número 25 I noviembre 2025
Críticas
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Civilización

Clara Mari (UNA)

 

Autoría: Mariano Saba

Actúan: Julieta Brito, Pablo Fusco, Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni, Mariano Sayavedra

Vestuario: Julieta Harca

Escenografía: María Celeste Etcheverry, Santiago Rey

Iluminación: Soledad Ianni

Peinados y maquillaje: Agustina Luque

Diseño sonoro: Agustín Flores Muñoz

Realización de escenografía: Iván Aurelio Elías

Realización Set-electric: Valentina Ávila, Caterina Fólgar Pacheco, Emily Graf, Soledad Ianni, Valentina Pezzali, Casiana Ronconi Palma

Música: Agustín Flores Muñoz

Fotografía: Sebastián Freire

Diseño gráfico: Javier Jacob

Asistencia: Gabo Baigorria

Asistencia de vestuario: Mila Mattarazzo

Asistencia general: Luciano Heredia

Producción: Gabo Baigorria

Coreografía: Jazmín Titiunik

Coproducción: Dumont4040

Dirección: Lorena Vega

 

El primer parlamento de Civilización nos ubica en el tiempo y el espacio de la ficción: corre el año 1792 en una Buenos Aires que acaba de perder su único teatro en funcionamiento conocido como La Ranchería. Se lo llevaron las llamas junto con la ilusión de asistir a un espacio local que se hiciera eco de uno de los hábitos cultos del antiguo continente. El personaje que comienza quebrando la cuarta pared con los ojos fijos en el público es interpretado por Pablo Fusco y se autodefine como un español desharrapado en una tierra hostil, nostálgico de los buenos tiempos en su España natal. 

El hecho es verídico: en 1792 se incendió La Ranchería, el teatro que nueve años antes había mandado a crear el virrey Vértiz, y Buenos Aires se quedó sin una sala que propusiera espectáculos teatrales. Por detrás, se construye la ficción en escena: las protagonistas criollas (Andrea Nussembaum y María Inés Sancerni) asistieron a la función y sobrevivieron al incendio, pero se sugiere que dejaron morir a su hermana bastarda (Julieta Brito). El elenco lo completa Mariano Sayavedra como otro español perdido en el nuevo continente que, fusil en mano, ayuda a las mujeres en su deriva y acompaña la melancolía de su compatriota.

Una traición familiar en medio de un hecho histórico visibiliza una de las discusiones centrales para la cultura argentina desde sus inicios: ¿qué es la civilización y qué es la barbarie? ¿Cuántos hechos bárbaros se escondieron atrás de la representación de una clase civilizada? ¿Qué tipo de civilización propia construimos sin caer en el cipayismo que supone que todo lo que viene de afuera es superior?

Es difícil eludir a Sarmiento cuando se titula con el término civilización. El uso remite directamente a su Facundo, civilización o barbarie y también a la anécdota que escribe en el prólogo: a fines del año 1840 en su camino a Chile como exiliado escribió la frase en francés On ne tue Point les idées (las ideas no se matan). Podemos decir que hemos visto a las mejores mentes de nuestra nación escribir una frase en francés en medio de San Juan y burlarse porque no fuera comprendida. Los críticos literarios posteriores notaron cómo Sarmiento enunciaba desde un lugar culto pero luego en el desarrollo confundía los autores a los que les asignaba sus citas. Todo este párrafo de repaso literario para señalar que nuestra civilización fue y sigue siendo motivo de posicionamiento y discusión.

Mariano Saba desde la dramaturgia y Lorena Vega como directora lo saben y lo remarcan. La obra muestra su propio artificio con quiebres temporales que actualizan la ficción de ese fin del siglo XVIII hasta nuestros días. “Hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados”, se escucha -por ejemplo- en una cita maradoniana que los espectadores conocen y aplauden. En medio de un 2025 con salarios públicos que bordean la línea de la pobreza, con manifestaciones semanales en protesta por trabajadores del Garrahan, por despidos masivos, por la afrenta a las universidades públicas, por la quita de derechos a gente con discapacidad, por el vaciamiento del INCAA y del Instituto Nacional de Teatro, por el desfinanciamiento de las instituciones culturales argentinas en general, por la represión semanal a los jubilados que cada miércoles piden por sus derechos, en una lista que podría seguir. También Civilización es una denuncia a un gobierno que pretende incendiar la cultura local y se jacta de eso. Lo hace con suma elegancia: una obra con buenos parlamentos, actuaciones destacadas, inteligente, lúcida, muestra que los incendios pasan y el teatro queda.