David Gudiño. Mala madre. Diario íntimo público. Buenos Aires, Editorial Inteatro, 2023, 54 pp.
Por Liliana B. López (UNA)
La publicación se compone de un tríptico integrado por una introducción a cargo de David Gudiño (“Nota de un autor marrón”), un prólogo a cargo de Laura Fernández (“Prólogo de una obra”) y el texto dramático propiamente dicho, “Mala madre”. Si bien este último puede leerse con autonomía, los textos precedentes nos aportan un contexto y unas miradas enriquecedoras.
El título de la introducción de Gudiño nos sitúa en la problemática de la identidad marrón, de la que integra un colectivo y es un prolífico artista/activista[1].
En esta ocasión la cuestión de la identidad se centra en un parámetro geográfico: qué significa hacer y escribir teatro desde Río Grande, en Tierra del Fuego, en el “fin del mundo”. Muy lejos de la hegemonía y centralidad del del teatro porteño, surge inevitablemente la pregunta por la identidad del teatro fueguino, pero particularmente de Río Grande y no de la ciudad “reina”, Ushuaia. Este interrogante se cruza con la problemática de la maternidad, cuestionándose por qué razón siempre se le reclama a la madre y muy pocas veces al padre ausente.
Laura Fernández aporta su mirada como dramaturga, directora y con una perspectiva de género, insoslayable porque también de eso se trata. Como dramaturga, nos invita a reflexionar sobre el rol del autor por fuera del texto dramático, pero también dentro de él. Por ejemplo, cuánto de su historia, de su intimidad más recóndita se habilita al escribir y publicarlo.
Esta reflexión nos envía al texto dramático mismo, Mala madre, cuyo subtítulo “Diario íntimo público” constituye una paradoja, habitual en estos tiempos donde lo personal se presenta al espacio público. No en el sentido que planteaba Paula Sibilia en La intimidad como espectáculo sino como procedimiento de la escritura dramática[2]. Si el análisis del texto dramático propone que se trata de un tejido en el que se pueden distinguir las voces de los personajes y una voz autónoma respecto de ellos tanto como de la figura autoral, es decir, las didascalias, aquí nos encontramos con una singular opción.
¿A quién remite la voz de las didascalias en Mala madre? La que inicia el texto imita la forma del diario íntimo o de las memorias: “Querido diario: en este diario escribo, comencé a escribir, hace poco. (…)” (2023:23) Al finalizar este segmento, aparecen las voces de los personajes con independencia de lo anterior.
Más adelante, reencontraremos las funciones habituales del discurso didascálico -señalar movimientos, indicar actitudes, brindar información para que el lector reponga, marcar tiempos, entre otras-. Sin embargo, también reaparece esa otra voz que parece reenviar a una función autoral -que no necesariamente coincide con el autor empírico-, por ejemplo: “Te lo dije, soy una mierda” (2023: 29)
Mala madre no solamente se trata de la visita inesperada de una hija que busca a su madre biológica. La maternidad, los vínculos, las responsabilidades, la culpa y otras cuestiones relacionadas se entraman en las voces propias, las ajenas y las delegadas. La escritura teatral muestra una superficie de palimpsesto, que oculta a la vez que exhibe las marcas de otras conciencias, otras voces o quizás la misma voz en otros momentos vitales en las historias de los personajes[3]. Esta utilización singular de las didascalias se verifica en la lectura y nos invita a pensar cómo se resolvería escénicamente. Así como el (casi) primer oxímoron que contiene el título, ya que hay un discurso masivamente asociado a la maternidad como un bien. Vale recordar cómo el título Madre coraje, de Bertolt Brecht, se cristalizó socialmente, cuando en realidad la tesis del texto proponía otra mirada en un contexto bélico.
Las imposiciones y los mandatos culturales se revisan continuamente en la dramaturgia actual, un hecho saludable y provocador.
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