Más que en la técnica creo en la transmisión de valores. Entrevista a Laura Yusem
Ana Seoane (UNA-UBA)
Es muy difícil que al nombrar a Laura Yusem no se convoquen sus puestas en escena. Para muchos fue Boda blanca su primer éxito, aunque ella recuerda que ya hacía diez años que estaba dirigiendo. Recibió numerosos premios como el Trinidad Guevara por su trayectoria. Su lugar escénico sigue siendo el teatro independiente que comparte con su socia y amiga, Clara Pizarro bautizado “Patio de actores”, en la calle Lerma, corazón de Villa Crespo.
“Empecé en la danza a los 15 años en el Ballet de Ana Itelman. – recuerda hoy Yusem- Me fui a Cuba como bailarina y coreógrafa. Escribía poesía y siempre fui muy lectora. Hice tres años en la facultad de Filosofía y Letras, fue en la época de Frondizi. Tuve como profesores a Jorge Luis Borges, Julio Payró y Ana María Barrenechea. Como nunca abandoné el teatro, se me hacía incompatible y hoy me arrepiento de no haber terminado la carrera. En la danza tenía un aspecto técnico limitado, no podía ir más allá de cierto lugar. Itelman me sugirió que hiciera más coreografía y sumara la dirección. Ella fue una gran directora. Adoro la danza, es lo que más amo en el mundo, pero sentía que me faltaba la literatura y el teatro me permitía unir. Empecé a estudiar con Augusto Fernandes, él me dio un consejo de oro: ‘Si querés dirigir debés estudiar actuación, si no no entenderás nada de los que les pasa a los actores´. Estudié cinco años actuación con Juan Carlos Gené, fue un gran maestro, muy severo. Siempre tuve docentes severos, algo que agradezco. Cuando empecé a dirigir Fernandes fue mi consultor, también estudié con Agustín Alezzo, quien me protegió cuando empecé, me prestaba su estudio para ensayar y me daba consejos”.
Rápidamente llegan sus inicios, así los definirá: “Mi primera dirección fue en el teatro del Centro que estaba a cargo de Manuel Iedvabni, quien también fue muy generoso conmigo. Tuve mucha suerte. También hice dos codirecciones con Alfredo Zemma, con él fui por primera vez al San Martín con Vecinos y parientes de Julio Ardiles Gray, en 1973”.
Fue la segunda generación de directoras, Yusem hoy subraya cómo fueron sus comienzos en una profesión donde imperan los hombres: “En la danza la dirección femenina está naturalizada desde hace muchísimos años, pero cuando empecé en el teatro sentí muy duro este ambiente. Cuando me inicié sólo estaban Alejandra Boero e Inda Ledesma. Tengo un gran reconocimiento hacia Kive Staiff, quien les dio un lugar a las mujeres en el San Martín cuando nadie se lo daba, eran los finales de los 70. A mí me llamó en 1981. Les abrió las puertas del teatro oficial a las mujeres. El San Martín fue ejemplo durante treinta años, muchos nos formamos ahí, desde artistas hasta público. Tenía un concepto francés de cómo gestionar un espacio público. Nunca hizo distinciones políticas y muchos de los que integrábamos los escenarios independientes pasamos a esas salas. Entré al mismo tiempo que Jaime Kogan. Staiff siempre te ponía en un lugar de mucho riesgo. Lo primero que me pidió que dirigiera fue El casamiento de Witold Gombrowicz en la Martín Coronado, después se dio cuenta que yo era más para la Casacuberta y Kogan al revés”.
Al ver un espectáculo se puede asegurar si la dirección fue realizada por un hombre o por una mujer. Este interrogante se abre y Laura Yusem reflexiona sobre el tema. “¿Hay un estilo femenino? Creo que hay una sensibilidad femenina, no creo que sea un estilo. También existe una mirada estética que a veces se vuelve en contra. Mis primeros trabajos, muy refinados y con cierto concepto de la belleza hicieron que me calificaran como una decoradora de interiores, esto dicho por colegas. Tuve muchos obstáculos, a veces de los colegas, aunque en aquella época los técnicos eran muy machistas. La dirección y la iluminación eran ámbitos exclusivamente masculinos. ¿Cuánto tiempo tuvo que pasar para tener iluminadoras?...¡casi cuarenta años! Al principio la ´pesada´ del San Martín me decía ´señor´, en realidad no sabían cómo llamarme y se les escapaba. La única vez que hice la regie de Carmen para el Colón fue tremendo, allí hay un camarín para el director, algo que no existe en los otros teatros. Mis colaboradores fueron Renata Schussheim en el vestuario y Roxana Grinstein en la coreografías, cada una con tres asistentes, llamaban a ese camarín que compartíamos todas nosotras como el de Bernarda Alba. Aquí hay muy pocas mujeres regisseur y menos las que llegan al Colón”.
Durante mucho tiempo su apellido se asoció con el teatro San Martín, pero también conoció en varias oportunidades los códigos de los empresarios. La Malasangre y Camino negro fueron propuestas comerciales, de las que me enorgullezco. – subraya- Hay actores de teatro que hacen muy bien televisión y al revés puede pasar. Son oficios distintos. Puedo hablar del crecimiento de mis alumnos, hoy veo la actriz que es Maricel Álvarez que se inició a los 16 años conmigo, o a Stella Galazzi, Alejandro Tantanián o a Héctor Levy Daniel”.
La otra pasión que descubrió en el camino fue la de dar clases. “Empecé como docente a pedido del público. – se confiesa Yusem- El éxito de Boda blanca me colocó en un lugar distinto en todo sentido. Por esos años me ganaba la vida como periodista en el diario Clarín y empecé a tener pedidos para dar clases. Tomé la decisión de dejar el matutino y empezar a enseñar, ese fue el comienzo en la década del 80, cuando no éramos muchos, no había tantas carreras universitarias y estaban en auge los talleres privados. Con el tiempo le tomé el gusto y soy muy feliz como docente. No tengo el stress de la dirección, puedo divagar más - sigo a Borges, quien nunca respetó ningún programa. Más que en la técnica creo en la trasmisión de valores. Las técnicas van y vienen, son modas, mientras que la ética no lo es. Si tenés un docente con principios eso te marca totalmente. Pero el taller privado con un docente prestigioso ya no es lo que era, hoy los alumnos eligen la universidad. En mis clases sólo enseño actuación, ellos en las aulas tienen muchas otras materias importantes”.
Su paso por la educación pública también merece un balance. “Me convocaron desde la EMAD (Escuela Metropolitana de Arte Dramático), cuando el coordinador de cuarto año de puesta en escena era Roberto Castro. Me eligió para ser la docente de ese nivel. Fui feliz, ganaba dos pesos pero no me importaba, pero lo cambiaron a Castro y a fin de año me enteré que no estaba más. Ninguna autoridad de la escuela me llamó. Fue horrible: nadie se merece esto. Después de noches de desvelo no hice nada. Decidí no ir a hablar con las autoridades: no los conozco. Tenía pocos alumnos y se recibían con esa materia, por lo cual no tuve un alumnado que me respaldara. Afortunadamente estoy en la Maestría de Dramaturgia de la UNA (Universidad Nacional de las Artes), convocada por Patricia Zangaro y estoy muy contenta”.
Cuando se le pregunta por los artistas multifacéticos, aquellos capaces de actuar, dirigir y escribir, Yusem reflexiona: “Son pocos. Hay excepciones, como Ricardo Bartis y también Claudio Tolcachir”. Ella estuvo muy cerca de Pavlovsky, quien falleció este año y así lo recuerda: “Cuando trabajé en Pablo junto a Pavlovsky, Bartis y Elvira Onetto, vivíamos peleándonos. Tato me dejó un gran recuerdo, fue un gran actor y dramaturgo. Escribía en unos papeles sueltos y cuando trabajaba como intérprete se ponía en una posición cero, quería que le explicaras sus textos. Fue muy fácil trabajar con él, no era pretencioso como autor, si había que sacar escenas lo hacía, al igual si tenía que agregar, lo escribía. Lo dirigí en tres espectáculos. Cámara lenta junto a Carlos Carella y Betiana Blum; Pablo y Paso de dos. Carella fue el primer actor profesional que dirigí y me enseñó mucho. Los que más me enseñaron fueron mis primeros actores, así Carella, también Lautaro Murúa, Oscar Martínez, Susana Lanteri, Danilo Devizia o Patricio Contreras en La Malasangre”.
Imposible no pedirle un balance de los teatros oficiales, los que pertenecen al estado nacional o de la ciudad. “Lo último que dirigí en el Cervantes fue El misterio de dar de Griselda Gambaro y los proyectos que acerqué al San Martín nunca me contestaron, ni una secretaria me llamó”.
Sólo una vez en mi vida decidí no dirigir un espectáculo que me ofreció Soledad Silveyra – confiesa Yusem hoy. Era un autor norteamericano, la historia reflejaba cómo una mujer torturaba a un hombre. Lo pensé y le respondí que no podía ponerme a favor de la tortura, sin importar el género. Tan es así que ella después no la hizo. Después dirigí textos que me gustaban más o menos, pero nunca contra mi ideología. Dirigir un clásico es todo un tema. Creo que hay que versionarlos, las veces que me acerqué a Shakespeare lo hice de esa manera, pero aún así es muy complicado. No los extraño, los leo y los voy a ver. A mí me gustan los dramaturgos argentinos, contemporáneos o no, eso es lo que realmente me apasiona. Hay un tema de identidad y también de información. Para mí el teatro debe ser contemporáneo”.
Hoy, mientras enseña también escribe, anticipa su proyecto, con un final muy abierto: “Con Héctor Levy Daniel estoy trabajando, él fue mi alumno. Quiero escribir un libro de memorias, el concepto sería Testigo involuntaria, donde estarían acontecimientos de la vida política argentina desde la década del cincuenta, mi pasaje por Cuba, por Clarín, los ámbitos oficiales y también teatro. Una mezcla de cómo fue mi vida. Sin pretensión narrativa, sólo dar testimonio, pero no sé si verá la luz”.
Su cultura, inteligencia y sensibilidad la transforman en una espectadora privilegiada de nuestra escena. Yusem dice: “Al teatro argentino actual lo veo raro, en algún aspecto más frívolo. La gente estudia y ensaya menos, sin importar la temática. Hay una proliferación infinita que no sé si le hace bien a la escena. La gente subraya la cantidad de salas y no sé si es positivo. Es imposible ver todo. Hay liviandad, no información. Mucha gente no lee, no estudia. No conocen sus predecesores, no tienen objetivo ideológico y estéticamente todo vale. Pero también hay espectáculos muy buenos”, agrega con una sonrisa.