número 21 | junio 2023
Críticas
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Escritor fracasado, de Roberto Arlt

Por Liliana B. López

 

Actúa: Diego Velázquez

Adaptación de Marilú Marini y Diego Velázquez

Música original: Nicolás Sorín

Iluminación:Oria Puppo y Omar Possemato

Escenografía y vestuario: Oria Puppo

Dirección: Marilú Marini

Espacio Callejón (anterior Teatro Nacional Cervantes)

 

Escritor fracasado es el resultado de la adaptación realizada por Diego Velázquez y Marilú Marini del cuento homónimo de Roberto Arlt, publicado en 1933 en el volumen de relatos que lleva el nombre de El jorobadito. El cuento está narrado en primera persona, de allí que la traslación a un monólogo teatral fuera, en alguna medida, más directa. Aunque nada sencilla, por su extensión y por el uso de un tipo de lenguaje sumamente artificioso. Un lenguaje que pretende parodiar, quizás, al de algunos escritores coetáneos del autor. La adaptación no pretende borrar las huellas de su misma operación y allí radica su principal acierto. Desde el inicio, el actor Diego Velázquez, se mueve por el espacio escénico y posa para las fotos que los espectadores pueden tomar con su autorización. Su mímica, gestualidad y desplazamientos anticipan y subrayan la artificiosidad del personaje, un escritor que repasa una carrera literaria que parecía promisoria.

Otra exhibición del artificio consiste en leer la dedicatoria de Arlt a su esposa, que, por un lado, anticipa el tono descarnado y sin concesiones del contenido, y por otro, señala el origen del monólogo, su carácter de artefacto teatral,  a contramano del ilusionismo escénico.

No es el único texto en el que Arlt critica impiadosamente al campo intelectual del que era parte.  La  popularidad no le garantizaba la legitimidad de sus pares, una consagración que llegaría mucho tiempo después y que se acrecienta con el tiempo. De un modo particular, a través de una ficción, instaura el nacimiento del crítico -literario o teatral- de un modo no exento de crueldad: la figura del crítico sería el maltrecho resultado del artista fracasado o improductivo. 

Quizás fue una devolución de favores dirigida a quienes murmuraban sobre algunas falencias de su escritura; y ponía así el dedo en la llaga de sus miserias como creadores. En un plano más amplio, desnudaba la hipocresía, los dobles discursos y las arbitrariedades del mundillo literario. Lo que en el texto puede leerse como la confesión de un dilettante, en la escena se transmuta a través de la impecable y minuciosa actuación de Diego Velázquez, que nos permite entrever las tensiones entre la palabra pronunciada y lo no dicho, que cobra un enorme valor a través de la gestualidad.

Las contradicciones internas, la falsa seguridad y el autoengaño se van deconstruyendo en las pausas precisas, en las miradas que interpelan a los espectadores, quienes van develando y resignificando la miseria que se esconde bajo la máscara retórica del personaje.