número 18 | julio 2019
Críticas
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Imprenteros de Lorena Vega

Federico Aguilar (UNA/UNSAM)

 

Elenco: Sergio Vega, Federico Vega, Lorena Vega, Julieta Brito, Juan Pablo Garaventa, Lucas Crespi, Federico Liss, Viviana Vazquez y Vanesa Maja.

Espacio: M. Celeste Etcheverry.

Vestuario: Julieta Harca.

Luces: Ricardo Sica.

Sonido y música original: Andrés Buchbinder.

Fotografía: César Capasso.

Diseño Gráfico: Petre.

Audiovisuales: Andrés Buchbinder, Emi Castañeda, Agustín Di Grazia, Franco Marenco, Gonzalo Zapico.

Colaboración en movimiento: Margarita Molfino.

Asistentes: Fabiana Brandán y Santiago Kuster.

Colaboración artística: Damiana Poggi.

Dramaturgia y dirección: Lorena Vega.

Centro Cultural Rector Ricardo Rojas.

 

La irrupción de lo real en la escena,  tal como lo señala el teórico español José Sánchez,  se muestra innegable como fenómeno internacional. Buenos Aires no es ajena a esto, su prolífica producción de biodramas lo demuestra. El terreno que no deja de sembrar Vivi Tellas y que radicaliza Lola Arias,  no cesa de provocar nuevas derivas. La obra de Vega surge en este contexto del campo teatral, destacándose por su singularidad.

IMPRENTEROS nace como parte del PROYECTO FAMILIA, llevado a cabo en el CCRojas y curado por Maruja Bustamante. Vega moldea de manera dramática su presente, pasado y futuro familiar, pero además lo cruza con el mundo del trabajo. Aquí es donde aparece la profesión, oficio o incluso el arte que implica ser imprentero y que, además, proporciona el nombre a este biodrama.

Vega comienza la obra con un relato en tono intimista, que compromete al público de tal modo que se escuchan pequeñas contestaciones del mismo. Paradójicamente el micrófono ayuda a lograr este efecto, como si bajara a Vega del escenario. Desarrolla el testimonio de su pasado apoyándose en fotografías que reafirman el relato, en donde es protagonista su padre, dueño de la imprenta en la que transcurrió la infancia de  la autora. Esta marca, constituyente de la identidad de Vega, hace comprender y empatizar con otro hecho que relata el espectáculo: sus medios hermanos, una vez muerto su padre, cambiaron la cerradura del taller de impresión, lo cual impidió que pudieran volver a entrar ella y sus hermanos.

Vega durante el desarrollo de la obra va a ir cartografiando los distintos episodios de su vida a través de la memoria. Una memoria que como siempre, no solamente puede ser dolorosa o alegre, según los casos, sino también contradictoria, tal como se ve en las diferentes interpretaciones que dan los hermanos a un mismo hecho. Reconstruye su pasado y lo muestra por medio de diferentes procedimientos; representa escenas de su vida con ayuda de amigos actores y actrices, a través de videos familiares (algunos de ellos con mucho humor a pesar de estar revestidos de marcas dolorosas), lo hace también por medio de entrevistas que le realiza a sus parientes, etc. Sin embargo, es fundamental en esta reconstrucción del pasado en escena, la participación de uno de sus hermanos. Sergio va a encarnar (en la vida y en la obra) el oficio del imprentero. La actuación de este “no actor” va a cautivarnos de principio a fin, sin nada que envidiar a las precisas y efectivas actuaciones de los actores profesionales que participan de la obra. Quizás, lo cautivante de Sergio es la mezcla de su comodidad en la escena con un cuerpo preciso y presente, más su honestidad y singularidad en el relato.

Vega, mediante la generosa y exquisita colaboración de su hermano, nos transporta de diferentes maneras al mundo de los imprenteros. Lo hace exponiendo su especificidad y especialización. A través de distintos procedimientos escénicos, nos señala aquello que los imprenteros pueden ver, hacer u oír y que escapa al resto de las personas; adivinar por el sonido un modelo específico de máquina, explicar cómo está confeccionado en tamaño, diseño y color cualquier pieza gráfica que casualmente tenga el público, etc.

La autora, expone la especificidad de los imprenteros pero la conecta hondamente con lo más nuclear del teatro, el cuerpo del actor. Pide a su hermano que muestre los movimientos corporales que implica realizar una impresión con estas maquinarias. Sergio, al hacerlo arma una cadena de acciones, la cual se va a moldear de diferentes formas tal como se lleva a cabo en muchos ejercicios teatrales. Poco a poco, con esta cadena de acciones más los sonidos grabados de una imprenta, van a ir generando una coreografía, en la que se sumarán también los actores, provocando un clímax que conmoverá profundamente hacia el final. Todo se manifiesta como si el mundo del teatro y la impresión hubieran estado siempre naturalmente entrelazados.

El teatro una vez más se postula como creador de mundos y esto no significa necesariamente imaginarlos desde la ficción. Vega moldea dolores y fantasmas en ingeniosas, divertidas y conmovedoras escenas, como una suerte de palimpsesto en donde escribir lo mismo no da igual resultado. Vega calibra con destreza la maquinaria teatral que va a llenarnos de entretenidas y conmovedoras impresiones.