Extenuaciones del mecanismo de poder. A propósito de Coquetos Carnavales de Luis Cano
Gerardo Camilletti (IUNA)
En
este trabajo propongo observar el vínculo entre la estética del esperpento y el
contexto en que emerge o más bien reaparece. De qué manera la propuesta de
Valle Inclán se reactualiza en Coquetos Carnavales de Luis Cano, en un
contexto en el que tal vez sea posible pensar que la forma que más
ajustadamente daría cuenta de los procesos históricos y de los mecanismos que
sostienen el poder en Argentina es el esperpento. Desde este punto de vista es
necesario pensar en el lugar que ocupa el espectador en la recepción del texto
en el cual no pareciera ser imprescindible una competencia puntual sobre la
estética antes que una competencia histórica.
Si
bien es cierto que la comprensión previa sobre la estética del esperpento
posibilita una lectura más productiva, parece necesario, como mínimo, conocer
algunos acontecimientos históricos para inferir las lecturas posibles que
propone la obra de Cano.
De
todos modos, vale repasar al menos de modo superficial lo que propone la
estética del esperpento.
Hace
poco menos de un siglo, Ramón del Valle Inclán describía su
propuesta estética fundada en la impresión que tenía de la realidad española de
ese momento. No pretendo hacer un paralelismo por el placer de buscar puntos en
contacto sino más bien plantear la pregunta acerca de qué hará que los
acontecimientos históricos que perfilaron nuestra historia den un resultado
estético similar al de Luces de Bohemia, Ligazón, La Rosa de Papel, Divinas Palabras, etc. En el contexto histórico en que
vivó Ramón del Valle Inclán, parecía lógico.
Hacia
la segunda década del siglo XX, Ramón del Valle Inclán desarrolla su teoría del
esperpento señalando inicialmente su deuda con Goya quien para él es el
inventor del esperpento teniendo en cuenta las Pinturas Negras y sobre
todo Los caprichos, producidos en un contexto crítico para España en los
finales del siglo XVIII. También como en los textos de Valle, en Coquetos
Carnavales hay algunas imágenes que recuerdan la producción de Goya, por
ejemplo los personajes intentando entrar o salir amontonados por espacios
angostos, los agrupamientos de figuras, el cuerpo ahorcado que sigue siendo
degradado mientras oscila suspendido en el aire, entre otras.
El
esperpento es definido en tres textos: Luces de Bohemia, el prólogo a Los
cuernos de Don Friolera y una entrevista que le hacen para el ABC de
Madrid. En su teoría, el concepto de “deformación” pareciera ser central,
afirma que “España es una deformación grotesca de la civilización
europea” que “el sentido trágico de la vida española sólo puede darse a través
de una estética sistemáticamente deformada” y, en cuanto al estatuto de los
personajes, recurre a la imagen de los espejos cóncavos en los que lo que se
refleja es deforme y dice: “los héroes clásicos reflejados en los espejos
cóncavos dan el esperpento”. Por lo tanto si el esperpento se presenta como
“una superación del dolor y de la risa”, Valle tomará distancia de sus personajes
y se ubicará “levantado en el aire”, tal como define una de las tres formas de
ver el mundo artísticamente, considerando así a los personajes “inferiores al
autor”.
En
el fondo, la representación deforme del mundo implica un profundo desprecio y también
una profunda desilusión.
En
los personajes del esperpento muchas veces hay una representación del dolor,
pero justamente, los rasgos deformes, el carácter grotesco de estas marionetas,
hacen que esa representación sea mostrada como tal y por lo tanto funcione como
una fantochada. Es decir, hay en los asuntos desarrollados en los textos un
trasfondo trágico pero el modo de representarlo a través de personajes
“esperpénticos” lo vuelve ridículo, risible. Como si el dolor no pudiese ser
tomado en serio, como si la pérdida total de la esperanza le ofreciera la risa
como única salida, una risa nerviosa que viene de la angustia.
En
el teatro del esperpento, además del cruce con la pintura de Goya, se puede
observar una utilización de espacios angostos, la caracterización de rasgos
animales en los personajes o la fijación de una mueca que, a diferencia del
grotesco que presenta máscaras que cubren el rostro, la mueca fija un gesto
distorsionado, el rostro es la mueca. Por otro lado, también
puede pensarse en una deshumanización de los personajes en el sentido en que al
ser construidos como marionetas carecen de una conciencia del bien y del mal.
En este sentido, la representación esperpéntica como forma del grotesco procede
representando un mundo deformado y por lo tanto distanciado, de ahí el sentido
de superioridad demiúrgica del autor.
La
caracterización zoológica de personajes, la caricatura o el estatuto de
marionetas o muñecos, el carácter teatral que se presenta señalando la
inautenticidad de los gestos de los personajes y la parodia que produce una
desmitificación de valores consagrados son los recursos de los que se vale el
esperpento en el teatro. En este sentido habría que pensar en las formas de
actuación que esta estética requiere, es decir, habría que pensar en la
deformación sistemática también en el cuerpo, en las voces y el resto de los
signos del aspecto y la actividad del actor.
El
esperpento resulta entonces para Valle Inclán la forma estética que se
corresponde con las determinaciones del contexto, un contexto en el que España
había dado muestras de su fracaso frente al resto de Europa que, hacia 1898 se
hace evidente con la pérdida de su última colonia dejando en claro la profunda
crisis económica, política y cultural. Qué otra estética que no fuera un
realismo casi documental podría haber dado cuenta de esto, evidentemente, el
esperpento viene a representar esta visión de España, una visión totalmente
desilusionada y tal vez pesimista según algunos críticos de Valle.
En Coquetos
carnavales de Luis Cano resulta evidente este cruce con la estética del
esperpento. Ahora bien, entiendo que no es el contexto inmediato lo que
determina la propuesta de Cano sino más bien una percepción acerca de la
historia social y política de Argentina. Esto es, claro está, si comparamos con
la obra de Valle Inclán, tanto más grave por cuanto lo que se representa no es
un momento puntual de la contemporaneidad sino el mecanismo que sostiene
repetidamente las operaciones para la construcción del poder en el país, en
definitiva, el mecanismo que hace funcionar nuestra historia. Si algunos
críticos sostenían que la estética del esperpento resultaba una visión
pesimista, podríamos en este caso pensar que Cano duplica el pesimismo porque
la circularidad, el retorno permanente de hechos históricos, no permite una
salida hacia otros mecanismos. Ahora bien, antes que pesimismo, preferiría
hablar de una enorme desilusión o mejor de una mirada dolorosa, una mirada que
descubre y devela la repetición de la historia. Parece contradictorio hablar de
repetición de la historia si pensamos que la historia tiene que ver con una
sucesión de acontecimientos que implican cambio antes que continuidad y
repetición. Pero resulta así en Coquetos carnavales, la continuidad es
continuidad de lo mismo.
La
historia argentina parece haberse construido a través de una sucesión de hechos
de violencia, de magnicidios simbólicos que encadenaron un gobierno con otro,
un mecanismo aceitado a fuerza de repetición.
Si
bien es cierto que resulta difícil hacer una lectura histórica del presente
porque la distancia es insuficiente, sí es posible “ver”, tener una mirada
acerca de lo que nos rodea.
En
este sentido, Coquetos carnavales da cuenta de esta mirada que refleja
la distorsión, la deformidad con que se construye la historia. Los parricidios,
las conspiraciones para llegar al poder, un poder casi ridículo pero no por eso
menos criminal.
Baste
recordar casi al azar algunas sucesiones de mando que tuvieron lugar en nuestra
historia, determinadas o definidas por la conspiración y la violencia:
Rosas-Urquiza; Irigoyen-Uriburu; Frondizi-Guido; Illia-Onganía; Estela
Martínez-Videla; Alfonsín-M; De la Rúa-Puerta-Rodríguez Saa-Caamaño-Duhalde.
Una
historia en la que la mitad de los presidentes, democráticos o de facto, fueron
depuestos o renunciaron.
Otra
cuestión que interviene en la construcción de nuestra identidad nacional o
nuestra genealogía del poder es la cuestión del tratamiento hacia los
cuerpos-monumentos devenidos peleles.
No
es menor observar que en la historia argentina aparecen los cuerpos que
simbólicamente sintetizan el poder pero en los que se ha producido una
paulatina esperpentización con la consiguiente pérdida de significación o al
menos con una fuerte pérdida de su valor monumental, como son los cuerpos de
Juan Domingo Perón y de Eva Duarte, el primero mutilado y más tarde convertido
en objeto en medio de un enfrentamiento ocurrido durante su último traslado. En
el caso de Eva Duarte, un cuerpo esperpentizado aún mientras vivía, una “máscara”
de la presencia, una “mueca” del poder, un cuerpo agotado y atravesado por la
enfermedad, más tarde vuelto a su proceso de esperpentización en los distintos
tratamientos que se le dio durante sus traslado, casi como Floriana, la
moribunda de La rosa de papel.
En
este punto resulta para mí pertinente recurrir al concepto de “agotamiento” que
desarrolla Giles Deleuze que lo distingue de la idea de “cansancio” postulando
que el cansancio permite un descanso y una posibilidad de recuperar fuerzas y
en cambio el agotamiento implica una despotenciación, esto es una extenuación
de las posibilidades, cito: “se combina el conjunto de variables de una
situación, a condición de renunciar a todo orden de preferencia y a toda
organización de metas, a todo significado” (...) “se es activo pero para nada”
(...) “los términos dislocados se afirman en su distancia inseparable ya que no
sirven para nada, sólo para permutar”.
La
circularidad, la repetición de las estrategias políticas que organizaron la
historia de la Argentina, hace pensar en un presente absoluto, es decir, una
repetición que va produciendo agotamiento, (despotenciación al decir de
Deleuze) de las estructuras del poder. Los personajes repiten sucesivamente sus
acciones pero en cada repetición aumenta su nivel de degradación, como Max
Extrella de Luces de Bohemia que, a medida que va recorriendo las
calles, va esperpentizándose hasta morir. Este agotamiento, como tal, no admite
un retorno, un volver a comenzar con posibilidad de operar un cambio sino una
repetición que va dejando sin posibilidades, no hay perspectiva de otra cosa.
También
el tratamiento del espacio da cuenta del agotamiento, el hecho de que haya
desde el comienzo marcas en la escenografía que en realidad para el público se
producen mucho después de que el espectáculo ha transcurrido, esto permite
entender que “eso”, esas marcas blancas sobre las paredes se imprimen una y
otra vez y en algún momento saturarán la superficie. El espacio en donde
funciona la máquina de poder también se agota.
En
ese espacio-territorio y como un elemento funcional aparece el personaje del
Joven cuya presencia pareciera promover una lectura a partir de su permanente
movimiento convulsivo acerca de una “zona” generacional del cuerpo social;
desde este punto de vista la esperpentización está dada por su emergencia
en medio de un mecanismo que acaba por descomponerlo, neutralizarlo.
Ahora
bien, lo que se agota no es sólo el personaje o el espacio sino el mecanismo
y es precisamente en este sentido en que se me ocurre pensar que Coquetos
Carnavales no expone una mirada pesimista sino muy por el contrario. Sí es
una mirada desilusionada con respecto a la historia pero de un modo u otro se
habilita la posibilidad de pensar que, a pesar de no tener la certeza sobre
cuándo se acabará esta dinámica repetida, al menos es un mecanismo que al
agotarse, al despotenciarse permite vislumbrar un final, un deshacerse en cada
repetición. Una vez que esto deje de ser, habrá lugar para un nuevo
procedimiento.
En
el fondo, lo que pareciera estar describiendo o denunciando el texto es no sólo
la inaceptabilidad de esta máquina de la historia sino su extenuación.