las que he compartido diez, veinte obras es un logro mayúsculo, que implica haber logrado con esta persona un grado de comunicación, de entendimiento y de colaboración muy profundo basado en el respeto y en una confianza muy grande.
Son muchos años de ir construyendo un código común, es una labor de amor. Y haber logrado en estos quince o veinte años de trabajo seguir cruzándome, o cruzándonos, con las mismas personas es algo que me da mucho orgullo y placer poder decir. Porque pareciera que como uno está trabajando desde la subjetividad hay conflictos de intereses: dónde empiezo y termino yo, dónde empieza y termina el otro. Pero entender que muchos pueden adscribir a una mirada que ha sido propuesta por vos pero en donde también se pueden ver reflejados y donde también pueden ir incorporando a partir de sus propias subjetividades, otras capas y otros elementos de lectura es algo, insisto, del orden de lo extraordinario.”
Gracias. Muchas gracias Maricel por esta charla... ha sido un encuentro en ese orden del que hablás.