IUNA
 
 
número 11 | Mayo 2014
dossier 1. Teatro y Artes Queer
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"Queer o no queer" ¿ésa es la cuestión?

Javier Van de Couter (actor y cineasta)

Mía es mi primera película. La historia aborda el derecho a la felicidad y a la posibilidad de formar parte de la comunidad, de aquellos que han elegido una forma diferente a la moralmente aceptada por la mayoría, y nos permite repasar el tema de la discriminación, la intolerancia, la marginación, la necesidad de igualdad y la exclusión social, pero también el de la infinita capacidad de amor que tiene el ser humano.

La historia que desarrolla es la de un asentamiento que se ha formado a orillas del río de la Plata, habitado únicamente por travestis y homosexuales, la Aldea Rosa. Ale (Camila Sosa Villada) es una de las chicas trans que vive allí. Trabaja como cartonera, y en su habitual recorrido encuentra en la calle el diario íntimo de Mía, una joven que ha muerto dejando solos a su marido Manuel (Rodrigo De la Serna) y a su pequeña hija Julia (Maite Lanata). La empatía que siente Ale con Mía al leer su diario, y el deseo de ocupar su lugar, la llevarán a descubrir su verdadera naturaleza.

Mi intención en este artículo es hablar de la experiencia que me llevó a hacer una película como Mía. Voy a empezar diciendo la verdad: el objetivo de hacer una película protagonizada por una persona trans no perseguía que se la clasifique como "queer". Pero que se haya enmarcado a la película dentro de lo queer me ha dado enormes satisfacciones artísticas y personales. Pero debo decir que no hubo ninguna especulación para que así fuera.

Entendí que la película hablaría de los seres humanos y de las variadas formas de amor que encuentran para hacer frente a la soledad y el desamparo. Narra el vínculo de amistad que nace entre una chica trans y una niña. Ambas distanciadas principalmente por las diferentes clases sociales a las pertenecen. Por supuesto que la condición sexual de Ale fue uno de los principales motivos de conflicto para que ese vínculo se consolide.

Lo queer vino después, con la mirada de los otros, o con una clasificación de un catálogo de festival, y me pareció que estaba bien pertenecer a esa clasificación porque en definitiva mi deseo era hablar de la injusticia a la que se ve sometida determinada porción de nuestra sociedad, y eso convertía a la película en un acto político. El día del estreno comprobé, ante una sala llena de un público verdaderamente diverso, el temor de muchas de las chicas trans que habían asistido, por el hecho de que alguien hablara de su historia exponiéndola en la pantalla. La prueba concreta de que el trabajo estaba, al menos en ese sentido, bien realizado, fueron sus abrazos y sus ojos húmedos. Lo hecho había valido la pena.

El personaje de Ale, interpretado por Camila Sosa Villada (Carnes Tolendas, Llórame un río) no era el estereotipo erróneo en el que se suele pensar a una travesti de clase social baja. Ahí apareció uno de los desafíos más importantes: cómo contener y amparar a este personaje al que lo rodeaba tanto prejuicio? Para eso investigué y elegí, en particular, seguir la vida de una de las chicas que vivía en la Aldea Rosa en aquella época. Esta trans que me acompañó en el proceso creativo de la película, cocinaba para el resto de las chicas de la villa. Era fresca, simpática y creativa: con dos o tres chapas y telas había logrado construir su palacio. Tiempo después di con la carta de un anónimo publicada en Internet en la se despedía de ella porque había fallecido. Enterarme de eso caló muy profundo en mí, y me di cuenta que tenía al personaje: sería una persona por sobre todas las cosas respetuosa y amable, como intuí que lo era la Ale de la vida real.

El cine queer es un acto de visibilización de cuestiones olvidadas, de temas que necesitan reflexión, es un modo de poner los temas sobre el tapete y ver qué sucede con eso.

La experiencia de realizar una película con esta temática me enseñó muchísimo, me enfrentó a prejuicios que pensé que no tenía, aprendí a mirar de una manera distinta, necesité ver a través de los ojos de Ale, y en ese ejercicio se me reveló un mundo maravilloso, fresco, sensible, doloroso. me cambió. Me descubrí escuchando cada una de las historias de las chicas trans que hicieron el casting. Fueron muchas, en cada historia se podría decir que había una película (queer) diferente y valiosísima por feliz o por desgarradora.

Había que reponerse luego de las arduas jornadas de casting/entrevistas en donde ellas, muchas no actrices, abrían su corazón ante la cámara, y ante mis preguntas. Recuerdo que una de ellas me contó la situación con su padre, a quien todos los hijos heterosexuales habían abandonado en su peor momento de salud, y ella, la única hija rechazada, era quien lo terminó cuidando en su enfermedad. Otra de ellas trabajaba como peluquera y llevaba una vida feliz con una familia que la apoyaba en su cambio de identidad. Muchas habían trabajado o seguían ejerciendo la prostitución, muchas queriendo alejarse de ese trabajo y otras no. El casting para el personaje de la niña también fue muy enriquecedor ya que en las entrevistas que les tomaba les preguntaba: qué era para ellas una travesti, y en las respuestas de las niñas se veía la educación que recibían, los pensamientos de los padres, la bajada de línea de los programas de televisión que tienden a estigmatizar a las personas trans, en fin. ambas audiciones daban para hacer un documental sobre la diversidad y la cuestión trans. Sin duda.

Pero para llegar a quien finalmente interpretó a Ale tuve que pisar un terreno sagrado, un teatro. Me senté en los tablones de La Cochera (teatro mítico de la ciudad de Córdoba), para asistir como público a Carnes Tolendas, retrato de un travesti, protagonizada por Camila Sosa Villada. Fue un alivio verla, porque supe que tenía en frente a una actriz que llevaría adelante y defendería el personaje con todo su talento y su técnica actoral, además de su enorme sensibilidad. Elegir el personaje de Julia, la niña en crisis por la muerte de su mamá, también tuvo su magia, fue la segunda de doscientas niñas que audicionaron para el personaje. Debo confesar que su mirada me atravesó, a tal punto, que viendo ciento noventa y ocho pequeñas más, no pude olvidarla.

Los ensayos dieron pistas, pero fue en el rodaje de las escenas entre ambos personajes, Julia y Ale, donde supe la clase de historia que tenía. Ellas dos engrandecieron la película, y defendieron hasta lo indefendible del guión.

Luego de conformado todo el elenco vino el rodaje. Los días que filmamos en la Villa Rosa fueron inolvidables, me atrevería a decir con una sonrisa, días muy "queers" y de enorme aprendizaje para muchos de nosotros que pensábamos que lo sabíamos todo acerca de ellas. Durante ese rodaje entendí realmente lo que significaba la inclusión. el estar cerca. el compartir. estar trabajando de igual a igual. Muchas de ellas, no todas, tenían un origen muy humilde y vivían muy lejos del set, y debían levantarse a las 3 de la mañana, sin exagerar, para llegar a tiempo al rodaje, tomaron este trabajo con muchísima responsabilidad y casi como una posición política. Disfrutamos enormemente de esos almuerzos que costaba cerrar por lo divertidos que eran. Siento nostalgia de aquellos días, fueron inolvidables y aprendí cosas que me van a servir para el resto de mi vida.

Fue una experiencia intensa, me generaba mucha responsabilidad ver como abrían su corazón y su confianza frente a mis propuestas, con esto me refiero a que muchas de ellas se pusieron realmente a disposición de la película quitándose sus pelucas y saliendo tal cual eran frente a la cámara. Querían que el público las viera de entrecasa. Fuimos cómplices y entendimos juntos hacia dónde estábamos yendo. ¡Esa confianza es impagable!, verlas maquillarse bajo los árboles, atentas a lo que decía la escena.

Pensemos que la cosa en nuestro país recién comenzaba a cambiar. Mía se estrenó una semana antes de que se otorgara la media sanción a la Ley de Identidad de género. No sé si la película habrá cambiado el pensamiento de alguien, pero fue un granito de arena aportado a través de una historia contada desde la ternura como puente a la reflexión, y eso para mí ya es muchísimo.

El término queer significa "extraño" o "poco usual", y viene a combatir clasificaciones cerradas y que dejan afuera a muchas otras formas de ser, sentir, afirmando la igualdad entre todas las identidades sexuales y sociales y es por eso que todo el cine o expresión artística que se vea bajo esa mirada es para mí súper valioso.

Mucha gente murió en la lucha por los derechos de la comunidad, y mostrar lo crueles que podíamos ser los seres humanos, apenas un tiempo atrás, con los que considerábamos diferentes, bien valía la pena.

Ellas luchaban por una vivienda digna, para que no las corrieran a los tiros de un lugar en donde, casi como un acto de rebeldía y con una genuina conciencia de comunidad, habían conseguido construir sus hogares, querían que se les reconozcan sus derechos, desafiando el terreno legal, siendo ocupas, rebelándose también contra la religión que no las incluía, como dejó claro por aquella época el cardenal Quarracino, que con dichos torpes lastimó a mucha gente, todo lo contrario a lo que pensamos que busca un cura para su pueblo. El citado cardenal arremetía con sus declaraciones homófobas, exhortando a los gays a mudarse a una isla desierta en donde tuvieran sus propias leyes, su religión y su orden social, para no dañar a la sociedad. La Aldea Rosa no representaba lo que éste cura quería, pero sí fue motor de una comunidad que se regía con otras normas.

No quise perderme ese submundo, la alegría, las carcajadas, las posiciones políticas, el brillo, la inteligencia e ironía trans, las casas de muñecas construidas con chapas oxidadas y alfombras persas conseguidas en la basura del barrio de Núñez.

Por eso, "Queer o no queer". Creo que se trata de hacer un cine que nos permita contemplar la realidad, enmarcados en la estética que cada uno elija, y para mí, Mía, si bien tiene la vanidad de lo barroco muestra la cotidianeidad de una villa, que no era como ésas a las que estamos acostumbrados a ver en las películas o en la tele. Era otra villa, llamada "La Aldea Rosa". Los que sabemos de ella les podemos asegurar que no era un lugar cualquiera, era un lugar que ameritaba que se cuente una historia Rosa, como su nombre lo indica.

Nota al margen:

Corrigiendo el artículo me llega un mensaje al celular, es Camila, quien encarnara a Ale, que me envía una foto suya desde el camarín del teatro La Cochera. Le cuento que estoy escribiendo sobre ella, nos reímos de la casualidad, y le deseo que bajen los duendes para su pronta función, a lo que ella responde: "el mío es el duende de la tristeza, pero se disfraza muy bien de todos los perfiles de la tragedia".

 
 
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