número 14 | diciembre 2016
críticas
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El ciclo Mendelbaum (100% musical)

Ana Seoane (UNA/UBA)

 

Libro, iluminación y dirección: Sebastián Kirszner.

Música: Sebastián Aldea y Eduardo Lázaro.

Elenco y músicos: Mariela Rey, Mauro González, Ignacio Goya, Magui Figueroa, Julieta Puleo, Luis de Almeida, Augusto Ghirardelli, Daniel Ibarra, Belén López Marco, Sebastián Marino y Eduardo Lázaro.

Dirección musical: Sebastián Aldea.

Coreografía: Fabiana Maler.

Vestuario: Mariela Rey.

Escenografía: Lola Gullo.

Teatro La Pausa. Avda. Corrientes 4521.

 

En estas últimas décadas los escenarios porteños tuvieron grandes musicales en sus principales teatros comerciales, varias producciones inclusive traídas desde el exterior, aunque los elencos fueran nacionales. Esos espectáculos obviamente estaban centrados en el impacto visual y musical, pero sin buscar un contenido especifico en cuanto a su temática. Por eso las últimas propuestas de Sebastián Kirszner merecen ser analizadas y subrayadas dentro del marco de teatro musical para ámbitos independientes.

Como dramaturgo y director está conformando su propia compañía y desde hace un año ya tiene hasta su espacio. Fue en el año 2014 que estrenó Rats, casi un musical, en el cual reflejaba con humor e ingenio la crisis del 2001. Sus protagonistas, ratas/actores se veían acosados por la hambruna y los saqueos. Y en esta última propuesta - El ciclo Mendelbaum (100% musical)- retorna desde otro enfoque el mismo período histórico nacional.

Kirszner maneja elementos brechtianos, como cuando a través de la música reitera conceptos ya vertidos en sus diálogos. Pero da un paso más hacia el distanciamiento ya que así como había imaginado “ractrices” como protagonistas de su anterior ficción, ahora en esta particular familia Mendelbaum uno de los primogénitos es un toro.

Nuevamente el vestuario de Mariela Rey adquiere la importancia de un signo no lingüístico que colabora con imaginación para hacer creíble lo fantástico. Las medidas tan pequeñas del espacio escénico hicieron que la escenógrafa Lola Gullo abriera la horizontalidad en algunos momentos a través de un supuesto cuadro donde dos de los familiares se expresan. Vestuario y escenografía son dos decisiones cruciales en sus propuestas siempre muy definidas y que consiguen vencer los límites del teatro independiente.

Este creador, Kirszner, propone una labor de equipo donde los músicos y el elenco consiguen fusionarse. Como autor propuso dos ejes, uno evidente, la crisis económica de una familia judía y otro que le juega de fondo, casi por detrás y es la Argentina, con su cambiante economía del inolvidable año 2001. Palabras como dólares, corralito, devaluación son casi puñales para cualquier espectador nacional con memoria. Podría subrayarse que todos tenemos algo de los Mendelbaum, tanto de lo bueno como de lo malo. ¿Por qué los propuso como sujeto de las acciones? Seguramente porque quiere burlarse y hacer reír con lo que más conoce y presenta desde lo musical hallazgos de ritmos que se asocian con esa cultura judía.

Siempre evidencia una enorme preocupación por el trabajo actoral, aquí vuelve a demostrarlo con una compañía que lo sigue y con quien está conformando un estilo propio, algo fundamental para el teatro. Augusto Ghirardelli encarna a este hijo toro. Su gestualidad (lamerse) y ciertos movimientos que realiza con su cabeza (y sus cuernos) no sólo los mantiene a lo largo de la acción, sino que consigue sintetizar metafóricamente a este animal. El vínculo que entabla con Daniel Ibarra, como su padre, es notable. Ambos se intensifican juntos. También el papel de los “más mayores” a cargo de Mariela Rey y Mauro González imaginado casi como caricatura es otro acierto, ya que rompe con el realismo.

Tanto la música ejecutada en vivo, como la coreografía diseñada para ese reducido ámbito, todo está pensado para que el espectador se enfrente a una ficción muy alejada de los living habituales. En un género como el musical, donde suele imperar la frivolidad, Sebastián Kirszner y su compañía demuestran que se puede llevar a escena una historia crítica, mordaz y ácida sobre nuestro pasado cercano sin necesidad de caer en realismos, ni naturalismos. ¿Por qué la música debe ser sinónimo de liviandad? Brecht no lo creía así y lo demostró con la ayuda de Kurt Weill, uno de los máximos compositores del siglo XX. En este caso un argentino, junto a los músicos Sebastián Aldea y Eduardo Lázaro se han propuesto continuar con esta misma esencia: cuestionar sin dejar de entretener.