Fuck me
Por Daniela Berlante (UNA/UBA)
Dramaturgia y dirección: Marina Otero.
Intérpretes: Augusto Chiappe, Juanfra López Bubica, Fred Raposo, Matías Rebossio, Miguel Valdivieso, Cristian Vega y Marina Otero.
Asistencia en dirección: Lucrecia Pierpaoli.
Producción general: Mariano De Mendonça.
Espacio e iluminación & dirección técnica: David Seldes y Facundo David.
Diseño de iluminación y espacio: Adrián Grimozzi.
Diseño de vestuario: Uriel Cistaro.
Edición digital y música original: Julián Rodríguez Rona.
Asesoría en dramaturgia: Martín Flores Cárdenas.
Asistencia coreográfica: Lucía Giannoni.
Artista visual: Lucio Bazzalo.
Montaje técnico audiovisual: Florencia Labat.
Estilismo de vestuario: Chu Riperto.
Realización de vestuario: Adriana Baldani.
Fotografía: Matías Kedak.
Producción ejecutiva: Mariano De Mendonça y Marina D’Lucca.
Producción: Marcia Rivas.
Coproducción: Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) 2020.
Performer, bailarina, dramaturga y directora, Marina Otero se propuso construir una obra sobre su propia vida. Fuck me es la tercera entrega de una creación que anteceden Andrea y Recordar 30 años para vivir 65 minutos. Estrenada en el marco del FIBA 2020, el espectáculo subió a escena una vez más (ya lo había hecho en 2022) en enero de este año.
Entre el documental y la ficción, entre la performance y la representación, la obra asume un estatuto anfibio que no permite inscribirla en una categoría estable.
En tanto biodrama, denominación acuñada por Vivi Tellas para designar la exploración de la biografía de una persona viva y su empleo como material escénico, Otero va a dar cuenta de los efectos que tuvo en su trayectoria vital y artística un ataque de dolor invalidante, cuya derivación fue una operación de columna seguida por sucesivas internaciones que implicaron inmovilidad física severa y la posibilidad de no volver a bailar.
En el inicio, es la propia Marina Otero quien –luego de presentarse con su nombre real y sentada a un costado de la escena- comparte su padecimiento con los espectadores, razón por la cual parece atendible que sean los performers que la acompañan -Augusto Chiappe, Juanfra López Bubica, Fred Raposo, Matías Rebossio, Miguel Valdivieso, Cristian Vega - quienes hagan las veces de ella en el espectáculo. En el catálogo del FIBA 2020 se lee: “Siempre me imaginé en el centro de la escena, como una heroína, vengándome de todo. Pero el cuerpo no me dio para tanta batalla. Hoy dejo mi lugar a los intérpretes. Voy a mirar cómo ellos le prestan su cuerpo a mi causa narcisista”.
La reconstrucción de los aspectos de su vida que quedan plasmados en esta tercera parte del proyecto Recordar para vivir en la que ella es su propio objeto de investigación porque: -“Y si no hablo yo, ¿quién va a hablar?”- dice en escena, será confiada a su propia intervención, al material documental provisto por las fotografías, a las secuencias de videos proyectadas y al despliegue escénico de los magníficos intérpretes de Otero que, en un ejercicio extremo de entrega y precisión, se ponen en juego y riesgo de manera total, exponiendo sin reparos la intimidad de Otero y la propia.
La decisión de la protagonista de ceder su representación a otros, estando ella misma en escena, nos permite concluir que la actuación es mucho menos una esencia que una función que puede ser ejercida en el teatro desde fuentes diversas. En ese sentido, de lo que se trata es de determinar –antes que quién es el sujeto biográfico que actúa- desde dónde y con qué dispositivos se ejerce la función actor/ actriz.
Fuck me también habilita a reflexionar sobre una problemática que atraviesa al teatro contemporáneo y que concierne al vínculo entre lo real y la ficción. ¿Se puede sostener que sólo hubo actuación cuando los performers interpretaron a Otero y que Marina, en tanto sujeto biográfico real en escena no actuó porque su desempeño fue exclusivamente presentativo y autorreferencial? El hecho de no haber interpretado a un personaje, como efectivamente lo hicieron los performers en los momentos en que se invistieron de ella ¿la excluyó del territorio de la actuación, asociado indefectiblemente al espacio ficcional, para colocarla en el de “lo real”? No lo creemos.
Su ingreso al espacio escénico prescindente de personaje, aun desde una genuina voluntad de ser ella misma, no pudo impedir que se desencadenara el proceso propio de la teatralidad que adviene cuando el público establece con su mirada un espacio por fuera del cual se coloca para dar lugar a que acontezca un juego de ficción, incluso cuando desde el espectáculo se desprendía que sólo se exhibirían sucesos reales.
Finalmente, y para abonar la idea de que estando en situación de representación no se puede sino actuar –y esto supone un ingreso a la ficción- la performer padeciente del inicio, la bailarina en riesgo que hasta ese momento habíamos visto y quizás compadecido, terminó por trastocar nuestras certezas al abandonar su silla para comenzar a correr desenfrenadamente, con toda su potencia, su energía y su vitalidad.
Otero y compañía están más vivos que nunca.