número 19 | diciembre 2019
Críticas
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Danza macabra (Dödsdansen)

Liliana B. López (UNA)

 

Autor: August Strindberg

Traducción del sueco al alemán: Emil Schering

Traducción del alemán y versión libre: Analía Fedra García

Elenco: Leonor Manso, Antonio Grimau y Gustavo Pardi

Músico en escena, música original y diseño sonoro: Gustavo García Mendy

Diseño de iluminación: Marco Pastorino

Diseño de vestuario: Paula Molina

Diseño de escenografía: Rodrigo González Garillo

Dirección: Analía Fedra García

Teatro Regio

 

Alicia y el Capitán son un matrimonio de fracasados. Cada uno en lo suyo -ella como actriz, él en la carrera militar- se han encargado de hacer de la convivencia un infierno cotidiano. Mientras fantasean con festejar sus bodas de plata, irrumpe Kurt, un pariente de Alicia, a quien el Capitán responsabiliza de haberlos presentado. Sea falso o no el recuerdo, la pareja va enredando a Kurt en una intrincada telaraña de mentiras y verdades a medias, hasta lograr su completa destrucción.

Con una puesta coreográfica, la directora Analía Fedra García secundada eficazmente por el diseño sonoro de Gustavo García Mendy -una suerte de maestro de ceremonias del ritual fagocitador- consigue que los actores desplieguen sus mejores armas actorales.  Leonor Manso (Alicia), Antonio Grimau (el Capitán) y Gustavo Pardi (Kurt) sostienen con notables e intensas actuaciones este desafío escénico con tanta sutileza que hasta -por momentos- producen empatía entre los espectadores, en un drama donde nadie es inocente y donde todos mienten, especialmente, a sí mismos. Mientras tanto, se divierten, bailan y juegan al borde del abismo y la nada.

El dispositivo escénico resulta innovador, ya que le permite al músico ejecutar diversos instrumentos en vivo siendo apenas visible y ejercer el rol del centinela, exhibiendo la teatralidad.

El ritmo de los intercambios verbales se acelera hasta el paroxismo, así como los movimientos alrededor de la presa. Por momentos víctimas, casi siempre victimarios, destilan sus pensamientos más abyectos sobre sí mismos y sobre los otros.

No es casual que estén solos, en una isla alejada de la sociabilidad. Sus vecinos no los quieren, sus hijos se han marchado a la ciudad, las criadas los abandonan. El espacio-madriguera, oscuro y claustrofóbico, se enciende con la llegada de la posible presa. Como el vestuario de Alicia, cada vez más luminoso y colorido. Como la salud del Capitán, que pasa de la agonía al rejuvenecimiento y al deseo de volver a casarse con una mujer joven.

Con este texto, escrito alrededor de 1900, Strindberg abandona el naturalismo e inaugura el expresionismo  teatral, como en Sonata de espectros o Camino a Damasco. La subjetividad aflora en los diálogos, la mueca prevalece sobre el gesto social, el grito sobrepasa al tono social aceptado. Ya no hay determinismo ni ley de la herencia, mucho menos dioses. Quedan los individuos, aislados y destructivos, cuyos vínculos -el matrimonio, la amistad o las relaciones parentales- denuncian su aspecto hipócrita y convencional. De la lucha de sexos o de la guerra de cerebros sólo sobreviven los más fuertes, aunque parezcan débiles. La táctica de victimizarse funciona a la perfección, como una danza bien ensayada, hasta que el incauto cae y es vampirizado: un sacrificio necesario para que todo continúe como antes.

 Analía Fedra García ha organizado los diferentes códigos de la escena de manera tal que el mecanismo funcione como una pieza de relojería, en especial, el ritmo. Ya sea de la enunciación de la palabra o de los movimientos, la tensión crece hasta ser insostenible, hasta el estallido que preanuncia la calma final, cuando todo el ciclo podrá recomenzar.