número 14 | diciembre 2016
críticas
A A

La boda argentina

Ana Seoane (UNA/UBA)

 

Idea: Patricia Benedicto, Sebastián Pajoni, Alejandro Ruffoni y Carla Solari.

Dramaturgia: Alejandro Ruffoni.

Elenco: Sebastián Pajoni y Carla Solari.

Vestuario: Héctor Ferreyra.

Escenografía: Betania Rabino.

Maquillaje: Jessica Gómez.

Diseño de luces: Lucas Orchessi.

Música original: Gustavo Lucero.

Asistencia de dirección: Francisco Oliveto.

Dirección: Federico Ponce.

El Método Kairós. El Salvador 4530.

 

Hay muchas obras de teatro argentino que reflejan lo siniestro del Proceso, los años de la dictadura cívico militar que imperó en el país desde 1976 hasta diciembre de 1983. Pero esta propuesta busca iluminar otra circunstancia mucho menos transitada: ¿qué pasa o qué sucedió con los familiares de estos cómplices? Quizás uno de los textos más cercanos sea Potestad de Eduardo “Tato” Pavlovsky, de 1985, donde el victimario aparecía como víctima y provocaba en los espectadores una sinuosa identificación que se rompía abruptamente en el final. Aquí, La boda argentina, está basada en un hecho real que vivió uno de los hacedores de este espectáculo. Los protagonistas fueron indudablemente víctimas de ese pasado, ni él, ni ella torturaron, ni fueron torturados, pero el tema está muy presente entre ellos, por un motivo que se descubrirá solo al final. Lo que comienza siendo una alegre comedia casi una más de living se va resquebrajando para transformarse en un drama que abre cuestionamiento sobre qué nos pasará a los argentinos, cuando se terminen de descubrir todos los hechos ocurridos en esos años negros.

La dramaturgia de Alejandro Ruffoni tuvo como principio generador la intriga, por eso sólo hasta el final el público no tendrá muy en claro cuál es el objetivo de esta ficción. El eje de la puesta en escena de Federico Ponce se focalizó en el trabajo con los actores, para que ni uno, ni otra, anticiparan el final, aunque uno de ellos lo conocía, como personaje. Presentó la ficción en un tono de realismo, despojado en cuanto a los otros signos escénicos, pero siempre cercano al espectador. Para este planteo contó con un muy interesante diseño escenográfico a cargo de Betania Rabino. Los espacios están cortados –metáfora de la propia historia- e incorporó algunas transparencias. Hay una lectura del material dramatúrgico por parte de esta creadora que buscó metaforizar de manera sencilla y directa el eje de esta historia. Mientras que tanto el vestuario de Héctor Ferreyra, como el maquillaje de Jessica Gómez eligieron un camino más tradicional.

Las actuaciones de Sebastián Pajoni y Carla Solari transitan los carriles de la credibilidad. Demuestran concentración, sobre todo en un espacio donde la cercanía con los espectadores no ayuda en una propuesta de estas características. Están conectados entre sí y consiguen que el afuera no entre en esta ficción de vínculos afectivos, quiebres y confesiones.

Este tipo de teatralidad, enmarcada dentro de la más frecuente que impera en nuestros escenarios independientes porteños, se atreve a iluminar un tema bastante poco transitado: los familiares de los torturadores. ¿Cómplices u otras víctimas? Este interrogante es el que abre de manera notable La boda argentina. Por eso es tal vez una propuesta necesaria en estos tiempos donde la ciudadanía parece querer olvidar o cuando desde algunos ámbitos se cuestionan números y no hechos.

La larga es la lista de dramaturgos que reflejaron nuestra historia, en estas últimas décadas los que han seguido con esta bandera son Susana Torres Molina, Ariel Barchilón y Héctor Levy-Daniel por nombrar solo algunos de generaciones cercanas. Es importante subrayar que este espectáculo -La boda argentina- se inscribe en el llamado teatro político, sin filiación partidaria pero sí social dentro de los derechos humanos. Todo el espectáculo busca la cercanía con el público, desde el escenario hasta la manera en que pasó del texto escrito al espectacular. No hay aquí distanciamiento, ni ningún tipo de rasgo brechtiano, la elección de cada uno de estos artistas buscó estar muy cerca, hablarle casi al oído, sobre este dolor que de tan cercano suele pasar inadvertido.