número 23 | septiembre 2024
Críticas
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Testosterona de Cristian Alarcón

Por Clara Mari (UBA/UNA)

 

Performers: Cristian Alarcón y Tomás de Jesús

Dirección de arte: Mariana Tirantte

Asistente de arte: Lara Stilstein

Iluminación: Ricardo Sica

Diseño de movimiento y coreografía: Jazmín Titiunik

Música original: Sebastián Schachtel

Diseño audiovisual: José Jiménez y Blas Lamagni

Fotografía: Nora Lezano

Diseño gráfico: Sebastián Angresano, María Elizagaray y Francesca Cantore

Equipo de investigación: Anahí Farji, Alejandra Torrijos, Amanda Marton

Producción general: Sol Dinerstein y Julieta Hantouch

Asistente de dirección: Martina De Giorgio

Dramaturgia: Cristian Alarcón y Lorena Vega

Dirección: Lorena Vega. 

Comunicación y redes: Andrés Alarcón, Alejandra Torrijos, Rocío Díaz. 

Prensa: María Mansilla, Amanda Marton

Teatro Astros

 

 

¿De verdad creen ustedes que son homosexuales o heterosexuales, intersexuales o transexuales? ¿Les preocupan esas distinciones? ¿Confían en ellas? ¿Reposa sobre ellas el sentido mismo de su identidad como humano? Si sienten un temblor bajo su garganta al oír una de estas palabras, no lo acallen.

Paul B. Preciado

 

Performance, biodrama, danza, autoficción, video, investigación, periodismo y teatro se funden en Testosterona. Una obra que se planta en el centro de la escena como un ejercicio de la memoria para enfocar el pasado reciente y volver a decodificar lo que una sociedad regida por el capitalismo patriarcal hizo hacia fines de siglo y hace en ciertas prácticas actuales con los cuerpos disidentes: intentar ceñirlos a la norma. Cristián Alarcón -escritor (Si me querés, quereme transa, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, El tercer paraíso, entre otras), periodista ligado a la docencia y fundador de la revista Anfibia en alianza con la Universidad de San Martín- construye esta obra que cruza drama y vida y no respeta géneros. Testosterona es también el resultado de una experimentación en el Laboratorio de periodismo performático que el autor creó en Casa Sofía junto a otros investigadores que definen su práctica como un “animal salvaje al que no quieren domesticar”. En esta propuesta ideada junto a Lorena Vega como directora y a Tomás de Jesús como su par actoral, Alarcón recuerda que este recorrido de modificación hormonal tuvo una gestación como mínimo violenta.

El telón de fondo es el de una sociedad dentro de la cual la homosexualidad fue considerada una enfermedad por los manuales psiquiátricos hasta 1990 (y cuidado porque ante el primer descuido los representantes del gobierno liberal en curso vuelven a deslizar representaciones de una ignorancia supina al respecto). La infancia que el personaje alter ego de Alarcón invoca se dio en una Patagonia atravesada por las dictaduras de Videla y Pinochet, de uno y del otro lado de la cordillera, en un pueblo del sur en el que la heterosexualidad no se cuestionaba y los roles de género estaban rígidamente establecidos.

No se nace hombre, se llega a serlo; podríamos afirmar en una polémica inversión de la frase ya clásica de Simón de Beauvoir. El recuerdo que teje el protagonista de cómo lo llevaban de chico a inyectarse testosterona para borrar los modales afeminados de su cuerpo infantil es una prueba del intento externo por clasificar a todas las identidades en los casilleros existentes. Las opresiones rememoradas continúan a lo largo de los años en situaciones sociales que exceden lo familiar y las fronteras como retazos de una manta social que no puede salir de su taxonomía binaria.

Ese sur aludido se completa al mismo tiempo con otras asociaciones ligadas al espacio: fue el lugar en el que se alojaron los nazis que utilizaron la testosterona para ensanchar a los machos que necesitaban en función de soldados, pero también fue territorio de exploración para investigadores ecologistas como el evocado Alexander Von Humboldt.

De un lado, quienes pretendieron imponer su visión sobre lo real hasta transformar lo existente sin límites éticos y, del otro, los primeros científicos que decidieron su revolución: observar una planta hasta pulverizarse los ojos. La propuesta performática no duda en posicionarse junto a los padres naturalistas, reflexiona sobre nuestras plantas originarias (las nombra hasta en lengua náhuatl) y las hace aparecer en una escenografía ideada por Mariana Tirantte que sigue el movimiento dramático de exponer, de girar, de dejar ver lo oculto. Lo monstruoso deriva etimológicamente de mostrar, advertir y Testosterona devela que allí donde se señaló con el índice un rasgo de lo monstruoso a reparar existe una buena flecha para entender el asunto.