número 16 | junio 2018
Críticas
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Fassbinder, todo es demasiado. Invocación VII

Daniela Berlante (UNA/UBA)

 

Dramaturgia y dirección: Lisandro Rodríguez

Productor: Gabriel Zayat

Elenco: Carla Petrillo, Horacio Banega, Carlos Defeo, Norberto Laino, Sofía Cobas Alé y Lisandro Rodríguez

Diseño escenográfico, vestuario y objetos: Norberto Laino

Diseño espacial: Norberto Laino y Lisandro Rodríguez

Diseño de luces: Matías Sendón

Asistente de vestuario y escenografía: Sofía Cobas Alé

Asistente de dirección: Paco Gorriz

El cultural San Martín. Sarmiento 1551

 

Invocaciones es un ciclo cuya propuesta ha sido, desde su concepción, establecer un diálogo y un puente entre la escena local y aquellos directores capitales del SXX que, a la manera de puntos de inflexión, produjeron una ruptura en la tradición del teatro de Occidente, de modo que admitirían ser calificados como instauradores de discursividad, en términos de Foucault. Es así como desde 2014 han sido convocados los nombres de Jarry, Meyerhold, Brecht, Artaud, Pasolini y Kantor para ver cómo resonaban sus figuras, sus estéticas, sus puestas, sus derroteros, sus escritos  en manos de directores locales contemporáneos. Mariana Chaúd, Silvio Lang, Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu, Sergio Boris, Matías Feldman y Mariana Obersztern recogieron ese guante volviendo materialidad escénica lo que inspiró en cada uno de ellos el mundo designado por semejantes nombres propios.

En su última entrega, el ciclo ha invocado nada menos que a Rainer Werner Fassbinder, un artista imposible de inscribir en una sola categoría: director de cine y de teatro, actor, guionista y dramaturgo fue prolífico y excesivo para el escaso  tiempo en que vivió. En apenas 37 años y casi como si intuyera la brevedad de su vida logró concentrar en una obra multifacética problemáticas insoslayables como el amor y el dinero, el sexo y el poder, la dominación y las mujeres, el Holocausto y el estatuto del pueblo alemán.

¿Qué ha hecho de todo esto Lisandro Rodríguez en su calidad de dramaturgo y director? En principio, elegir un título. Fassbinder, todo es demasiado funciona como la cifra que concentra las líneas que va a trazar el espectáculo. Si todo es demasiado, entonces Rodríguez va a elegir el despojamiento como sello y marca de lo que será su invocación. La puesta se resuelve en la creación de una atmósfera que invita a evocar la obra y figura del creador de Las amargas lágrimas de Petra Von Kant a través de destellos que, no por fragmentarios, dejan de armar una máquina sensorial. Allí se suceden escenas que remiten a sus películas, monólogos que explican en formato magistral los factores socio-políticos que permitieron el ascenso del nazismo (muy acertada la presencia de Horacio Banega), canciones que imprimen un imaginario epocal y contribuyen a generar ambientación (de la mano del propio Rodríguez y de la actriz Carla Petrillo), graffitis que reponen en formato escriturario la voz y el grito del artista alemán.

Invocaciones VII  invoca a Fassbinder desde la materialidad propia del espacio acordado para el ritual. El diseño de Norberto Laino nunca oculta la situación de enunciación. Se está en el Cultural San Martín y es allí donde se efectúa la apelación. Lo registramos cuando desde los ventanales contra los cuales se plantean las escenas  se deja ver el edificio enfrentado, clara evidencia de nuestra localización real como intervinientes. También cuando el alter ego del realizador de Querelle (Carlos Defeo) abandona el espacio escénico para continuar su actuación  en el hall que precede a la sala B. No hay la voluntad de ficcionalizar. Lo que la obra deja ver es la realidad de sus mecanismos.

Ya para concluir, y en un ademán que va a desafectarla de su lógica conceptual, la puesta se inclina finalmente por el exceso, haciendo de la demasía su complicidad con el título y con el propio Fassbinder. La profusión de afiches de sus películas colocados afanosamente por los actores, la disposición de las múltiples maquetas de Laino y Cobas Alé que, a la manera de teatros ópticos, rememoran sus producciones más resonantes van a funcionar como un guiño cómplice que pugna por ofrecer a tamaño artista la medida de su propia proliferación.