La escena conceptual
Julia Elena Sagaseta (IUNA)
Interrelaciones,
expansiones
No es habitual
tratar el teatro desde un enfoque conceptual y sin embargo experiencias del
arte conceptual están cargadas de teatralidad: las acciones, los happenings, muchas
performances. Susan Sontag escribe un artículo a principios de los años 60,
“Los happenings, un arte de yuxtaposición radical” que incluyó en su
libro Contra la interpretación. Ese artículo señala, con la lucidez que
siempre acompañó a Sontag, la aparición y eclosión del happening en la escena
artística neoyorkina sin hacer distinción de ámbitos:
“Recientemente
ha aparecido en Nueva York un nuevo género de espectáculo, todavía esotérico.
Estos acontecimientos, a primera vista, aparentemente, un cruce entre
exposición de arte y representación teatral, han recibido el modesto, y en
cierto modo burlón, nombre de happenings. Han tenido por escenario
desvanes, pequeñas galerías de arte, patios y pequeños teatros ante públicos
de, habitualmente, treinta y cien personas.”[1]
Richard Schechner
recuerda así el panorama de la misma época, cuando él dirigía el Performance
Group:
“ Había
entonces tantos intercambios inesperados y carentes de inhibición entre
artistas visuales, actores, coreógrafos, músicos, bailarines, trabajadores
sociales, científicos, directores, autores, ritualistas y hasta gente ordinaria
que se unía al espectáculo, que llegamos a creer que podíamos juntos renovar el
mundo”.[2]
Para Schechner esas
permutas artísticas caracterizaron al teatro experimental y expandieron los
límites de la escena y aunque esas búsquedas espectaculares llegaron a su fin,
el campo de la representación quedó definitivamente más amplio.
Si bien lo que
expresa Schechner es cierto, los cruces no son siempre apreciados, en particular
por las artes visuales y el teatro, y más aún en el ámbito del conceptualismo
donde las artes confluyeron muchas veces. Un ejemplo particular en este sentido
es el de Hermann Nitsch, el artista del Accionismo Vienés, del que se olvida
tanto desde el ámbito de las artes visuales como desde el del teatro que creó
el Teatro de Orgía y Misterio. Las acciones de Nitsch eran rituales teatrales.
Lo mismo ocurre con
muchas expresiones de la performance en las que no se contempla su explícita
teatralidad como las de Yasumasa Morimura (con sus fotoperformance en las que
aparece vestido y transformado en los personajes femeninos de famosas películas
de Hollywood, en una mezcla intercultural entre el tema elegido y el
tratamiento del personaje realizado desde la técnica Kabuki del onnagata
(los actores que realizan los roles femeninos), las fotoperformance de Marcos
López (la serie Pop Latino, el Almuerzo en Mendiolaza, el Cumpleaños de la
Directora, etc), las estatuas vivientes de Gilbert and George, algunas de
Marina Abramovic (como Seven Easy Pieces en las que ella reproduce
conocidas performances de otros artistas como Joseph Beuys, Vito Acconci y Gina
Pane), acciones y diálogos de Joseph Beuys. Por el contrario, el artista
chicano Guillermo Gómez Peña tiene presente la teatralidad de sus performances,
la hace explícita y son leídas por los espectadores como un cruce donde el
teatro está presente. Así caracteriza su labor:
“Aunque
en algunas ocasiones nuestro trabajo se sobrepone con el teatro experimental y muchos
de nosotros utilizamos la palabra hablada, strictu sensu, no somos ni
actores ni poetas. (Podemos ser actores y poetas temporales pero nos regimos
por otras reglas, y nos sostenemos en una historia diferente). La mayoría de
los artistas de performance también son escritores, pero sólo un puñado de
nosotros escribimos para publicar. (…) Muchos de nosotros somos exiliados de
las artes visuales pero rara vez hacemos objetos con el fin de que sean
exhibidos en museos o galerías. De hecho, nuestra principal obra de arte es
nuestro propio cuerpo, cubierto de implicaciones semióticas, políticas,
etnográficas, cartográficas y mitológicas”[3].
Las búsquedas
experimentales que desde teatro se acercan (o se han acercado) a estas
propuestas han sido vistas como experimentales. Como explica Schechner en el
artículo citado, no ocurría eso en los 60 y 70 con sus propios trabajos y con
los del Living Theatre y, desde luego, con los de Jerzy Grotowski y Tadeusz Kantor
y luego con los de Pina Bausch, Robert Wilson, Richard Foreman. Y desde los 80
con los de Jan Fabre, la Fura del Baus, y en nuestro país con La Organización
Negra y más tarde De la Guarda. Algunos autores han sido provocativos e
incitadores de estas búsquedas teatrales: Beckett en Quad, Film y otros
textos de los que se han agrupado como Pavesas, Philippe Minyana en sus Dramas
breves, Joan Brosa en su Poesía escénica. Se podrá decir que muchos
de los nombres citados eran también artistas plásticos. Pero no todos. Sí lo
era Kantor, no Grotowski, sí lo era Joan Brosa y lo es Jan Fabre pero no lo era
Beckett. Lo que sí es claro es que en todos los casos la búsqueda de apertura,
de expansión interartística ha sido muy fuerte.
El teatro se
interna en el conceptualismo
Si a esta altura
del proceso artístico parece claro comprender los presupuestos del arte
conceptual, resulta en cambio menos fácil, menos habitual, encontrarse con
espectáculos que se presenten concebidos desde esos presupuestos, hacer una
obra en la que prevalezca la idea, el proceso por sobre el producto. O bien que
el producto sea la tematización de ese proceso.
Sin embargo en la
escena argentina de los últimos años se han presentado varios espectáculos que
tienen que ver de distintas maneras con el arte conceptual. Vamos a recorrer
varios de ellos.
En el año 2006, Ana
Alvarado estrenó en el Centro Cultural Recoleta Spa conceptual, una
experiencia artística de ruptura de límites artísticos, difícil de definir como
ocurre en estos casos. ¿Qué era, una instalación teatral performática o una performance,
como dice Alvarado en la entrevista de este dossier? ¿Importa mucho colocarle
una etiqueta?
La artista partió
de un hecho de la realidad, la moda de los spa, e hizo, con su grupo,
una proyección irónica desde una base conceptual que resultó un lenguaje y
también un homenaje. El espacio tenía aparatos de diversos tipos, reposeras,
objetos, todos bastante extraños. Los actores, vestidos con batas, recibían a
los espectadores que llegaban a ese spa en el que podían moverse libremente. Se
mezclaban con los actores, tocaban los objetos o los ocupaban, intervenían con
su escritura un cuerpo objetualizado y se sentaban a escuchar unos monólogos
que resultaban conferencias o confesiones. Era una experiencia (arte/teatro)
conceptual pero también relacional[4].
En 2007 Emilio
García Wehbi y Maricel Álvarez estrenan Dolor exquisito, un espectáculo
conceptual y artaudiano en un profundo sentido. Explico por qué le pongo esos
adjetivos y empiezo por el segundo. Aunque se cuente un relato, aunque se
escuchen palabras, Dolor exquisito no es textocéntrico. Las imágenes del
espacio, las que producen la actriz, la escenografía y vestuario, el film, las
proyecciones en la cabeza de un muñeco, son tan fuertes y relatan tanto como el
texto dicho. Como proponía Artaud, la escena es una confluencia de lenguajes
sin primacía de uno (y particularmente sin primacía del literario). Por otra
parte, el título ya conecta la propuesta escénica con la obra homónima de una
singular artista conceptual, Sophie Calle.
Como todas las
obras de Calle, Dolor exquisito partió de una experiencia personal, un
viaje a Japón con una beca y un abandono amoroso porque el amante no quiso
esperarla, y que ella después expuso en una serie de fotos, una instalación -
un cama en un cuarto de hotel con un teléfono encima para una llamada que nunca
llegó- y una serie de entrevistas a diversas personas sobre temas muy dolorosos
que las hubiesen afectado. Como siempre en Calle todo esto se transformó
después en libro y las fotos se acompañaron con textos que escribió.
García Wehbi y Maricel
Álvarez vieron la exposición de Dolor exquisito en Berlín y adquirieron
el libro. Se entusiasmaron con la autora y pensaron hacer una obra. Pero la
imaginaron en un proceso conceptual afín. Es decir, lo que hicieron no fue la
labor teatral tradicional que hubiera implicado realizar un guión con los
textos de Calle y la historia de las fotos. Por el contrario, repitieron los
pasos de la artista: fueron a Japón a todos los lugares por los que estuvo Sophie,
García Wehbi filmó a Maricel allí, volvieron, construyeron su obra, buscaron
una serie de actores a los que filmaron contando un hecho doloroso de sus
vidas.
El espectáculo se
difumina por momentos, en otros parece construirse en capas que se superponen.
El espacio es una caja blanca en la que sobresalen los colores del bello
vestuario, de los objetos que han traído del viaje y que los espectadores ven
en la película filmada en Japón que se proyecta sobre una pantalla. Mientras se
observan las imágenes, Maricel va diciendo las palabras escritas por Sophie.
Aunque a veces se emocione, cuesta ver identificación. Es la actriz, no el
personaje Sophie. Es la actriz la que está en la pantalla. Distancian los
letreros entre las imágenes de la pantalla (“36 días después del dolor”).
Cuando se escuchan
los relatos de sufrimiento oímos voces de actores que a veces reconocemos pero
sus caras aparecen distorsionadas en la cara de un muñeco blanco. Un efecto que
descoloca.
García Wehbi y Alvarez
logran, con su espectáculo, en efecto similar al de la obra de Calle:
sorprender, interesar, impactar[5].
En los últimos años
dos obras tematizaron líneas del accionismo. Desde luego, no estamos en el
fuerte cruce de las dos experiencias que acabamos de tratar pero es interesante
que la escena se haya tratado estos asuntos.
En 2007 Susana
Torres Molina estrenó su obra Manifiesto vs. Manifiesto. El espectáculo
no resultaba una propuesta común en teatro: tomar la figura de Rudolf Schwarzkogler, el transgresor artista del Accionismo
Vienés, tratar un apócrifo manifiesto de él y plantear los límites del arte.
Se
trabajaba el teatro de representación en cuanto un actor tomaba la figura de Rudolf
y el teatro de presentación: los otros actores se movían como ellos mismos,
hablaban desde ellos (aunque el texto lo hubiera escrito Torres Molina),
reflexionaban sobre el tema, sobre las imágenes de las películas del Accionismo
que se proyectaban.
Se
confrontaban las ideas de Rudolf en su falso Manifiesto y en sus realizaciones
con las acciones cotidianas de los actores y sus conversaciones de hechos
comunes, los momentos que rozaban lo siniestro de Rudolf con los pasajes
humorísticos de situaciones corrientes. Pero todos eran actores y si uno ponía
en primer lugar un personaje y un artista, los otros se escondían en la
cotidianeidad frente a situaciones extremas como a las que llevaba el Accionismo.
Torres Molina colocaba al teatro en el terreno total del arte y le hacía pensar
los límites éticos.
En 2008
Sol Rodríguez Seoane estrenó e interpretó su obra Body art con la
dirección de Miguel Israilevich. Aunque el título parece colocarnos en un
ámbito estético determinado, ese ámbito está pero dentro de una historia bien
perfilada, una historia de amor, de idas y vueltas sólo que ocurre entre
artistas de body art por lo que el cuerpo, como productor de placer estético y
amatorio y también de dolor estético y amatorio, está siempre presente. Escrita
y dirigida con inteligencia, Body art hace fluir la discusión artística,
el diálogo amoroso y la situación teatral en un todo armónico.
La
inserción tecnológica
Si bien
la escena actual está marcada por efectos tecnológicos (en las obras tratadas
anteriormente hemos mencionado videos o films) hay algunas puestas donde la
tecnología cobra una importancia mucho mayor y se experimenta con ella en
búsqueda de otras aperturas, tal como ocurre en las artes visuales.
Así en Crave,
una puesta que realizó Cristian Drut en 2006 sobre el texto de Sarah Kane los
protagonistas del espectáculo resultan ser el texto de Kane dicho por los
actores que están sentados frente al público y la luz producida digitalmente.
Es
interesante la propuesta porque se enfrenta a formas establecidas. Hay sólo
acción verbal. Los actores, que no se mueven en toda la obra, son soportes de
discurso. Y esto tiene consonancia con la textualidad, muy abierta, y que sólo
indica letras para las réplicas.
Pero la
luz resulta otro actor y, en realidad, es quien ejerce todo el movimiento
escénico. Sin embargo no es solamente luz lo que se proyecta. La escena se
llena de climas oníricos, de paisajes diversos, de ambientes abstractos[6]. Aunque los actores no los ven,
porque ocurren a sus espaldas y sólo reciben la luz, ellos (y también los
espectadores, muchos de ellos fascinados por lo que ocurre) de pronto están en
un no-lugar en el sentido de Marc Augé y hacia él llevan el texto.
En
2008, en Tecnoescena, Ana Alvarado presentó Visible, un espectáculo
experimental pensado desde la tecnología. Otra obra conceptual (en la
entrevista de este dossier la directora explica la construcción) con mayor
carga teatral que Spa conceptual, Alvarado la realizó con el grupo La
Fase integrado por artistas visuales y teatrales y de allí la fuerte
integración de ambas perspectivas y la decidida posición de experimentar.
El
espacio está cubierto de cables y de objetos maquínicos y tecnológicos de
distintas procedencias y épocas. Esa mezcla de años testifica una obsolescencia
imposible de parar. En el material de prensa el grupo señala:
“La
velocidad a la que se renuevan y reemplazan los artefactos electrónicos
(especialmente los asociados a la computación y la telefonía celular) nos
empuja a "correr más rápido para permanecer en el mismo lugar" (…).En
el camino van quedando los cadáveres y cada fetiche tecnológico que adquirimos
viene con su certificado de obsolescencia inminente (…).Este proyecto pretende
redimir estos objetos reintroduciéndolos al circuito material (escenario) para
vincularse desjerarquizadamente con las "nuevas tecnologías" que los
condenaron al olvido. Así, convivirán fuentes de alimentación extirpadas, coolers
exiliados, carcazas de monitores, scanners tracción a sangre y tecnologías DIY
(Do It Yourself o Hazlo tu mismo) con telefonía celular de avanzada,
procesamiento de Audio en tiempo real (vía PureData y/o Max/MSP) e imagen
digital. Se trabajará fusionando sincréticamente la última generación y lo
obsoleto, lo analógico y digital, el diseño de líneas sobrias y elegantes y la evidenciación
de la maraña de cables”.
Las actrices con un
vestido/desnudo (mallas color carne que marcan sus formas, las que además están
detalladamente dibujadas) no pueden escapar a ese mundo que las invade
físicamente, como invade sus conversaciones (tal cual ocurre en la vida diaria)
aunque quieran escapar.
Concluyendo
Desde luego, la
escena conceptual no es la canónica, ni siquiera la que ocupa la mayoría de las
salas, pero es, sin duda, la que presenta los mayores riesgos, las mayores
experimentaciones. Es también la que permite al teatro expandir sus límites.
Volvemos al principio
del artículo y a las observaciones de Schechner sobre las vanguardias de los
años 60 y 70. Decía que todo aquello se había terminado pero que sus marcas
habían quedado y habían invadido otras formas de teatro. Podemos suponer que
algo así ocurrirá con muchas de estas experimentaciones. Abren un camino y
muchos lo seguirán a través de éstas o de muchas otras formas. El arte, y el
teatro que es arte, por suerte, siempre se renuevan.