número 17 | noviembre 2018
Críticas
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Petróleo

Liliana B. López (UNA)

 

Grupo Piel de lava (Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes)

Intérpretes: Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa, Laura Paredes

Música y diseño de sonido: Zypce

Iluminación: Matías Sendón

Vestuario: Gabriela Fernández

Escenografía: Rodrigo González Garillo

Dramaturgia y dirección: Piel de lava y Laura Fernández

Sala Sarmiento, Complejo Teatral de Buenos Aires

 

Petróleo es la quinta producción del proyecto de teatro grupal de Piel de lava que sumó, como en los dos últimos, a la dramaturga y directora Laura Fernández

En Petróleo la situación conflictiva resulta atravesada de manera transversal por, al menos, dos ejes: la ubicación social y el género. Parafraseando a la filósofa Elsa Drucaroff, se trataría de dos órdenes que organizan el discurso, el orden de clase y el orden de género.

El primero es el que condiciona a los personajes a estar allí, en el medio de la nada, esperando algo que no termina de ocurrir. 

La escena sintetiza un campamento para la exploración petrolera en algún lugar de la Patagonia. Las casillas y el baño químico de los operarios quedan minimizados ante la imponente bomba extractora que genera sonidos aleatorios entrecruzados con los del viento. Como un gran falo imperturbable, horada la corteza de la tierra buscando el oro negro, la riqueza escondida de la que los operarios no verán sino migajas. La situación de ellos es endeble y la preocupación por la precariedad laboral surge en los diálogos además de estar a la vista. Su contrafigura es el joven ingeniero, del que se dice que puede llegar en cualquier momento. Burlándose, imitan en su verborragia llena de tecnicismos y planes alternativos "... se pone el casco y habla como si estuviera en la Nasa, el infeliz", pero también envidian su buen pasar, le temen y hasta se permiten fantasear con un atentado que puede causar pérdidas millonarias en dólares.

La soledad, la noche y el clima despiadado alimentan las fantasías: algunos creen haber visto los fantasmas que un rumor alimentó. Un grupo de anarquistas fue abandonado en el pozo y sus sombras rondan la instalación. Tan borrosos como todo lo demás: los patrones, las familias, los recuerdos. Y en este punto es cuando un orden se encabalga sobre otro: el orden de género cuya problematización está jerarquizada en los códigos de la escena.

Como en un juego de pliegues neobarroco se deconstruye un género desde otro, ya que son cuatro actrices las que le ponen el cuerpo a los personajes. Varones por la biología, las actrices parten de un punto alto en la construcción de los típicos machos: con gestos y costumbres groseras, competencias de fuerza y discursos machistas en relación con las mujeres; pero la situación ya descripta va deconstruyendo lentamente ese mandato al tiempo que se despojan de los velos impuestos. Simulando jugar, al principio, se maquillan y se visten con prendas femeninas. La suavidad de una campera, el erotismo evocado por unos stilettos y las confesiones sobre su supuesta realidad sentimental, dejan aflorar los deseos ocultos y se permiten dejar caer las máscaras sociales. 

La aridez del pozo parece por un momento abrir una esperanza, al cambiar de sonido, lo que dispara el pogo de "Ji ji ji", el himno ricotero. Pero será breve, la máquina sigue horadando la tierra sin resultados; es "como hacerle la paja a un muerto", se dirá.

Como el casino en el que imaginan diviertiéndose al ingeniero, son víctimas del azar y de la nada. También de la desproporción entre lo que se podría extraer y sus vidas de escasez y miseria por los contratos laborales basura. La paradoja es que el petróleo también lo es, pero se necesita que pasen millones de años. Una desproporción más en relación con sus pobres expectativas de vida, a causa del trabajo insalubre y que se debante entre uno y otro orden.