número 18 | julio 2019
Críticas
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Tadeys

Daniela Berlante (UNA/UBA)

 

Autor: Osvaldo Lamborghini, en versión teatral de Albertina Carri y Analía Couceyro

Elenco: Diego Capusotto, Canela Escala Usategui, Javier Lorenzo, Iván Moschner, Felipe Saade, Florencia Sgandurra, Bianca Vilouta Rando, Analía Couceyro

Música: Florencia Sgandurra

Iluminación: Sol Lopatín

Vestuario: Mónica Toschi

Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez, Mariana Tirantte

Dirección: Albertina Carri y Analía Couceyro

Teatro Nacional Cervantes. Sala Luisa Vehil

 

Probablemente Tadeys, el espectáculo concebido por Albertina Carri y Analía Couceyro a partir de la novela inconclusa de Osvaldo Lamborghini, se vuelva uno de los fenómenos teatrales del año. No solo porque las localidades se esfuman apenas salen a la venta, tal como sucede con las bandas de rock consagradas -lo que contribuye a hacer de la pieza una suerte de objeto de culto-, sino porque parecía impensado llevar a la escena una obra inabordable como la que el autor de El Fiord concibió en 1983 durante su exilio barcelonés.

Si bien es cierto que ya no hay textos imposibles para el teatro porque todo admite su correlato espectacular, Tadeys se presenta como un desafío a las leyes de lo escénicamente posible.

La zona que Carri y Couceyro despejan para su versión teatral es la que tendrá lugar en la región de La Comarca, dentro de un transatlántico en desuso o buque de “amujeramiento” –logro escenográfico de Tirantte y Córdoba- que hará las veces de un correccional para jóvenes violentos.

El proyecto de disciplinamiento pergeñado por el psiquiatra Jorge “la araña” Ky y el Comandante Jones “la hiena” Hien, en la piel de un Diego Capusotto y un Javier Lorenzo realmente memorables, apunta a la transformación de los insurrectos en mujeres, en “damitas” dóciles. Violación, tortura y castigos corporales serán los pilares del tratamiento de feminización.

Los espectadores desconocen esta maquinaria del horror cuando ingresan a la sala Luisa Vehil del Teatro Nacional Cervantes y son cordialmente recibidos por la pareja en cuestión. El comandamte hará entrega, de manera personalizada, de una suerte de estampita en la que se lee: “Nada hay más reprobable que la homosexualidad, aunque su contrario no exista”, sobre un fondo que ilustra una escena de felación, en la que una mujer arrodillada soporta la presión de la mano de un hombre sobre su cabeza. El doctor Ky aclarará que si algo de la propuesta llegara a herir la sensibilidad del público, éste será compensado con una ópera bufa al final de la obra.

Tadeys diseña una dialéctica político - sexual en la que sólo subyace la lógica del sometimiento. La única condición de existencia para las sociedades es la del control y éste se juega en el territorio de los cuerpos que, en este caso, es el de las mujeres. Encorsetadas y ajustadas, ya pacientes heridas de hospital o presidiarias en celdas de castigo, las” damitas” domesticadas denuncian desde el vestuario creado por Mónica Toschi su condición de oprimidas. Otro tanto ocurre con las escenas  proyectadas en los televisores. Los espectadores podrán reconocer las escenas de Amo y Señor, telenovela emblemática de los años 80 que hizo de la violencia de género su apuesta más recordada.

En la propuesta de inversión carnavalesca, lo aberrante del ejercicio del poder que encarna en los hombres y asume la forma de fenómeno teatral se tolera gracias al registro hilarante que afecta a toda la obra. Esto redunda en las coreografías, en la música -responsabilidad de Florencia Sgandurra quien, además, toca en vivo-,  en la ópera bufa del final y en la película dirigida por Carri, donde Couceyro interpreta a un hombre que funciona como el alter ego de Osvaldo Lamborghini.

Las actuaciones brillantes de Iván Moschner, la del grupo de los jóvenes Canela Escala Usategui, Felipe Saade y Blanca Vilouta Rando contribuyen a aceitar esta máquina de la crueldad que bien podría haber salido de un sueño artaudiano.