El director, docente e investigador salteño aborda en este volumen la práctica actoral del último siglo y medio haciendo foco en el tipo de vinculación
establecida entre actor y director. Este dispositivo dual -sostiene Valenzuela- ha estructurado dos tendencias en cuanto al modo de pensar el
acontecimiento escénico: la coherencia, la estratificación y la "buena forma" o, al contrario, la apertura y fuga hacia un diagrama resistente a la
legibilidad y la estructuración.
Es así como las configuraciones legadas por la historia de la actuación del periodo visitado se recuperan en el entramado tejido entre la palabra del
director -figura consolidada a mediados del SXIX- y el cuerpo del actor.
La teoría lacaniana del discurso, entendido éste como un sistema formal compuesto por cuatro elementos: el significante-amo, el saber, el sujeto dividido y
el objeto-causa del deseo, le servirán como marco teórico para abordar los dispositivos ternarios por él identificados que han fundamentado las
dramaturgias actorales y directoriales más relevantes del SXX. Valenzuela encontrará en esas ternas, modos posibles de teorizar el funcionamiento de las
"máquinas de actuación" construidas por las distintas poéticas de dirección, al servicio de la máquina semiótica del espectáculo, cibernética, en términos
de Barthes.
Así es como Stanislavski -sostiene el investigador- construyó su máquina espectacular a partir de una matriz ternaria-aristotélica, esto es, entendida como
dispositivo artístico-pedagógico que tiene a la acción como su pieza clave y como temporalidad dramática un principio, medio y fin. Eisenstein, por su
parte, hizo lo propio pero en un dispositivo ternario hegeliano, esto es, dialéctico.
La máquina de Meyerhold será pensada como un dispositivo concreto y no de cálculo de comportamientos escénicos, y en ese sentido formalizable, tal el caso
del método stanislvskiano de las acciones físicas. La matriz ternaria de la máquina del creador de la biomecánica tomará dos formas posibles: intención,
realización y reacción, por una parte, y actuación, preactuación y antiactuación, por otra. Es esta última, afirma Valenzuela, la de la convención
consciente, la que habría de darle al director ruso mayor reconocimiento.
El aporte de Tadeusz Kantor ha consistido en otorgarle a la máquina la posibilidad de su detención y descomposición. Anulada la acción, sólo subsiste la
pulsión. La terna se constituye en este caso por el acontecimiento, flanqueado indistintamente por la pasividad profunda y la acción descontrolada.
Por último, los directores argentinos Paco Giménez y Ricardo Bartís son elegidos por Valenzuela para inscribirlos en esta genealogía maquínica, pero en un
matiz conceptual que incorpora la trinidad y no ya la terna para pensar las poéticas respectivas.
La actuación.Entre la palabra del otro y el cuerpo propio
despliega el juego que se entabla entre actor y director iluminando una relación que, no por creativa, resulta menos polémica.