La
década del sesenta y el setenta en la Argentina se caracterizó por la constitución de un campo intelectual suficientemente delimitado, aunque a la vez
permeable a las transformaciones culturales y políticas de los centros
metropolitanos. Fue una época signada por las tensiones entre arte y política.
Un tiempo en el que resurgieron, con inusitada vigencia, en todo el arte
latinoamericano los debates sobre la función social y crítica del arte que
habían caracterizado el pensamiento moderno y las prácticas artísticas de las
vanguardias europeas de principios de siglo.
Este
contexto constituye el marco en el que se recorta sobre el fondo heterogéneo
del nuevo cine argentino, los rasgos innovadores que hicieron del cine
de Favio un discurso singular y atípico. En un escenario cultural claramente
delimitado entre cine de vanguardia y cine comercial, el cine de Favio nos
permite explorar los cruces entre espacios culturales en principio antagónicos.
Si
la primera trilogía (Crónica de un niño solo, El romance del Aniceto y la Francisca, El Dependiente) aparece como un espacio que permite actualizar el momento de
auge del modernismo, la segunda trilogía (Juan Moreira, Nazareno Cruz y el
Lobo, Soñar Soñar) se corresponde con la crisis de las estéticas de
vanguardia ante el impacto de la cultura de masas. El salto estilístico
producido por Favio a partir de Juan Moreira parece prefigurar una reacción frente
a la creciente distancia que se había producido entre el cine de vanguardia y
los cánones del gusto del público "en general". A partir de Juan
Moreira, el cine de Favio vuelve a instalar en la escena nacional el problema
que desveló a las vanguardias históricas: el cine autorreflexivo, el cine de
experimentación, que buscaba forzar el lenguaje hasta el límite de lo decible,
que pretendía romper con los esquemas perceptivos que regulaban el discurso
hegemónico; ese cine, por su propia naturaleza significante, no podía
constituirse en un cine masivo y popular. Precisamente, porque el “gusto
popular”, desde la perspectiva de la cultura estratificada, es derivación
simplificada y pauperizada de los modelos culturales de la clase burguesa.
"Basta
de películas para cineclub"[1]
dirá Favio y afrontando la crisis de las instituciones estatales, ira a buscar
en la industria del entretenimiento masivo el dinero que le permita financiar
sus películas.[2]
Con
Nazareno Cruz y el Lobo el joven director, quien había sido aceptado
dentro del círculo selecto de los intelectuales modernos, se vuelca
radicalmente hacia un lenguaje popular signado por la incorporación de íconos
estilísticos y tópicos narrativos provenientes de la cultura de masas. Este
gesto provocó el asombro de aquellos que lo contaban dentro de las filas del
"verdadero" arte y, al mismo tiempo, el aplauso "masivo" de
los espectadores.
Nazareno
Cruz y el Lobo.
Nazareno
Cruz y el Lobo
(1974) es la segunda película de la nueva trilogía que comienza con Juan Moreira
(1972), después de cuatro años de ausencia, y culmina con Soñar Soñar en
1976, estrenada meses antes del golpe militar. Durante esta época el cine de
Favio retorna a un lenguaje más popular, caracterizado fundamentalmente por la
inclusión de iconos estilísticos y tópicos narrativos provenientes de la
cultura masiva.
Se podría
contraponer punto por punto El Dependiente a Nazareno. La imagen
ascética y sobria, la escueta expresividad de sus protagonistas y la
presentación de un tiempo dilatado en un eterno presente, dejan lugar a un
mundo saturado, convulsionado por intensas pasiones, un mundo que ha perdido ya
toda referencia cronológica, para hallar en el mito, el fundamento de la
historia.
Sin
embargo, sería apresurado identificar a El Dependiente con el cine de
vanguardia y a Nazareno con el lenguaje artificial pero efectivo del Kitsch.
Este tipo de clasificación supone la persistencia de un modelo cultural poco
eficaz para analizar los intercambios que se han producido entre la vanguardia
y el kitsch, al menos, desde que el pop-art inmortalizó los
íconos de la industria de la cultura en los círculos selectos de la vanguardia
norteamericana.
A la luz de estos sucesos se han analizado en Nazareno
los intercambios que se producen entre una configuración espacio-temporal
ligada a las estrategias discursivas del cine moderno y los estilemas
provenientes de diversos géneros menores.
Se
intentará probar que la imagen-tiempo constituye un tipo de estructura
dislocada[3]
que facilita la utilización de operaciones típicas del Kitsch, pero que
una vez incorporadas el texto generan una serie de estrategias de hibridación
que disuelven la pertenencia de los estilemas a su cultura de origen. Se crea
entonces, una nueva coherencia basada en procesos de disyunción, heterogeneidad
y multiplicidad.
Desde el
comienzo del film tres disyunciones de distinto nivel textual se presentan en
la secuencia de título[4].
Primero el título: Nazareno Cruz y el Lobo: aglutina los términos del agon
y anticipa sus múltiples presentaciones: el bien y el mal; dios y el diablo;
hombre y animal. La conjunción “y” establece el nexo presuponiendo la
mutua convivencia de estas fuerzas en principio antagónicas.
En
segundo lugar, la imagen expone en el nivel de la historia las condiciones
míticas del nacimiento de Nazareno, y como todo mito supone la creación de un
relato de origen que afina el presente arruinando toda cronología[5]:
origen mítico del personaje que ha sido marcado con la maldición del siete; y
doble origen del cine: uno de linaje bastardo que rememora la pertenencia del
cine a los medios de comunicación masiva "la famosa radionovela de Juan
Carlos Chiape", y otro clásico, ligado al expresionismo alemán: ese punto
de fuga dónde reenvía todo film que haga referencia a la oposición eterna entre
la luz y las tinieblas[6].
Entonces, si la radionovela marca el compás de las acciones según una lógica
episódica sin progresión dramática, el expresionismo proveerá los recursos
visuales.
Ya en la
primera imagen la naturaleza, violenta, ocupa todo el espacio habitable, en un
cielo tormentoso y abigarrado de nubes oscuras los relámpagos trazan finas
líneas de luz. De repente un rápido acercamiento de la cámara focaliza la
imagen sobreimpresa de Fidelia y la Lechiguana. La voz aguda de la bruja corta
el aire para anunciar la profecía: Nazareno es el séptimo hijo varón y, según
la tradición, en las noches de luna llena vagará por los campos hecho lobo.
Pero,
como se comprobará más adelante, esta potencia animal no es exclusiva de
Nazareno sino que anida en todos los seres como una de las formas de la
materia. Un primerísimo primer plano nos muestra el rostro de Fidelia, las
gotas de lluvia resbalan por la mejilla, de su nariz brotan secreciones que
parecen extraídas de la tierra, mientras la boca casi sin dientes repite con
tono monótono e íntimo una canción prácticamente ininteligible, sólo alcanzamos
a escuchar algunas frases: "con un cuchillito", "veinte, veinte
tripas calientes". Todo en la secuencia anticipa la tragedia y nos introduce
por la vía del mito en un mundo sin determinación ni historia.
La vida no orgánica de las cosas, una vida terrible que
ignora la sabiduría y los límites del organismo, (valida también) para la
Naturaleza entera, es decir, para el espíritu inconsciente perdido en las
tinieblas, luz ahora opaca, lumen opacatum. Desde este punto de vista,
las sustancias naturales y los productos artificiales (...) ya no se
diferencian.[7]
En tercer
lugar, la voz en off del narrador explicita la instancia de la enunciación y
refuerza la ruptura del principio de individuación a través de la puesta en
crisis de los dispositivos de comunicación textual.
...Y así fue que se empezó esta historia, la más real que
en todo el mundo ha sido, así fue que se empezó este cuento que el diablo contó
a mi abuelo y como él me lo contó yo se lo cuento...
Desde el
punto de vista de la sintaxis narrativa la reiteración de la figura canónica de
apertura en el relato popular "y así fue" delimita dos enunciados
homólogos en su estructura. Sin embargo, la similitud sintáctica refuerza la
diferencia semántica y produce una disyunción en virtud de la pregnancia sémica
de las categorías puestas en juego: historia/cuento; real/contado por el
diablo. En la primera frase se explicita la realidad superlativa de la historia,
tan verídica que parece haberse empezado ella misma, en un tiempo que es el
momento mismo del inicio del tiempo. Sin embargo, este relato ha llegado hasta
nosotros a través de una serie insólita de narradores, y como se sabe, la
historia, a fuerza de ser contada, se transforma en cuento para hallar al fin
su lugar en la memoria social. Así, la historia real deviene relato fantástico
y, a consecuencia de ese mismo movimiento, el segundo término engloba al
primero, disemina el sentido y arruina la distinción categorial.
Así, la
voz en off, al trazar una genealogía imposible –el narrador, su abuelo y el
diablo- no solo pone en crisis el estatuto epistémico de la referencia, también
produce una distorsión a nivel de la enunciación que anticipa el carácter feerico
del film. No es el punto de vista del Diablo el que resulta imposible, bastaría
con crear el verosímil adecuado, sino la coexistencia en un mismo punto de
vista de miradas pertenecientes a mundos diferentes. Sin embargo es posible. Y
sólo es posible, si se pone en evidencia en el gesto mismo de narrar, la
naturaleza fantasmática de la enunciación cinematográfica[8].
La serie aberrante, despersonaliza la narración, y hace posible a partir de la
identidad entre la voz del Diablo y la del abuelo, la yuxtaposición de la
mirada de Nazareno y la del Lobo. El yo es cualquier yo. Esta empatía que el
lenguaje produce por el acoplamiento de los presentes (dimensión temporal
hacia el pasado y hacia el futuro), abre un campo histórico[9]
donde conviven todos los seres y así, la representación vuelve a hallar en el
tiempo de la historia el no tiempo del mito.
Una vez
planteados los distintos elementos que componen la trama discursiva, la
historia puede comenzar. Aunque, para ser más precisos, esta historia como
ocurre en la tragedia clásica ya ha sido contada. Solo resta esperar que las
situaciones se desencadenen según han sido dispuestas.
Los
títulos y la primera secuencia presentan la situación de base y a las fuerzas
de la naturaleza en toda su potencia demoníaca. A través de un relato en off
pasamos rápidamente del nacimiento a la juventud de Nazareno. Este tiempo de la
juventud transcurre apacible en un pueblo que ha olvidado el destino terrible
que lo acecha y vive saturado de felicidad, rodeado de la otra naturaleza: la
naturaleza edénica del amor y la belleza. Y con la llegada del amor aparecerá
el diablo a hacer cumplir la profecía o apropiarse del alma buena de Nazareno.
A partir de este momento, la progresión se articulará en torno a la lucha entre
dos manifestaciones de la misma Naturaleza: la naturaleza edénica y la
naturaleza diabólica. En definitiva, una Naturleza inorgánica, sin sustancia, y
por lo tanto, ni buena, ni mala.
En Nazareno,
el pueblo, el espacio del pueblo no constituye un fondo, un contexto para unos
personajes y algunas acciones. Por el contrario, desde el comienzo el film
presenta un pequeño y pobre poblado rural emplazado en el centro de la
naturaleza entera: cielo, tierra, tierra seca por el calor, tierra blanca de
nieve, ríos, selvas, montañas. Este pueblo no esta situado, pues su
localización es ilimitada. En este espacio u-tópico, la cualidad de la
naturaleza va pasando por varios estados que son ellos mismo descripciones de
situaciones más que un paisaje dónde se desarrollan las acciones. Así, en la
primera secuencia tanto los personajes como la tierra, el cielo y el viento que
azota a casas y animales han sido afectados por la tragedia del nacimiento del
séptimo hijo varón de una familia, ahora maldita.
Estos
movimientos mundializados (movimiento del viento que arrasa consigo todo a su
paso, movimiento del montaje saturado de sobreimpresiones, movimiento de la
cámara lenta o del zoom sorpresivo) producen una homogenización que abarca
tanto a la Naturaleza como a los objetos artificiales. No hay por un lado una
naturaleza edénica y por otro una diabólica, sino que la explicitación del
artificio cinematográfico hace pasar a los personajes de un mundo a otro, otro
mundo que es el mismo, unas veces atravesado por pasiones amorosas y otras por
fuerzas malignas.
La
naturaleza diabólica se presenta por medio de encuadres saturados de
sobreimpresiones y contrastes de luz y sombra; es que, como dijimos, no hay
imagen del mal que no se halle marcada por el recuerdo del expresionismo con
sus encuadres profundos y abismales. En este mundo de pasiones terribles las
fuerzas inorgánicas corrompen los cuerpos. Así, en la escena de la muerte de
los hermanos y el padre el río parece desgarrar a los jinetes hasta hacerlos
desaparecer en un mundo acuático; también, la caída de Nazarano a las cavernas
del infierno muestra un mundo originario donde animales y humanos son meras
apariencias contingentes, mundo que se remonta al comienzo del lenguaje,
comienzo mítico en el que conviven la sonoridad popular del Guaraní y la
declamación erudita del Latín.
Por el
contrario, la naturaleza edénica es límpida y plana como una tarjeta postal. En
estos paisajes estereotipados la relación entre el individuo y el medio se
juega en un eje metonímico, en contacto con la naturaleza, los protagonistas
potencian su ser naturaleza: los cuerpos de Nazareno y Griselda son un
compuesto de fluidos naturales, y cuando hacen el amor entre el "verde
césped" y "la cascada transparente" la lágrima de Nazareno se homologa
por corte con el caudal del rió hasta convertir a los amantes literalmente en
seres de agua. Toda la imagen se vuelve líquida.
En ambos
casos, la representación de la naturaleza aparece saturada de efectos
cinematográficos tan excesivos que han perdido toda funcionalidad narrativa y
produce una distorsión que remplaza lo puro por lo impuro, aun cuando describa
la pureza. La belleza, incluso la belleza natural, se presenta ligada a la
artificiosidad y a la apariencia en tanto superficie sin densidad. El amor
entre Nazareno y Griselda no emana de la situación, es un efecto, prefabricado,
redundante y alegórico. Cuando la mirada de Nazareno distingue a Griselda
entre la multitud del pueblo comienza el leiv motiv que acompaña todas
las escenas de los enamorados. Conjuntamente la cámara lenta nos fuerza a
detenernos en la belleza publicitaria de Griselda y en su cabello platinado
levemente movido por el viento. Las palabras no son necesarias: el amor ha
invadido la escena. Entonces, el leiv motiv musical es remplazado por
una melodía coral y la cámara gira en un travelling circular que se
repite de modo idéntico, como si el recurso por si mismo no fuera suficiente.
La voz embelezada de un niño refuerza la imagen: ¡que bonita sos Griselda!
Corte. Primer plano de los ojos de Nazareno. Corte. Sobre un fondo negro un
fuego ocupa toda la parte inferior del cuadro. Se sobreimprime la imagen
de Nazareno y Griselda saltando abrazados sobre el fuego (el fuego de la
pasión que los abraza). La cámara gira mostrando al diablo vestido de gaucho.
El coro no se detiene.
Con la
primera de las tres metamorfosis, las operaciones del Kitsch entran en
un vértigo que roza lo inverosimil: Rigoletto, banda popular, música coral,
espacios nevados y selváticos, humanos que se convierten en animales, bacantes
desnudas que recitan en Latín y en Guaraní, etc. Este pastiche devela
tal falta de pudor, produce una saturación tan poco funcional, que no hace más
que convertirse en una poderosa marca de enunciación. Al espectador le sucede
con el film de Favio algo similar a lo que sucedía con el Pop de Warhol o de
Jaspers: hace evidente, como pocas obras de vanguardia, a través de la
manipulación de las imágenes del consumo, el gesto irreverente y desfachatado
del artista.
En Nazareno
los falsos racords y la utilización exagerada de los recursos técnicos
(cámara lenta, sobreimpresión, música, efectos sonoros, saturación del color)
subvierten la continuidad del espacio-tiempo y con ello las relaciones de
causalidad como soporte de la narración. "Son puras situaciones ópticas y
sonoras puras en las cuales el personajes no sabe como responder, espacios
desafectados en los cuales el personaje cesa de experimentar y de actuar y
entra en fuga (...) en un ir y venir, indiferente a lo que le sucede"[10].
Es Nazareno atrapado en el cuerpo-animal, vagando en las noches de luna llena
sin tener control sobre sus/los actos del lobo, huyendo de los pobladores que
se han organizado para matarlo. Nada puede hacer para modificar su destino,
solo le queda ser espectador de unos acontecimientos que ya han sido dispuestos
en el origen del tiempo, al comienzo del film.
Nazareno muestra el tiempo como contracción
del universo, como aglutinación de la inmensidad del pasado, el presente y el
futuro a través de una imagen que entra en relaciones vertiginosas con capas
cada vez más profundas de tiempo. Esta es la concepción del tiempo, de una idea
del tiempo no cronológico que siguiendo a Agustín[11]
y fundamentalmente a Bergson[12],
Deleuze definió como la materia del cine moderno.
En el cine moderno, (...) la imagen tiempo ya no es
empírica ni metafísica, es "trascendental", en el sentido que da Kant
a este término: el tiempo pierde los estribos y se presenta en un estado puro.
La imagen-tiempo no implica ausencia de movimiento, pero si implica la inversión
de la subordinación; ya no es el tiempo el que está subordinado al movimiento,
es el movimiento el que se subordina al tiempo.[13]
En Nazareno
este sistema de encadenamientos fragmentados se organiza en varias series
superpuestas: una serie extensa según criterios horizontales de sucesión
aleatoria (historia/mito; configuración espacio-tiempo); una serie intensa
cuando los personajes atraviesan por diferentes cualidades y potencias (núcleos
sintáctico-semántico); y por último, una serie vertical o sintética (nivel
pragmático) que englobaría a los otros tipos y que se refiere a la relación
disyunta entre los componentes de la imagen visual y los componentes de la
imagen sonora.
En el
primer caso el establecimiento de un antes y un después en la historia, no se
determina de acuerdo a criterios de sucesión empírica, sino a una cualidad
intrínseca al tiempo como devenir. Todo en el relato sucede como si estuviera
determinado por leyes férreas de acuerdo a una lógica implacable, sin embargo,
la estricta Naturaleza no deja ver más que la irracionalidad que funda la ley.
La secuencia de títulos expone un montaje articulado según una lógica de
relaciones abstractas, los diálogos entre personajes ocurren fuera de sus
respectivos anclajes espacio-temporales. Al dictamen de la Lechiguana
"Varón nació, lobisón será" le sucede por corte el largo traveling
del lamento de la madre mientras deambula por el pueblo seco, vació y ventoso.
Las miradas escurridizas de los vecinos y las respuestas de la Lechiguana
construyen un espacio de coordenadas imposibles ya que a fuerza de saltos de
eje en la posición de la cámara y puntos de vistas aberrantes los límites del
cuadro nunca remiten a un fuera de campo localizable. El grito final de la
madre, “¿por qué a mí?”, aglutina semánticamente la doble relación entre
determinación y azar, y si el azar es el fundamento de la ley lo que se ha
puesto en crisis es la posibilidad de referir el pensamiento a un modelo de lo
Verdadero como totalización. La Naturaleza representada en Nazareno no
remite al Todo como el conjunto de las leyes del universo, sino a lo
inconmensurable, a una “potencia naturaleza” que no cesa de pasar por múltiples
estados.
Esto
constituye el segundo tipo de articulación de la serie caracterizado
fundamentalmente por las continuas metamorfosis entre humanos y animales.
Cuando Nazareno se convierte en Lobo es significativo que el film no eluda,
por medio de una elipsis pudorosa, el momento de la conversión, ni que, por el
contrario se regodee en la representación casi obscena del proceso orgánico de
la transformación. A diferencia de estas estrategias convencionales, la
metamorfosis de Nazareno, al igual que la transformación compulsiva de la
madrina del Diablo, se muestra con la rapidez acética y precisa, característica
del medio técnico: la transformación es instantánea. El proceso orgánico se
sustituye por un proceso artificial, la imagen se vuelve conceptual más que
sensible, no percibimos la metamorfosis, la sabemos.
Pero
también están los personajes mixtos, aquellos en los que conviven al mismo
tiempo dos potencias diferentes, es el caso de la Lechiguana y de Fidelia. En
ambos ejemplos se muestra una imagen compuesta por dos cualidades excluyentes
pero indiscernibles: el rostro “lagartijizado” de la lechiguana, un rostro
delineado por una fuerza virtual que constituye la otra cara de la imagen que
se ha actualizado (el pasado animal de este presente humano). De tanto
transformarse en reptil, su cuerpo ha devenido un híbrido animal y humano y no
podemos dejar de ver, en el viejo rostro de la Lechiguana, el gestus
paciente del lagarto. Por otro lado, Fidelia es la imagen de una niñez ambigua,
como si aún no se hubieran delimitado los géneros, Fidelia tiene el pelo
cortito como un varón y si no fuera por el femenino del nombre no podríamos
darle una identidad sexual. La ambigüedad se refuerza con la llegada del
Diablo, Fidelia exhibe los regalos del forastero: su cuerpo esta cubierto de
joyas y adornos y su rostro aparece exageradamente maquillado, así el eje
niña/niño se desplaza a niña/mujer dejando ver simultáneamente una
superposición de estados.
Por
último, está el devenir del pueblo: pueblo hostil en las secuencias iniciales,
pueblo feliz durante la juventud de Nazareno y por último pueblo violento. En Nazareno
el conjunto de los pobladores emerge como una fuerza sin sustancia ni cualidad
que atraviesa los mismos estados por los que pasan las fuerzas naturales. No
hay un pueblo bueno y un pueblo malo sino una masa sin identidad, cuya función,
como si fuera un coro trágico, no es más que otorgarle al discurso mítico un
valor performativo en la praxis social.
Así, en
la primera secuencia, con el anuncio del nacimiento de Nazareno, las miradas
que asoman esquivas de entre las ventanas conforman un pueblo adverso. Sin embargo,
con el transcurrir del tiempo el pueblo ha olvidado y la terrible profecía solo
persiste en la memoria popular como parodia (Nazareno imitando el aullido de un
lobo a pedido de los vecinos durante un festejo). El pueblo es entonces, el
espacio de la hospitalidad y la alegría. Pero esta aparente armonía vive
constantemente amenazada por su reverso terrible y violento. La presencia del
Diablo es el germen que enlaza el presente con el pasado originario en el que
se ha dispuesto la desgracia, y lo proyecta hacia un futuro inevitablemente
trágico. Una tragedia que asumirá la forma de una cacería del pueblo contra el
pueblo, de pastores contra lobos, de las fuerzas del mal contra la potencia del
amor.
Por
último, esta la serie vertical o sintética que organiza el film desde el punto
de vista pragmático. La disyunción entre los diferentes componentes del
lenguaje cinematográfico configura un discurso en el que se enlazan los tópicos
de la iconografía del Kitsch con las estrategias enunciativas del cine
de autor.
Resumiendo
las características que hacen de este texto una estructura dislocada se
observa, en primer lugar, que la progresión dramática no se establece teniendo
en cuenta la lógica de las acciones, por el contrario, –a través de los falsos racords,
los cortes irracionales, las sobreimpresiones, y los movimiento de la cámara de
180°– las situaciones se encadenan siguiendo trayectos abstractos, la imagen ya
no presenta objetos o personajes, sino ideas y sensaciones: la imagen es leída
al mismo tiempo que vista. En segundo lugar, la voz pierde la referencia propia
del directo al ser tratada como doblaje, no solo porque efectivamente esté
doblada, literalmente pegada a la imagen, sino porque no pretende restituir
ninguna apariencia de naturalidad. Ya no hay fuera de campo ni voz en off, sino
una serie inconexa de imágenes y sonidos abstractos que solo valen en función
de la idea o la sensación que evocan. Y en tercer lugar, con la imagen y el
sonido, el espacio ha perdido su determinación según categorías propias de
localización y se ha vuelto sensible en virtud de las pasiones que lo habitan
(espacio líquido de los amante, espacio terroso de la Lechiguana, espacio
áspero del diablo).
En esta
estructura desconectada, los efectos excesivos y prefabricados no pueden
integrarse al nuevo contexto, precisamente porque el nuevo contexto está
desintegrado, saturado de heterogeneidad. En lugar de pasar desapercibidos,
adquieren una función provocativa que pone de manifiesto el efecto.
Así, la
disyunción entre los diferentes componentes de la imagen produce una operación
de hibridación que disuelve las jerarquías. Los estilemas y los tópicos del Kitsch
rebosantes de artificiosidad vuelven sensible toda la imagen, pero la
desconección estructural hace que el efecto Kitsch pierda su pretensión
de disimulo y valga en tanto artificio.
En su
estudio sobre el Kitsch, Eco lo define como una estrategia de engaño más
que como una cualidad formal ligada al mal gusto.
Pero lo que, en cambio, caracteriza la auténtica y verdadera
Midcult, y la caracteriza como kitsch, es su incapacidad de
fundir la citación en el nuevo contexto; y al manifestar un desequilibrio en el
cual la referencia culta emerge provocativamente, pero no es intencionada como
citación, es pasada de contrabando como invención original, y sin embargo
domina sobre el contexto, demasiado débil para soportarla, demasiado informe
para aceptarla e integrarla. Podríamos definir en términos estructurales el kitsch
como el estilema extraído del propio contexto, insertado en otro contexto cuya
estructura general no posee los mismos caracteres de homogeneidad y de
necesidad de la estructura original, mientras el mensaje es propuesto -merced a
la indebida inserción- como obra original y capaz de estimular experiencias
idénticas[14].
Sin
embargo, se advierte que esta presentación del problema supone la idea de que
la obra es un organismo homogéneo y formalmente integrado[15]
y, que la especificidad del Kitsch radica en su incapacidad para
incorporar la cita culta en un nuevo organismo suficientemente débil
como para poder hacerla propia. Así planteada, la distinción entre ambas
estrategias textuales queda atrapada dentro de las concepciones estéticas de un
modelo demasiado "modernista" que intenta analizar el Kitsch
desde los principios elevados del arte culto.
Los
procesos de hibridación que se generan entre diferentes estrategias discursivas
producen una transformación de las funciones semánticas inscriptas en sus
sistemas de origen. Vimos también que este proceso no constituye solamente una
estrategia formal sino que establece conexiones con los dispositivos
ideológicos y políticos que componen la trama socio-cultural. La mutua
pertenencia del cine de Favio a espacios simbólicos antagónicos, y la síntesis
particular que realizó de éstos, dejó ver operativamente cómo la sintaxis
fragmentaria que caracterizó al cine de la imagen-tiempo constituye una
estructura dislocada permeable a la incorporación de estrategias discursivas
provenientes del Kitsch.
En
el cine de Favio se pueden ver los modos de circulación entre distintos niveles
culturales a través del análisis de los procesos de apropiación que los films
hacen de los productos de la cultura de masas. Si en este gesto persiste algo
de las vanguardias es quizás el impulso, siempre renovado, de transgredir las reglas
del arte. Suponer que el efecto producido por la masificación de la cultura
es solamente un proceso mimético y no una intervención estética en la política,
la economía y las prácticas sociales, implica replegar la exploración teórica
hacia posiciones decimonónicas, que si bien gozan de una inmaculada pureza,
poco tienen que ofrecer a la hora de explorar cómo la experiencia estética
presiona sobre la frontera de lo posible y abre un espacio de sentido (también
en el sentido de una experiencia sensible, de la physis como fundamento
de toda experiencia estética) en un mundo que parece hacer del sin sentido, de
la belleza apática, a la vez la apoteosis del sentido y el límite de lo decible.