Texto y dirección: Ricardo Bartís.
Elenco: Fabián Carrasco, Facundo Cardosi, Flor Dyszel, Gustavo Sacconi, Hernán Melazzi, Dana Basso, Luciana Lamoglia, Mariano González, Matías Scarvaci, Martín Kahan, Nicolás Goldschmidt, Lucía Rosso, Pablo Navarro, Rosario Alfaro, Darío Levy, Sebastián Mogordoy y Sol Titiunik.
Sonido: Fabricio Rotella.
Vestuario y realización de escenografía: Paola Delgado.
Sportivo Teatral.
Thames 1426
Nuevamente la Argentina juega de gran telón de fondo para que Ricardo Bartís y su equipo de actores propongan una mirada crítica que juegue de espejo. Esta
vez surgen dos ideas disparadoras de la acción. La frase de ARGENTORES: "sin autor no hay obra", algo que se puso en crisis en nuestra ciudad autónoma de
Buenos Aires desde la década del 80, cuando fueron los directores los que tomaron revancha de tantos siglos de autoría y dramaturgia y tomaron al espacio
como página de escritura. Pero también está -una vez más- Hamlet de William Shakespeare. Pero no lo encara la historia del príncipe de Dinamarca como lo
había realizado Bartís en 1991 con su versión subtitulada o la Guerra de los teatros, sino que le sirven algunos monólogos para volver a
reflexionar sobre la actuación y sus estados.
La excusa argumental gira alrededor de un grupo de actores muertos que están esperando poder entrar al Panteón Oficial de la Asociación Argentina de
Actores. Como en cualquier sociedad de personas vivas hay categorías, envidias, luchas y pasiones de todo tipo. La palabra máquina ya desde su título
permite asociarlo con las ideas del filósofo francés Gilles Deleuze (1925-2005) y entre los argentinos surge el nombre de Eduardo "Tato" Pavlosky. El
término idiota es casi un insulto delicado del propio creador del "Sportivo Teatral" para con quienes no suelen aceptar sus postulados.
Algunos buscadores de influencias podrían detectar cierta impronta kantoriana, en los desplazamientos, en cómo conjuga a los seres vivos con quienes ya no
lo están. Sin olvidar la presencia de lo musical ejecutada por los propios intérpretes, más un vestuario con texturas y tonalidades semejantes a los del
creador polaco.
Nuevamente el uso de su espacio obliga a los espectadores a recorrer las distintas alturas posibles -escaleras mediante- como observar el recordado pozo
abierto por La pesca. Entre las consignas de Bartís está siempre sorprender al público, en este nuevo espectáculo suma recursos propios del mundo
industrial con sonidos y máquinas propias. La conjugación entre seres vivos ("los de afuera") y póstumos ("los de adentro") le permite que se filtre el
humor negro y cierta mirada despiadada sobre los actores, o sea sobre el mismo pasado de Bartís. La búsqueda del protagonismo, el ansiado cartel, las
"desparejas trayectorias", actrices secundarias, actriz menor y otro tipos de clichés de la profesión serán anticipados desde el programa de mano para
luego palmarse sobre el espacio/estudio/escenario del Sportivo teatral.
Esta máquina idiota es un espejo para la sociedad argentina, plagada de contradicciones, desde lo sublime hasta lo humillante, donde todo convive con
aparente naturalidad. La misma que se respira entre estos seres que ya no son de humo como los imaginaba Roberto Art, sino que desprenden aromas menos
gratos. Parecen estas criaturas herederas del mundo de Arlt, ya que si no consiguen el texto de Shakespeare en castellano se arreglarán con una improvisada
traducción del Yiddish. La coima forma parte de las numerosas posibilidades de una transacción económica. El dinero es sucio dice Bartís, pero no por eso
deja de ser deseado.
La maquina idiota es una cita para todo aquel que está interesado en el teatro, desde estudiantes de actuación hasta siempre espectadores. Aquí encontrarán
una propuesta atrapante enmarcada en una oscuridad que consigue iluminar los trabajos de estos diecisiete actores, que dejan energía y pasión en cuotas
iguales.