Ricardo III
Ana Seoane (UNA/UBA)
Texto: William Shakespeare.
Traducción y versión: Francisco Civit.
Elenco: Fernando Arluna, Gabriela Calzada, Juan Marcelo Duarte, Marcela Grasso, Juan Pablo Maicas, Pedro Merlo, Fernando Migueles, Roberto Monzo, Laura Pagés, Marta Pomponio, Mariano Rótolo, Belén Rubio y Gabriel Yeannoteguy.
Música original y músicos en escena: Gabriela Calzada, Juan Pablo Maicas, Pedro Merlo, Fernando Migueles, Mariano Rótolo, Belén Rubio y Gabriel Yeannoteguy.
Vestuario: Cecilia Zuvialde.
Maquillaje: Florencia Petroselli.
Diseño de escenografía y luces: Facundo Estol.
Asistencia de dirección: Nacho Ansa y Daniel Barbarito.
Arreglos musicales: Adolfo Oddone.
Director musical: Francisco Civit y Adolfo Oddone.
Dirección: Francisco Civit.
Teatro Andamio ´90. Paraná 660.
En un año absolutamente shakesperiano por cumplirse cuatrocientos de su muerte no fueron demasiados los que se acercaron a este autor con la originalidad con la que lo hizo Francisco Civit. Nada puede sorprender de este director que llevó al escenario a dos grandes y difíciles autores del siglo de oro español y en ambas ocasiones con una suma de aciertos. Es importante recordar sus puestas de: El gran teatro del mundo de Calderón de la Barca (2013) y Castigo sin venganza de Lope de Vega (2011).
Uno de los mejores lectores y espectadores del dramaturgo inglés fue indudablemente el polaco Jan Kott quien en su clásico texto escribía:
“Shakespeare es como el mundo o como la vida misma. Cada época histórica encuentra en su obra lo que busca o lo que quiere hallar. Un lector o un espectador de mediados del siglo XX que lee o asiste a una representación de Ricardo III no puede sustraerse de sus propias experiencias”.
La gran incógnita es: ¿cómo se acerca un creador hoy en el siglo XXI, en esta Argentina a este genio británico? Civit da una de las mejores respuestas con su elenco. Si se observa el equipo con el que viene trabajando se descubrirán los mismos nombres, es casi como si tuviera un compañía propia, algo que parece dar muy buenos resultados a la hora de evaluar qué sucede sobre el escenario.
Civit escribió esta versión seguramente imaginando cómo la trasladaría al escenario. Usó algunas de las herramientas brechtianas. Hizo que en el fondo del espacio escénico se vieran, casi como con carteles, quiénes eran los protagonistas de cada escena. Este recurso lo usó porque su decisión fue que todos sus intérpretes debían pasar por la piel de Ricardo III, actores y actrices, sin importar tampoco las edades. En realidad de esta manera universalizó la maldad del protagonista, uno de los más célebres en la lista de las criaturas que trasladó Shakespeare de la historia inglesa al teatro. El público lee quienes participan de los diálogos y no le importarán mucho si es un hombre o una mujer quien lo diga, de esta manera también objetiviza aún más las frases, les quita la máscara y deja ver la crudeza que tienen.
Analizar las direcciones de Civit es tener muy presente lo auditivo. En esta oportunidad no es un fondo sonoro sino que su decisión fue que los mismos intérpretes fueran los creadores de la música e incluso la ejecutaran en vivo ellos mismos. Este lenguaje no lingüístico le entrega una gran potencia y permite que todo el espectáculo tenga un ritmo escénico notable. El juego que propone donde cada actor/actriz será en algún momento el protagonista de esta historia sangrienta hace que se intensifique y acelere la teatralidad. No se pierde ninguno de los valiosos y sustanciosos diálogos de Shakespeare, aunque obviamente debieron ser condensados ya que la ansiedad de nuestros espectadores no coincide temporalmente con la atención que debían tener los ingleses en el teatro “El Globo”.
El vestuario de Cecilia Zuvialde juega con las imágenes que los espectadores tenemos de aquellos tiempos, por eso no faltan ni polleras largas, ni alguna capa. La estética que siempre propone Civit en sus puestas y le siguen sus colaboradores tiene como eje la síntesis. Su preocupación como director no sólo está fijada en lo visual o sonoro ambiental también es muy estrictico con las voces de su elenco. La vocalización de cada uno hace que no se pierda en el fragor del ritmo ninguna palabra.
Esta propuesta con tantas virtudes escénicas reclama un tipo de espectador. Sería ideal que pudiera conocer con anterioridad la obra para aceptar con más naturalidad la propuesta del juego. Aquellas personas que no conocen este texto clásico de Shakespeare quizás se sientan perdidas en algunos momentos, o por lo menos deberán esforzarse más para seguir esta aventura que se propone aquí.
Se fractura con este espectáculo el creer que el teatro debe ser para cualquier espectador, en estos tiempos de la “emancipación” de ellos, como escribió Rancière, también los artistas deben asumir que sus creaciones están dirigidas a un cierto público y que pensar de esta manera no está ni bien, ni mal, forma parte de las reglas implícitas de cualquier arte. ¿Hay que seguir pintado figurativo porque la mayoría del público lo prefiere? Esto sería condicionar a los creadores. De alguna manera esta puesta de Ricardo III implica un duelo para el público. Es importante que quien se acerque a este espectáculo sepa que va a ser desafiado en su capacidad de espectador, que aquí no se encontrará con una propuesta “digestiva”, pero tampoco agresiva. Es un juego dentro de otro juego, pero que reclama más que en otras plateas lucidez para seguirlo.