Con motivo de la entrega del título
de doctor honoris causa del Instituto Universitario Nacional del Arte
(IUNA) a Eugenio Barba el 5 de diciembre del 2008 el prof. Sergio Sabater, Secretario
General del Departamento de Artes Dramáticas del IUNA, escribió el siguiente
texto:
Querido Eugenio:
Según
dispone el protocolo de esta ceremonia, corresponde que anteceda a la entrega
del título honorífico un elogio académico. Y seré yo quien tenga el honor,
seguramente inmerecido, de llevarlo a cabo. Quisiera ser portavoz de todos
aquellos que han encontrado en tu trayectoria, en tu obra y en tus reflexiones,
un estímulo esencial para fortalecer la propia búsqueda en el país transcultural
del teatro.
¿Cómo
dar cuenta en un breve discurso de la vastedad y la profundidad del trabajo de
quien, desde hace ya décadas, es uno de los referentes fundamentales del teatro
contemporáneo? No ignoro que lo que aquí se diga será inevitablemente
insuficiente y fragmentario. Intentaré, sin embargo, traer a la memoria las
estaciones fundamentales de la biografía artística de Eugenio Barba, que suma
su nombre a la lista de aquellos que desde los inicios del Siglo XX han buscado
renovar de manera radical el modo de concebir y ejercer el oficio del teatro.
“La
memoria -leemos en uno de sus textos- es el espíritu que guía nuestro hacer, es
la que permite penetrar bajo la piel de la época y encontrar los múltiples
caminos que conducen al origen, al primer día”. Seguir la huella de ese primer
día podría llevarnos a las procesiones de Pascua en Gallipoli, su pueblo natal,
o a los esfuerzos denodados de un joven emigrante en Noruega por descifrar, en
los mínimos detalles de la conducta de quienes lo rodeaban, los mensajes que
portaba una lengua incomprensible; o acaso al aprendizaje de un oficio
desconocido en un taller de plomería en Oslo. Pero sin duda la huella más
intensa de ese origen se halla en Opole, una pequeña ciudad de Polonia, en la
que un joven italiano llegado en 1961 con una beca para estudiar dirección escénica,
encuentra a otro joven llamado Jerzy Grotowski. Será ese encuentro el que
fecunde ciertas experiencias cruciales que cambiarán la fisonomía del teatro en
la segunda mitad del Siglo XX. Surgirá allí una relación personal, afectiva y
artística que dejará una impronta decisiva en la evolución teatral de Eugenio
Barba, quien relata haber sido partícipe en ese pequeño teatro de las 13
filas, que luego se transformará en el Teatro Laboratorio, de una profunda
mutación. El redescubrimiento y la práctica del training, las nuevas formas de
concebir el espacio escénico, la adaptación de los textos clásicos con una lógica
dramatúrgica innovadora, la alteración en los modos de plantear la relación
actor-director y actor-espectador,
serán algunos de los nudos de una revolución teatral cuyo impacto todavía
perdura.
En
abril de 1964, de vuelta de su primer viaje a la India, y expulsado por el régimen
polaco, Eugenio volverá a recorrer las calles de Oslo y culminará sus estudios
universitarios completando la Licenciatura en Historia de las
religiones. Luego de varios intentos frustrados de ejercer la dirección teatral
convocará a un grupo de estudiantes rechazados en el ingreso de la escuela
oficial de teatro y con ellos fundará, el primero de octubre del mismo año, el Odin
Teatret. Tenía en ese entonces 28 años de edad. Pocos ejemplos nos ofrece la
historia del teatro reciente y no tanto de perseverancia, resistencia y
longevidad para un grupo teatral. Todavía hoy dos de aquellos jóvenes que habían
sufrido la experiencia del rechazo pero que estaban, como el joven director que
los convocaba, hambrientos de teatro, permanecen como miembros del grupo.
En un
refugio antiaéreo de Oslo, el Odin prepara y estrena su primer espectáculo Ornitofilene,
Los amigos de los pájaros. Poco después, en 1966, y aceptando una invitación
de las autoridades municipales, el grupo decide dejar Noruega y trasladarse a Holstebro,
una pequeña ciudad al noroeste de Dinamarca. A cambio de una vieja granja,
donde el grupo podría fijar su residencia y una subvención anual, los recién
llegados se comprometen a dar vida a un “teatro laboratorio”. El Odin Teatret
se convierte así en el Nordisk Teaterlaboratorium. Allí comienza una nueva
historia que continúa hasta hoy. La extraña denominación de “laboratorio” como
apelación para un grupo teatral, ya revisitada por Grotowski siguiendo las
huellas de Stanislavski y Meyerhold, determinó la necesidad de expandir las
fronteras del teatro.
Esto
supuso sumar a las actividades del training y a la preparación y montaje de
espectáculos, un sinnúmero de otras dinámicas que, al par de aportar a la
supervivencia material del grupo, se fueron constituyendo en una carta de
identidad: organización de seminarios, publicaciones, edición de obras,
organización de giras de grupos extranjeros, workshops, eventos comunitarios.
Nombres de maestros de tradiciones teatrales de oriente y occidente que
acudieron a la convocatoria del Odin, como Jean Louis Barrault, Jacques Lecoq,
Darío Fo, I Made Pasek Tempo o Sanjukta Panigrahi, se destacan en una lista que
sería inabarcable. Y por supuesto Grotowski que junto a Ryszard Cieslak se hace
presente en los primeros años desplegando una vasta actividad pedagógica.
Como
el propio Eugenio explicita en sus textos, dos grandes períodos atraviesan la
vida del Odin. En la primera década, el trabajo estaba centrado en el training,
en los largos períodos de preparación de cada espectáculo y en el secreto.
Todo el trabajo personal del actor apuntaba al nivel pre-expresivo, vinculado a
la dilatación de la presencia escénica y se desarrollaba lejos de cualquier
mirada extraña.
En
1974 el grupo pasa una larga estadía en Carpignano, Italia. En ese momento el
trabajo cotidiano, vinculado al entrenamiento y la búsqueda individual, se
muestra al exterior. Así se inaugura un segundo momento en la vida del grupo.
Aparece la idea de “trueque”, de intercambiar la presencia teatral -training,
espectáculos, experiencia pedagógica- con la actividad de otros grupos teatrales
o con otros grupos comunitarios. Durante décadas convivirán este conjunto de
actividades, que exceden los límites convencionalmente fijados para el teatro,
con la creación de espectáculos. En esos espectáculos, la calidad
interpretativa de sus actores, la singularidad de la concepción dramatúrgica y
narrativa, la construcción de la esfera sonora, la peculiaridad del trabajo
sobre el espacio, entre otras características distintivas, hicieron del Odin Teatret
una de las experiencias teatrales más innovadoras del teatro de fin del Siglo
XX. Traigamos a la memoria los nombres de algunos de ellos: Ferai de
1969 o La casa de mi padre de 1972; ya en los ochenta Cenizas
de Brecht, El evangelio de Oxyrhincus representado en este teatro, en la
visita a nuestro país del Odin de 1986 y Talabot de 1988; los más
recientes que también tuvimos oportunidad de ver en Buenos Aires, Kaosmos y
Mythos y El sueño de Andersen de 2005 que esperamos con ansiedad
poder ver aquí. Con esta incompleta lista me he referido solamente a los espectáculos
de grupo. A ella deberíamos sumar indudablemente los espectáculos para un solo
actor, en los que se despliega toda la riqueza de recursos de actores que han
trasvasado su condición de intérpretes a partir de la adquisición de una formidable
capacidad dramatúrgica; y por cierto las demostraciones de trabajo en donde se
integran la transmisión pedagógica, la biografía artística y la dimensión poética.
En uno de sus textos Eugenio refiere una anécdota. En una discusión en la que
se trataba de determinar la especificidad del Odin, alguien dijo: “el Odin Teatret
es un cometa”. Agregó que lo sabía por consultar el I Ching. En un texto más
reciente encontramos esta cita: “Cuando en el arte o en la ciencia vuelan los
cometas; cuando ciertas tensiones y ciertas búsquedas indican nuevos resultados
que también tienen valor para el ambiente circundante, parece que se haya
acumulado un capital que dejaremos en herencia a quien venga después de nosotros
o a quien quiera seguirnos”.
Aquí
llegamos al problema de la herencia, de la transmisión, del legado, de la
necesidad de encontrar o inventar denominaciones , categorías, metáforas y
conceptos, para nombrar la propia experiencia y convertir a ésta en una brújula
orientadora para quienes buscan un camino personal en el territorio del teatro.
Es éste un horizonte que no puede estar ausente en este intento de trazar una
semblanza de quien hoy será distinguido por la Universidad a la que
pertenezco. Hablemos brevemente, entonces, de quien ha sabido pasar de la
praxis incansable y siempre innovadora en el campo de la producción artesanal
del teatro, a una labor de enorme envergadura en el ámbito de la reflexión teórica.
Desde los esfuerzos de los años ´60 por difundir la experiencia teatral de Grotowski
hasta las memorias de las sesiones de la Escuela Internacional de Antropología
Teatral, los aportes de Eugenio al territorio de la teoría, han sido de un
valor insoslayable. Textos como Mas allá de las islas flotantes, La
canoa de papel, Teatro: Soledad, oficio y revuelta o En la tierra
de “Cenizas y diamantes”,se han constituido en un punto de referencia
imprescindible para teatristas de todas las latitudes.
Quisiera
resaltar un concepto acuñado por Eugenio, que no es independiente del encuentro
del Odin Teatret con el teatro latinoamericano. Me refiero a la categoría de “tercer
teatro”. Se refería con ella no a un estilo teatral o a una estética; no a un
movimiento o a una técnica, sino a aquellos, que permaneciendo al margen del teatro
tradicional y también al margen del teatro de vanguardia, experimental e
iconoclasta, luchan por construir su propio saber teatral, aislados de los
centros y de las grandes capitales de la cultura. El tercer teatro nombraba así
a individuos y grupos que, en condiciones de precariedad y aislamiento,
perseveran en el intento de encontrar nuevos sentidos para la palabra “teatro”.
En un
artículo de 1989 Eugenio expresó: “Tengo la impresión de que todo mi
aprendizaje teatral ha sido una preparación para América Latina” y luego en ese
mismo texto: “El ethos que caracteriza al teatro latinoamericano debería
estar siempre presente para todos aquellos que, no importa donde, se interrogan
acerca del sentido del teatro”. Latinoamérica, con su tradición de teatro de
grupo, encarnaba, así, uno de los rostros del tercer teatro, pues éste implica
reconocer la realidad en la que viven los grupos, dejarse conducir hacia la
pregunta muda por el sentido que tiene el teatro en nuestras vidas.
La
cara negra del teatro que conserva su vocación de rechazo. El teatro como
revuelta, como búsqueda de una identidad, como terruño para cultivar la propia
rabia. Tal vez por ello después del festival de Caracas de 1976 América latina
se convierte para Eugenio en un punto de orientación para mantener despiertas
las preguntas acerca del oficio. El teatro continúa siendo, en este comienzo de
un nuevo milenio, una actividad en busca de sentido.
Gracias,
Eugenio, por estar aquí para ayudarnos una vez más con tu palabra, tu presencia
y tu legado que nos interpela con una voz perenne, y nos convoca en un silencio
estridente a hacer de nuestra tarea teatral una praxis transformadora,
inconformista, rebelde.