Lulú, una tragedia monstruo
Por Liliana B. López (UNA)
Autoría: Frank Wedekind
Adaptación: Cintia Miraglia, Miguel Sorrentino
Actúan: Héctor Bordoni, Carlos Ledrag, Horacio Marassi, Iride Mockert, Cristian Sabaz, Miguel Sorrentino
Diseño de vestuario: Paula Molina
Diseño de escenografía: Victor Salvatore
Realización de escenografia: Victor Salvatore
Realización de vestuario: Paula Molina
Música original: Carlos Ledrag
Letras de canciones: Cintia Miraglia
Técnico De Sonido: Matías Dapena, Ezequiel Morfi, Titanio Studios
Diseño De Iluminación: Matias Noval
Fotografía: Cristian Holzmann
Comunicación: Marcos Mutuverría
Diseño gráfico: Cintia Miraglia
Asesoramiento en sonido: Matías Dapena, Ezequiel Morfi, Titanio Studios
Asistencia de dirección: Ramiro García Zacarías
Coreografía: Valeria Narvaez
Dirección musical: Carlos Ledrag
Dirección: Cintia Miraglia
“El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer.
Y en ese claroscuro surgen los monstruos.”
Antonio Gramsci
La directora Cintia Miraglia ha llevado a la escena una versión de cámara titulada Lulú, una tragedia monstruo (2023) en la que como en Woyzeck, se inicia con una invitación circense:
“Pasen, pasen, alegres damas y altivos caballeros. Pasen a ver las fieras. Con ardor voluptuoso y temblando de miedo, verán ustedes a la criatura domada por el genio del hombre. (…)”
En el marco de las vanguardias históricas, el movimiento expresionista tomó como bandera la postulación de la necesidad de una “humanidad nueva” como crítica al estado de situación. Franz Wedekind, considerado pre-expresionista por la crudeza de los temas que abordó especialmente en El despertar de la primavera. La caja de Pandora y El espíritu de la tierra, construyó fuertes personajes femeninos. En una síntesis, Alban Berg compuso la ópera Lulú -cabe recordar que también compuso la ópera Wozzeck, basada en los textos inconclusos de Georg Büchner bajo el título de Woyzeck. Entre dos épocas, nacieron las vanguardias y hoy, nuestra percepción de los tiempos se asemeja.
Miraglia reelaboró el material y compuso las canciones de esta singular pieza, en la que una mujer se atreve a dar rienda suelta a sus deseos, provocando la incomprensión y la ira de los hombres que la rodean. Lulú es una fuerza abismal, una energía que devora y destruye a su paso todo lo que encuentra, tal como concebía Antonin Artaud al personaje teatral.
La performance brillante de Iride Mockert comprende un alto grado de variaciones de estados, alejados de la composición realista. Por momentos seductora, deviene monstruosa con los destinatarios de su conquista. Ejerce un poder sobre ellos, arrastrándolos a la aniquilación, sin ninguna consideración de tipo moral. Toma lo que desea, sin medir las consecuencias. Lejos de haber sido “domada” por la razón -como lo anunciaba la invitación- bajo la máscara de la sociabilidad femenina, destruye y se autodestruye con la misma intensidad.
Un espectáculo de fieras “civilizadas” que intentan domesticar a quien se considera “salvaje” por no rendirse a los mandatos sociales. Un espectáculo dentro de otro, como una puesta en abismo donde el látigo constituye el enclave y la clave de toda la obra. Un látigo que, por momentos, está en manos de Lulú, pero que detentan la mayor parte del tiempo, los hombres. Sus figuras son casi intercambiables -con logradas actuaciones de Horacio Marassi, Héctor Bordoni, Carlos Ledrag y Miguel Sorrentino- en sus distintos roles: amante, marido o explotador.
Tragedia, cabaret, varieté, ópera de cámara, espectáculo circense y podríamos seguir. Justamente, en la hibridación de las formas, en el no ajustarse estrictamente a una poética o a un género en particular, también reside el encanto de esta puesta en escena multiforme y de altísima calidad en todos los rubros, como ya nos ha acostumbrado Cintia Miraglia.