IUNA
 
 
número 9 | Abril 2013
dossier 1. Sobre performatividades
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El teatro de los enigmas.

Pablo Ramírez (IUNA-CIC)

Siempre que releo a Jacques Rancière encuentro párrafos que antes no estaban, y que me vuelven a iluminar algún tipo de pensamiento. En este caso, releyendo Sobre políticas estéticas (Museu d´Art Contemporani de Barcelona, 2005) se me dio por reflexionar sobre la idea del disenso como punto de partida para un aporte estético a la emancipación intelectual.

Cuando se me propuso trabajar en el proyecto de investigación sobre artes y teatro performático creí que sería bueno tomar a Rancière y poder reflexionar sobre la emancipación y el disenso e intentar profundizar en una reflexión sobre cómo estos elementos teóricos pueden ser sumamente beneficiosos para que el teatro recupere toda su fuerza como espacio de resistencia. Quería reflexionar sobre el teatro desde otro lugar, hacerme preguntas, y ver qué ocurría. Por eso decidí tomar a un artista con el cual no sólo siento afinidad sino que creo que estéticamente resume este cruce que yo creía posible entre ciertos elementos propuestos por Rancière y las artes dinámicas. Pensé en trabajar sobre el artista español Santiago Sierra, quien en sus acciones (tan desbordantes de teatralidad) condensa una poética que tiene como búsqueda el desconcierto de la mirada del espectador. Si bien el vínculo entre Sierra y Rancière puede resultar un poco inmediato, lo cierto es que en la estética del artista español se puede ver, una vez atravesada esa especie de piel de denuncia que aparece como efectista y superficial, un camino mucho más profundo, que empieza inmediatamente a deshilvanarse para llegar a preguntas y problemas mucho más interesantes.

Resulta imposible, por cuestiones de espacio, poder abarcar y profundizar en este artículo sobre los conceptos principales propuestos por el filósofo francés. Pero en líneas generales, es indispensable mencionar que su revisionismo actualiza nociones e ideas que vienen desde los tiempos de la revolución francesa y que quedaron inconclusas cuando la idea de utopía moderna se abandonó, dejando lugar a la concreción de uno de los peores proyectos de la humanidad hasta el momento: el capitalismo liberal. Las preguntas de Rancière son las preguntas del vencido, que intenta recomenzar. Entrados en el siglo XXI, el panorama se nos presenta indefinido pero con cierto consenso general en al menos una de las cuestiones de fondo: terminamos con la utopía estética. Terminamos con esa idea de un radicalismo artístico que permita transformar las condiciones de vida colectivas. Hoy son otras áreas las que ocupan ese rol de faro vanguardista y los ojos posados en el arte no esperan que sea ese vendaval de futuro que fue hace cien años. Y más aún, el espacio que el arte ocupa en la sociedad ha sido transformado en algo simbólicamente irrelevante para la vida de mayoría de los individuos, ya sea por mecanismos de producción, por acostumbramiento o por comodidad. Ir al encuentro del arte es ir hacia lo conocido, es ir a buscar la confirmación de las respuestas con las cuales entendemos y ordenamos la vida. Y es justo en esa imposibilidad del arte de proponer nuevos espacios y relaciones que permitan poner en crisis y reconfigurar simbólicamente el territorio común donde el arte perdió toda su vitalidad política. Según Ranciére:

"El arte no es político en primer lugar por los mensajes y los sentimientos que transmite sobre el orden del mundo. No es político tampoco por la forma en que representa las estructuras de la sociedad, los conflictos o las identidades de los grupos sociales. Es político por la distancia misma que guarda con relación a estas funciones, por el tipo de tiempo y espacio que establece, por la manera en que divide ese tiempo y puebla ese espacio". [1]

Es a través del disenso (de proponer configuraciones que disientan con el orden establecido) que el arte participa de la política entendida no como una lucha por el poder, sino como una lucha contra el poder. Continúa Rancière:

"La política consiste en reconfigurar la división de lo sensible, en introducir sujetos y objetos nuevos, en hacer visible aquello que no lo era, en escuchar como a seres dotados de la palabra a aquellos que no eran considerados más que como animales ruidosos. Este proceso de creación de disensos constituye una estética de la política".[2]

Lamentablemente el teatro, que tiene en esencia la virtud de ser una disciplina propicia para este tipo de gestos políticos (Rancière repara en ello concretamente en su conferencia "El espectador emancipado". Manantial, 2010), no podría estar hoy más lejos de manifestarlo.

El trabajo performático de Santiago Sierra, siempre apoyado en una estética áspera y minimalista, condensa acaso como ningún otro la tensión que se genera en la esencia del mundo contemporáneo y en la relación entre los individuos: El diálogo que, a través de la explotación y la invisibilidad, se da entre los cuerpos dentro de la sociedad. El cuerpo oscilando entre la mercancía y la muerte.

Sus performance y acciones (cualquier otro tipo de disciplina o soporte hubiesen convertido su obra en un gesto naif) explicita con claridad la mecánica de la explotación laboral del cuerpo sometido de manera alienada y voluntaria a los devenires de la economía.

Retomando la esencia del happening "Para inducir el espíritu de imagen" que Oscar Masotta realizara en Buenos Aires en la década del 60 y sobre el cual diría que fue "un acto de sadismo social explicitado"[3], Sierra presenta a los ojos del espectador de arte contemporáneo la alienación del hombre frente al dinero. Una alienación que se vuelve absolutamente molesta debido al gesto radical de borrar casi por completo el velo tranquilizador que la poesía generalmente le imprime a la mirada cuando se posa en problemáticas en las cuales el espectador (sea como individuo o como perteneciente a un colectivo) tiene una cuota de responsabilidad.

Inscripto en el conjunto de artistas que desde comienzos del siglo XX cuestionan que el arte deba ser una actividad aislada, autónoma y desinteresada del resto de las actividades humanas, Sierra pone en escena los cuerpos que, ya instalada la globalización del siglo XXI, se encuentran en todos los rincones del planeta. Cuerpos de segunda categoría. Cuerpos necesarios para el funcionamiento del sistema capitalista, siempre y cuando estén actuando fuera de la vista de los beneficiarios del mismo sistema. Esa es la mayor efectividad en el trabajo del español, limitarse a correr ese velo, a poner delante de nuestros ojos (donde estamos más desprevenidos) esos cuerpos que sudan, se esfuerzan, se marcan y se someten a la vergüenza pública a cambio de dinero.

La estética de la obra de Santiago Sierra, como la de la mayoría de los artistas de la performance, retoma la teatralidad artaudiana que el teatro hasta hoy todavía no pudo concretar. Para él, el arte forma parte del aparato cultural, y por lo tanto tiene una función en la sociedad. Esa función es mayormente, y en términos de Rancière, una función coercitiva, consensual y no emancipatoria. "Un artista es un megaobrero que ha superado el anonimato y cuyos productos rebosan plusvalía"[4] y como tal, la sociedad tiene para con esos productos las mismas exigencias que para con cualquier otro bien de consumo: Que sea cómodo, amigable, ejemplarizante, que nos permita distendernos, hacernos sentir complacidos, inteligentes y un montón de otras cualidades que apoyen la idea de que el arte, como cualquier espectáculo, es un lugar al cual uno va a relajarse y escapar un rato de las preocupaciones de la vida.

El vínculo entre la forma de dialogar con el espectador que tiene la obra de Santiago Sierra y las ideas de emancipación y disenso planteadas por Rancière resulta más que evidente y casi inmediato. Sierra va al encuentro del otro con la intención de tomarlo por sorpresa (aún cuando podamos discutir si su actual lugar de consagración en el mundo del arte contemporáneo no consiguió hacerle perder gran parte de su fuerza) y presentarle una acción que genere un momento de tensión en la mirada, una tensión que desnude la verdadera forma de pensar del espectador y lo ponga en problemas. Pero poner en problemas al espectador (al consumidor) nunca es una buena idea, y si el arte continúa produciéndose a partir de esos cánones, el fin último del revisionismo estético que propone Rancière no podrá llevarse a cabo.

Como ocurre siempre, los autores y sus teorías van fluctuando (generalmente de Europa hacia América) y se van poniendo de moda en los círculos artísticos y todos hablan de ellos y así es siempre hasta que aparece otro pensador que renueve en mayor o menor medida el lenguaje y nos dé nuevas palabras con las que discutir nuestra práctica. Rancière no está exento de ello. Desde que comencé la investigación hasta hoy, el filósofo francés pasó de ser ese pensador novedoso a estar en boca de todos y podría casi afirmar que su discurso, como discurso, ya está empezando a aburrirnos. Sin embargo, su caso es particular porque en el fondo su planteo requiere un sacrificio que atenta contra todo el sistema de producción del arte en términos comerciales. Es muy placentero y gratificante escuchar a Rancière ya que propone repensar el rol que el arte ocupa dentro de la sociedad, y su manera de abordarlo tiene un aspecto romántico y revolucionario que a todos los artistas nos gusta adjudicarnos, pero cuando se trata de ponerlo en práctica todo comienza a complicarse. La emancipación intelectual y el disenso como estrategias honestas de hacer arte, requieren un sacrificio que Santiago Sierra parece haber entendido cuando decidió incluirse en sus acciones en el rol inmoral del que "explota" a sus empleados para su propio beneficio. Él es quien recibe en primera instancia el peso de la crítica y el desprecio de todos los desprevenidos que dialogan con su obra desde la indignación como estrategia de escapismo. Arriesgarse a cumplir ese rol, es acercarse formalmente a los postulados de Rancière, pero también implica no ser "querido" por la mayoría del público y no ser querido nunca es bueno cuando uno trata de venderse. Es desde ese lugar que Rancière todavía tiene mucha tela para cortar desde la práctica artística. Ya nos estamos cansando de hablar de él, pero enquistamos unos postulados que prácticamente nunca fueron llevados a la forma y por lo tanto no dejan de ser palabrerío. Quisiera ver más obras que se arriesguen al disenso que artículos que nos hablen de lo necesario e interesante que éste es para el arte. Pero ¿cómo se logra eso?

Intentando responder esta pregunta, recordé aquel encuentro entre Edipo y la Esfinge. En la mitología griega, la Esfinge es un demonio que se presenta con rostro y pechos de mujer, y cuerpo de león alado. Las musas, le enseñaron el arte de formular enigmas utilizando bellas palabras a través del canto y ésta se dedicaba a acechar a los caminantes con sus acertijos y devoraba a todos aquellos que no podían resolverlos. La Esfinge nunca plantea una solución, nunca transmite una sabiduría, porque si así lo hiciera, no tendría razón de ser. Apenas Edipo resuelve el enigma, la Esfinge se precipita al mar, lo cual encierra en sí mismo un sacrificio. Creo que la imagen de la Esfinge se acerca bastante a la del artista, o más bien creo que el artista tiene mucho que aprender de la Esfinge a la hora de pensar su papel en la sociedad. Presentar enigmas, proponerlos, erotizarlos, desde las grietas, lejos del poder. Un artista cerca del poder, en el mejor de los casos, hace un aporte silencioso a su reproducción. Proponer el disenso atenta contra la lógica embrutecedora de la que habla Rancière, una lógica cercana al gusto, a la búsqueda de adeptos, al consenso que necesita una obra para alcanzar el éxito que nos hará queridos y llenará las salas ¿Y por qué deberíamos aspirar a no ser queridos y admirados? ¿Por qué existe esa relación de opuestos entre ser aplaudido, ganar dinero y aceptación o ser un "artista de verdad"? ¿Son realmente irreconciliables? Se me dirá que ya no estamos en los tiempos en los que el artista intentaba explicarle al espectador la verdad sobre las relaciones humanas, o bien cómo hacer para luchar contra la dominación del sistema capitalista, pero ¿estamos seguros de que esos tiempos efectivamente se acabaron? ¿Y si ya se acabaron, qué buscan hoy los artistas? ¿No buscan acaso llenar las salas, que la mayor cantidad de gente posible vea sus obras, viajar con ellas, ganar premios, tener buenas críticas, ser subsidiados, ser aceptados como referentes, en suma, poder "vivir" de su arte? ¿Y a qué nos referimos cuando aspiramos a "vivir" de nuestro arte? ¿A ganar dinero con él? ¿En verdad creen, los que hacen teatro, que van a ganar dinero haciéndolo?

Honestamente, es un gran problema. Sobre todo porque el sistema en el que vivimos y trabajamos, atenta constantemente contra las ideas emancipadoras, y lo peor de todo es que tiene a su favor el tiempo. Para los artistas del disenso el futuro les abre un panorama de negociaciones constantes, de perseverancia, de resistencia, de infinitas tentaciones. Generar el disenso, subjetivar nuestra mirada y la de cada uno de nuestros espectadores, tiene su precio. El precio de pensar a cada paso qué buscamos. El precio de tener siempre presente nuestra responsabilidad ¿Puede el arte seguir siendo un lugar de resistencia, de crítica y oposición sin terminar neutralizado y esterilizado y sin seguir alimentándose de la tan gastada idea romántica del arte? ¿Debemos hacernos responsables y ocupar la inconformidad? ¿Tenemos que pensar estrategias para fomentar el disenso? ¿Es necesario hacer ese sacrificio? Ahí es cuando el arte, empieza a ser un acto de fe.

Bibliografía

Percia, Marcelo. Inconformidad. La Cebra. Buenos Aires. 2010.

Rancière, Jacques. Sobre políticas estéticas. Museu d´Art Contemporani de Barcelona. Barcelona. 2005

--------------------------. El espectador emancipado. Manantial. Buenos Aires. 2010.

--------------------------. El Desacuerdo. Nueva Visión. Buenos Aires. 2010.

Sierra, Santiago. Catálogo del Pabellón España en 50a Bienal de Venecia. Turner. Madrid. 2003

Speranza, Graciela. Atlas portatil de América Latina. Anagrama. Buenos Aires. 2012.



[1] Rancière, Jacques. Sobre políticas estéticas. Museu d´Art Contemporani de Barcelona. Barcelona. 2005 (pág 17)

[2] Op. Cit. (pág. 19)

[3] Speranza, Graciela. Atlas portatil de América Latina. Anagrama. Buenos Aires. 2012. (pág 165)

[4] Martinez, Rosa. Entrevista a Santiago Sierra. Catálogo del Pabellón España en 50a Bienal de Venecia. Turner. Madrid. 2003 (pág. 174)

 
 
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