Palabras para conejos
Federico Aguilar (UNA/UNSAM)
Autoría: Amalia Tercelán.
Actúan: Martin Gross, Amalia Tercelán y Claudio Tornese.
Actores invitados: Camila Carreira, Julián Eduardo Duffy, Antonella Grosso, Catalina Lutz, María José Salinas, Luna Schapira, Agustín Scipione y María Florencia Tenaglia.
Vestuario: Belén Parra.
Diseño sonoro: Lucio Lucchesi.
Colaboración artística: María Florencia Tenaglia.
Dirección: Martin Gross y Amalia Tercelán.
Se anticipa como información de prensa, previa a su estreno que:
“Palabras para conejos es una crónica performática que se modifica en cada edición a partir de la coyuntura política en que la reescribe. Nos sumerge en un universo caótico, desde una mirada despiadada y provocativa. Trabaja a partir de la actualidad del país al tiempo que propone una ficción delirante. Palabras para conejos es una cínica revolución amorosa”.
La propuesta está realizada por un joven equipo, con una fuerte apuesta a una dramaturgia directa, que interpela sin rodeos al público. La crítica a veces olvida estos espectáculos que se escapan del canon y aumentan los “territorios baldíos” [1] en los que a veces cae por incapacidad de responder a la inmensa oferta del teatro porteño o por tener que hacer un esfuerzo para comprender lo emergente.
Palabras para conejos comienza con todos los actores sentados en una larga mesa, que puede remitirnos a la célebre pintura “La última cena” de Da Vinci, aunque en este caso aparezca actualizada con un horno eléctrico y algunas botellas de vino compradas en un supermercado. Hay un gesto que ya no solo actualiza, sino que invierte un procedimiento de la icónica pintura con respecto al espectador y es que los actores miran directamente al público, cuando en la obra de Da Vinci la mirada de los personajes no se expande más allá del cuadro. Este gesto es el que le va a dar su sello, las palabras son para nosotros, la cuarta pared se convertirá en espejo o vidriera. ¿Qué refleja o deja ver? La humanidad en su peor aspecto donde las palabras cínicas parecen su única salida. Estas palabras son al público, siempre a los espectadores, a quienes se les propone una revolución donde fornicar, como conejos pero sin procrear, ésta es la estrategia. Aquí la obra toma entonces su carácter político y se vuelve un manifiesto, un manifiesto delirante pero manifiesto al fin.
Es posible la intertextualidad con Heiner Müller quien propone, con estrategias más violentas “un mundo sin madres” [2]. En ambos casos despoblar la tierra de humanidad parece el objetivo.
Palabras para conejos utiliza un humor irreverente para “agitar” su revolución. La justificación para ser llevada a cabo es diversa, aunque abunda con elevado sarcasmo las referencias al actual gobierno que nos preside desde diciembre de 2015.
Los actores y actrices acompañan con intensidad el lenguaje propuesto por la puesta, son personajes militantes que portan una férrea convicción, condición necesaria de cualquier revolución.
Este espectáculo podría leerse, decíamos al principio, como una última cena, como una humanidad que por no reproducirse va a comerse por última vez a sí misma y como metáfora caníbal, cocinan en el horno eléctrico un trozo de carne con la forma de Buenos Aires y otro con la forma de la Argentina.
Pero en esta Última Cena llama la atención que los comensales son doce y no trece. ¿Quién faltará entonces? Quizás es que no pensamos en el espectador como un invitado más al convite revolucionario.
Nos invita a participar activamente de la revolución propuesta y como si quedara alguna duda los actores, al final de la misma, nos reparten preservativos a todos los espectadores, como especie de armas para nosotros, los conejos.
Tercelán produce en la línea de lo que llamamos comúnmente teatro-performático y aquí podemos encontrar huellas de sus formadores: Emilio García Wehbi y Maricel Álvarez, a quienes asistió en diferentes proyectos. Ahora bien, es meritorio que su obra trasciende estas huellas para conformar un estilo propio.
Palabras para conejos es una obra con nuevas propuestas y un lenguaje particular que invita a escapar de las convenciones fáciles para el espectador, en esa porción del teatro porteño que todavía llamamos circuito independiente.
[1] Esta noción la tomo de la Dra. Liliana López quien utiliza la metáfora para dar cuenta de los territorios abandonado por la crítica contemporánea
[2] Texto perteneciente a la obra Máquina Hamlet.