número 25 I noviembre 2025
Críticas
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Al oeste: capítulos I y II, un gesto radical

Luciana Martínez Bayón (UNA)

 

Autor: Martín Flores Cárdenas

Actúan: Martín Flores Cárdenas, Pablo Ragoni

Diseño de vestuario: Lara Sol Gaudini

Diseño de escenografía: Ruslan Alastair Silva

Realización de video: Pablo Camaiti

Música original: Diego Vainer

Diseño de iluminación: Matías Sendón

Asesoramiento coreográfico: Marina Otero

Asesoramiento artístico: Marcos Krivocapich, Diana Lenton

Asistencia de dirección: Bernardita Epelbaum

Coordinación Talleres de realización: Guadalupe Borrajo, Sofía Davies

Coordinación de producción: Lucia Hourest, Eliana Staiff

Colaboración musical: Ramiro Vergara

Coordinación técnica: Fabián Barbosa, Magdalena Berretta Miguez, Federico Cerone, Clara Izaguirre

Coaching musical: Luciano Scalera

Dirección: Martín Flores Cárdenas

Sala: Teatro Sarmiento

 

Si en la obra No hay banda (2022) Martín Flores Cárdenas parecía radical en su gesto de cuestionar los límites de la teatralidad afirmando que “Esto no es una obra”, en Al Oeste: Capítulos I y II, parece redoblar la apuesta, nada más y nada menos, que en un teatro del circuito oficial. El autor expone los pormenores de la convocatoria hecha por el Complejo Teatral de Buenos Aires para que haga una obra “como las que hace en su teatro” (Casa Teatro Estudio, un espacio pequeño y con reducidas localidades). En principio él se niega aludiendo que ese tipo de teatro pondrá condiciones y, por lo tanto, no podrá hacer lo que le interesa, pero luego de idas y venidas acepta, no solo sin perder su estilo sino también redoblando la apuesta. Así nace Al Oeste: Capítulos I y II, donde el autor dice buscar una parte de su historia que hasta el momento desconocía, una parte perdida de su biografía a la que no tiene acceso directo pero que logra encontrar a través de un sueño, un recuerdo y, finalmente, una puesta teatral.

“Esto no es una obra”, dice y repite su autor, director y actor (aunque estas tres categorías también las ponga en duda). El dramaturgo escribe en vivo, borra y edita, hace y deshace mientras el público lee en pantalla gigante lo que parece el discurrir de sus pensamientos. En esta obra no se escuchan las voces, se las lee, quedan en la imaginación del público el tono de voz del escribiente y el de Pablo, un vaquero que lo acompaña en escena. Flores Cárdenas crea este dispositivo desafiando categorías en un gesto radical, y hasta irónico, que anula las voces, coloca el texto en el centro de la escena y pone todo a girar alrededor suyo. Si la desjerarquización del texto parecía un tema ya saldado (al menos para los afines al posdrama), Flores Cárdenas le da una vuelta más a la discusión colocándolo en primer plano y poniendo al público en contacto directo con el mismo.

Durante toda la obra veremos al autor escribiendo a un costado y, en una pantalla que ocupa todo el fondo de la escena, sus escritos (y borramientos) en vivo. Su relato empieza con un largo monólogo presentativo y, por momentos, reflexivo donde afirma que todo lo nombrado “soy yo”. Allí cuenta algo de su pasado, el recuerdo de la expulsión de su hogar, y también algo de su presente, un sueño en el que se ve asistiendo al funeral de un exnovio vestido de vaquero. Este monólogo es interrumpido por la aparición de Pablo, un hombre con traje de vaquero que entra tocando un tambor. Pero nada es sorpresa en esta obra ya que el escribiente también anticipa con una didascalia la entrada de este sujeto que no es ni un cowboy, ni un percusionista, ni su exnovio. Es que el autor desafía también el estatuto de personaje, por eso Pablo estará en calidad de actor y, en ese rol, interactuará con el texto según lo que el primero vaya escribiendo, improvisará algunas muertes, tocará el tambor, será escrito y dicho por el escribiente.

Ni Pablo ni Martín emitirán su voz en ningún momento, los sonidos emitidos serán de respiración y de instrumentos musicales. La presencia del tambor como elemento material y sonoro es fundamental. Flores Cárdenas cuenta sobre el origen colonial militar de dichos instrumentos y cómo entonces esos sonidos eran leídos, por los pueblos invadidos, como señal de peligro. Martín y Pablo se enfrentarán con sus tambores en una especie de duelo sin armas, pero con sonidos de western, como los de esas películas del lejano oeste que el autor miraba de niño junto a su padre. Esos elementos que parecen tan ajenos, tan distintos, tan distantes, tan inconexos, confluyen en la historia del autor, en la búsqueda de esa parte de su biografía que desconoce, pero está latente. Un sueño trae un recuerdo cargado de violencia, la historia de un cuerpo ajeno que huye del peligro. Flores Cárdenas descubre así el reflejo en un otro, un pasado que se resignifica y revela lo que estaba oculto, algo de esa otredad también le es propio, también lo constituye, el otro también soy yo.