“La obra de Odilon
Redon nunca debió ilustrar el poema de Mallarmé
Gaspar Kratz,“Eloge de la curiosité”, 1931”
¿Fue
William Shakespeare quién escribió las palabras finales de “Romeo y Julieta”?
Llega el Príncipe y dice, con conciencia culpable, ante la luctuosa escena: “
bueno, que truene el escarmiento. ¿Ven lo que ocurre cuando dos familias se
pelean? Eso está muy mal, así que, dense las manos y sean amigos”.[1] Solemos aceptar sin más este
desenlace para la obra como la conclusión de una fábula llamada trágica, sin
interrogarnos sobre el hecho que este final es una necesidad de escritura
concebido por el público antes que por el mismo dramaturgo. La
demanda anecdótica nos llega de los hábitos de consumo de los espectadores.
Pero,
en realidad, la obra concluye varias escenas antes, allí donde el amor es
mutuamente descubierto. Allí donde, en la fábula isabelina, estalla el gran
misterio : el dramaturgo descubre el rostro de ese monstruo en la vida
humana, lo hace visible exactamente en ese instante. Y el monstruo parido por
Shakespeare es esa alondra que parte antes que la noche caiga[2] : cuando el amor es
descubierto en nuestra existencia, el reloj del tiempo comienza a andar sin
remedio, definitivamente. Y nadie puede soportar eso. Ninguno de nosotros.
Los
procedimientos que ponen en orden lo real atraviesan las palabras. El lugar central
que ocupan las palabras en escena pertenece, antes que a esta suerte de
equívoco de lectura como el que acabo de indicar, a maniobras compositivas para
sordomudos. Ahora vayamos a la escena inicial de Hamlet. ¿Cómo nace la niebla
en la explanada del castillo de Elsinor ? Nada más que un puñadito de
palabras intercambian Bernardo y Francisco. ¿Son palabras ? No. Es el
miedo y el terror de los héroes que velan para que los señores ronquen bien
abrigaditos. Ese recíproco llamado hace parir el silencio, la penumbra
profunda, la niebla. Ellos, los soldados, no emplean esas cómplices fórmulas
apelativas porque la niebla rodea al castillo sino, al contrario, para que la
niebla pueda nacer. De la misma manera, unos instantes después, Horacio y
Marcelo sellan un pacto conversacional que permite que llegue el amanecer
gracias al insomio de un gallito friolento. A medida que los dos estudiantes
intercambian información la noche cósmica déjà paso a las primeras luces. ¿Qué
quiere decir esto ?: que la conversación trae sombra y que su
ausencia había hecho crecer pura bruma y nada menos que un fantasma.
En
el territorio de esas regularidades discursivas que Foucault muestra en la
historia de la cultura y que encuentra más allá de sus emergentes epocales,
allí donde una obra anónimamente exhibe un saber que se reproduce a lo largo
del tiempo, el poema de Mallarmé, que data de 1897, revela de qué manera la
escena contemporánea hará estallar ese lugar central que quiere adjudicársele a
la palabra en la escena.
Precisamente,
uno de los oficios que se le endilgó al poeta fue el de haber estado en
sintonía con el anarquismo de su tiempo. El haber escribo un “poema-bomba”.En
este sentido, el texto abre un aula al teatro político del siglo pasado: una de
las formas más exploradas por esa práctica es la del teatro de urgencia. No se
trata tanto de un dispositivo de carácter dramatúrgico como de un dispositivo
que concierne a los actores y su puesta. Teatro de gran brevedad y economía
narrativa, el teatro de urgencia es el teatro de Rafael Alberti en la guerra
civil; el teatro de Jacques Prévert durante la ocupación alemana de Paris. La
escritura se pone al servicio de un mensaje insurreccional y propone un
dispositivo de puesta volátil, capaz de una itinerancia vertiginosa, que en
tres minutos llame la atención de un transeúnte porque necesariamente los
actores deben confundirse, luego, con la multitud para no ser detenidos. Se
trata de una dramaturgia expeditiva en la configuración de la réplica, que abre
la estructura a formas de expresión propias de la técnica del mimo y del clown.
Son formas de intervención teatral muy distantes de la creación literaria
dramática, y capaces de modificar su organización temática frente a la demanda
azarosa de un público que no sabe que está a punto de disfrutar de un
espectáculo callejero.
El
registro conversacional trajo sombra, digo. Su tentativa, en el realismo, es la
de hacer la misma captura que el ojo fotográfico. Pero esa captura nunca se
concreta, la presa escapa siempre. Mientras que el ojo fotográfico y luego el
ojo cinematográfico pretenden la saturación icónica, el ojo dramático, el de
una obra teatral, es ese descomunal ejercicio entre la vigilia y el sueño.
El
poema de Mallarmé, publicado en Cosmópolis, se lee como un ejercicio, en el
dominio de las letras, similar al que Richard Wagner buscó en la música. Un
ensayo que busca una nueva figuración plástica tendiente a revelar la obra
total: la escena para las artes, una perfomance, un montaje donde ellas se
constituyen en un coloso arquitectónico sostenido por los “vivientes pilares”
de Charles Baudelaire. La función lírica baudeleriana continúa siendo
retratística, en tanto el poema de su discípulo hace del texto hábitat del
terror, de lo no controlable, de lo que siempre huye; el texto como pretendido
centro escénico se revela como insuficiente mimético; se desnuda, se convierte
en un acto de demencia[3]:
el texto teatral será capaz de autoabastecerse significativamente. Esto trajo
en la segunda mitad del siglo XX el estudio de la semiótica al teatro y entre
nosotros se difundieron los trabajos de André Helbo, Fernando de Toro y de las
escuelas vernáculas que hicieron cultivos de laboratorio y que forjaron en una
experiencia acuciante y necesaria un tratado médico para exorcizar la peste.
Lo
cierto es que Mallarmé abría el texto a una doble naturaleza: voz que enuncia y
que es enunciada. Esto es, “un golpe de dados” revela la crisis de la
representación y hace que el texto asuma la condición de partitura cuyo dominio
interpretativo es pentagrama :
NADA
de la memorable crisis
o bien ha desaparecido
el suceso
cumplido en vista de cada resultado nulo
humano
HABRA TENIDO LUGAR
una elevación ordinaria vierte la ausencia[4]
El
texto ejecuta una relación entre un dominio tipográfico y el dominio oral. En
consecuencia el gramatexto es partitura, es el universo oral de la escritura,
entre una voz,
NADA/ HABRA TENIDO
LUGAR
Y la que responde,
De la memorable
crisis/o bien ha desaparecido/el suceso/cumplido en vista de cada resultado
nulo/ humano/una elevación ordinaria vierte la ausencia
Se
exhibe aquí un fragmento, sólo eso. Lo que el poema trae al sistema de las
artes es la clausura del teatro. Las primeras formas que exhiben esta maniobra
en la escena se encuentran en Strindberg y en Maeterlink, aproximadamente en el
mismo período de composición de Mallarmé y ya, a comienzos del siglo pasado, en
las obras de Alfred Jarry y Filippo Tomasso Marinetti. La discusión que lleva a
la escena el poema está denunciada por la ecuación existente entre una
narración y la economía expresiva de la palabra. Las ilustraciones de Redon, lo
explicaba Kratz, corresponden al dominio de una ilustración simbolista que no
termina de explicar a Mallarmé, quien, con este poema, quiebra las
posibilidades últimas enunciadas por Jean Moréas en su manifiesto de 1893.[5] Esta ilustración abre un
territorio escondido, negado, el de las pesadillas, pero es también un relato,
al fin de cuentas.
Esta
operación va de la mano de otra: la que revela la desaparición de un enunciador
omniciente. Ya no se trata de un autor que es dueño del discurso y de su
organización, sino de una multiplicidad de autores confabulados para revelar un
relato fragmentado, azaroso, alejado de esa curva acumulativa que asocia suma
de información con catástrofe. De allí que toda aquella “novedad” que la
crítica teatral pretende para las nuevas escrituras asimiladas a la práctica
teatral desde 1970 en adelante, debe relativizarse de plano. La novedad reside
en la dispersión de las formas, en el hecho de reconocer, como lo señalaba hace
años, que el “teatro” son todos los “teatros” que cohabitan en la escena, todas
las formas que se tutean sin reparos ni vergüenzas. El “poema-bomba” deja lugar
a un “poema curioso”, si nos remitimos al vocablo latino curiosus por
“indiscreto”: toda indagación formal que, sin permiso, se lanza a experimentar
y conocer.[6]
Esto pretendía Anatole France para el proceso de comunicar: que el mismo se
constituya en el despertar de la curiosidad.
La
escena sale a discutir sus protocolos, abandonando a su suerte la gran
tradición narrativa ejecutada por el romanticismo y buscando, fuera de toda
espontaneidad, el origen del ensayo ficcional. Esa búsqueda, que atraviesa las
teatralidades occidentales del siglo XX se descubre desde la escritura del
poema de Mallarmé y está presente en la escena desde entonces, como elogio de
la curiosidad ante la tierra yerma.
Neuquén,
diciembre de 2010.