IUNA
 
número actual | diciembre 2007
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Reportaje a José María Muscari


- ¿Cómo encarás una puesta?
José María Muscari: A mí me gusta mucho divertirme con el trabajo. Soy muy estructurado en el sentido en que trabajo de manera organizada, que mis espectáculos sean un zafarrancho después es otro problema, pero ensayo seis horas por día, con ensayos cronometrados. Hay algo del orden de la diversión que para mí es neurálgico en lo que hago, porque si no, siento que me tendría que dedicar a otra cosa.
- Tu puesta de Elektra fue muy buena y se notaba que te habías divertido y divertías al espectador.
JMM: Sí, a mí me encantaba.
- ¿Para qué espacio la habías pensado?
JMM: Ahí hubo un trabajo de mucha frustración. Porque, en realidad, la obra fue gestada para un espacio no convencional, y después hubo que traspolarlo de golpe a un escenario convencional.
- Pero había cosas interesantes, tenías unos actores muy buenos.
JMM: Sí, no había uno que no fuera actor. No había nadie relacionado a lo freak. En realidad, lo freak era cuando vos te preguntabas "¿Qué hacen estos actores con Muscari?, ¿Qué hace Luciano Suardi dirigido por Muscari, Julieta Vallina, Estela Galazzi, Carolina Fal?" .Había algo raro ahí, que pasaba también con la prensa, algo así como "¿qué hacen estos actores buenos con este director, que no es considerado "cultural"?
- Sí, a mí también me decían "¿cómo te puede gustar esto?" Y, si, a mí me divierte… me divertís mucho.
JMM: Esto tiene que ver con la formación.
- De todas maneras, cuando van a ver tus obras, los alumnos se divierten.
JMM: Yo creo que hay algo que pasa y es que hay mucha gente que le gusta y que no se anima a decirlo porque no sabe si queda bien. Hay algo del orden de la "tendencia", y como yo siempre me recorté bastante de "la tendencia"… soy mi propia tendencia. La verdad es que yo dirigí mucho teatro comercial antes de que la gente de la cultura dirija en el calle Corrientes, me la banqué y dije que eso era lo que quería hacer, que no iba a ser un director de teatro comercial. Hacía ese tipo de teatro y después de eso me iba a hacer Derechas en el under. Y ese discurso no fue muy confiable para el afuera, porque en un principio, cuando empecé a hacer cosas comerciales, pensaron que yo me quería hacer el Manuel González Gil y después comenzaron a entender esta idea de lo ecléctico que yo tengo y que me interesa mucho dirigir en el San Martín y ahora irme a un teatro comercial.
- Además, pensás en hacer Julio César y hacés Elektra y hacés Catch. Hay muchos que decían Catch era la cosa más ordinaria, más grosera y a vos no te importaba. En ese sentido, yo creo que el teatro de Córdoba es más libre que el de acá, no sé si la influencia de Paco Giménez es muy fuerte o qué…
JMM: Pero igual los directores jóvenes de Córdoba también son muy fuertes, muy personales. Está bueno eso.
- Sí, son muy personales, no es que lo siguen a Paco, él abrió esa actitud amplia. Acá fue muy fuerte el realismo y la marca de Stanislavsky.
JMM: Cuando doy clases hablo mucho de ese tema.
- ¿Dónde das clases?
JMM: En la primera parte del año doy clases de manera privada junto a Mariela Asencio en unos talleres-montaje, donde trabajo actuación, pero básicamente desde el montaje. Esto es en el Camarín de la Musas. Y la segunda parte del año doy dirección, un curso en el Teatro San Martín y otro en el Centro Cultural Ricardo Rojas. Y siempre hablo de esto con los alumnos, como que hay algo de la idea legada del texto, que hay que intentar romper de la manera más abismal posible. Porque el teatro no es el texto, el texto es un condimento más, pero hay algo del orden de lo implícito que nos viene legado, de que el texto es lo fundante. A mí me cuesta mucho ahora, por ejemplo, haciendo una obra donde trabajo con los actores desde el texto, y yo mismo soy actor, decirles: "No estoy poniendo en escena este texto, estoy poniendo en escena la materialidad que aparece, en la medida en que yo estoy trabajando con ustedes y el texto es un componente más, así como el escenógrafo está desde el primer día en mi propuesta". Eso construye lenguaje en mi obra, no lo que marca el texto, eso es un texto que ya fue para mí, que no le interesa a nadie. Quedan todavía rastros de eso, que está bueno. Está bueno que siga actuando Alfredo Alcón, que es un canto a la vida y que la gente vaya a verlo a él por "lo bien que dice".
- En Fetiche me interesó lo que hiciste con lo tecnológico, los televisores, la pantalla. Supongo que no lo podés hacer si no tenés un enorme presupuesto para eso.
JMM: Exactamente, pero ahora la obra sigue fuera del teatro Sarmiento, en el Teatro de la Comedia, como coproducción, o sea que nos vamos y nos arreglamos como podemos. Es verdad que cuando me llamaron del San Martín, y fui a la primera reunión, no tenía obra porque el Biodrama también consiste en eso. El formato del San Martín es medio raro, porque en la primera reunión tenés que decir qué necesitás, y dije "todo, necesito todo". Nadie me juzgó mal, usé todo lo que tenía y eso fue lo que me permitió darle esa cosa multimedia.
- Además está muy bien usado y obligaba al espectador a que se moviera mucho, igual que a las actrices. En las imágenes aparecían unos freaks que no se podía creer.
JMM: Sí, el mundo del fisicoculturismo real que es algo muy particular, y es un lugar donde la belleza está relacionada con el horror. Lo primero que me apareció cuando empecé a pensar en la posibilidad de las seis actrices es ¿cómo hacer una obra sobre una mujer fisicoculturista sin caer en la obviedad de buscar una actriz que fuese fisicoculturista? Entonces me di cuenta que la primera opción que tenía era jugarme al otro extremo, tampoco iba a poner una actriz obesa, pero sí que iba a haber algo del fisicoculturismo, que iba a aparecer en la medida de la sedimentación. Hay algo que para mí está bueno en el espectáculo, lo veo como un logro y es que ellas dicen ser fisicoculturistas y nadie se pregunta por qué no tienen músculos. Un poco como en Julio César, que van a ser mujeres haciendo de hombres y no van a construir un hombre y nadie se va a preguntar por qué son mujeres, porque para mí hay algo que propone la escena que lo captura. Hay algo de eso en Fetiche y la posibilidad del video a mí me daba la posibilidad como de una de eclosión en el espectáculo. También pasa que a veces la gente no mira la operación de senos, que es algo propio del mundo del fisicoculturismo (las mujeres fisicoculturistas se operan porque les desaparecen, y como quieren seguir teniendo algún rasgo de femineidad, se tienen que operar porque se convierten en pecho de hombre, músculo sobre músculo). Mucho trabajo de la dirección consistió en poder entender ese mundo sin juzgarlo, pudiendo ironizar, trabajar los altibajos, pararse en un lugar de opinión frente a eso, pero también pudiendo entender que hay un mundo diferente al de uno. Es lo que en un primer momento le pasó a las actrices con la Cristina real, más allá de lo subyugante que es, porque es una mujer muy lúcida con un nivel intelectual muy alto, con mucha sensibilidad. Lo que pasa con ella es raro: viene una mujer que tiene una voz particular, que no sabés si es hombre o es mujer, y después, entendiéndola, te das cuenta que quiere ser mujer pero esta mujer, una mujer particular. Entonces siempre lo particular que se recorta de lo homogéneo a uno lo descoloca, a mí como creador y a las actrices también, que tenían que jugar a ver dónde les impactaba esta Cristina para poder jugar a hacer algo ellas, no a construir porque no había una propuesta de dirección que fuera imitar, reproducir. Hay una idea de metáfora poética sobre ella. Tenían que ver qué tenían de Cristina y también hacerse cargo de eso por lo que las llamé para que lo pongan en juego. El personaje real es una persona súper sexual, que además tiene mucha conexión con el cine erótico y porno, le encanta, recomienda películas. Es raro. A mí me pasó que, recorriendo la vida de ella, un sábado a la noche con María Fiorentino le preguntamos qué hacía, y nos dijo "Voy al grupo de filosofía", le preguntamos si podíamos acompañarla, y fuimos a ese sitio que conduce una filósofa. En el lugar había doscientas personas, la filósofa habló una hora sobre un tema determinado y la gente empezó a opinar y se armó un debate. Era muy particular ver eso, y a Cristina en el medio, dialogando y peleando con los otros sobre el tema de ese día, que era "La durabilidad del amor". Era muy raro ver a esa mujer que es fisicoculturista y teóloga, licenciada en salud sexual, un sábado a la noche peleando a partir de la filosofía. Era algo que me parecía inabarcable para una actriz. Ahí se nos ocurrió la idea de cortarla, diseccionarla, que todas fueran una a la vez. Me parecía un compromiso atroz que lo hiciera una sola actriz.
-¿Cómo la conociste?
JMM: Haciendo Elektra Shock Carolina Fal tenía que cantar y bailar en una parte. Carolina y yo íbamos al mismo nutricionista, y él le recomendó a ella a Cristina porque le pareció que le iba a ayudar a entrenar en poco tiempo, y lograr resultados de alto rendimiento. Después Carolina me dijo "Tenés que ir a entrenar con Cristina, aparte te va a encantar porque te va a hablar de sexo, de cosas que a vos te encantan". Y fui a entrenar con ella, y me copé porque me parecía rarísimo estar entrenando y en un descanso hablar de filosofía o de recomendaciones de cine o de los miles de libros descansos me habla de cosas más profundas de las que yo hablo con la gente con la que hago teatro. Después, cuando apareció el Biodrama, me dije: "Tiene que ser esa mujer".
- Y acertaste. Una muy buena idea fue la de dividirla.
JMM: La idea de la división surgió porque me pregunté "¿Cómo hago un biodrama que no se haya hecho?". Pensé en cómo aportar una luz a un ciclo ya tan transitado. Ahí empecé a revisar y me di cuenta de que nadie había jugado con la cosa yoica del biodrama. La idea era que este biodrama fuera de una persona y nada más. De hecho, en el espectáculo no se habla de otra persona, no participan otros personajes, ella no cuenta cosas que no sean de sí misma. Es todo muy yoico, muy ególatra.
- ¿Cómo surgió la idea de los televisores?
JMM: Surgió porque me pasa que cuando tengo un mundo tan disgregado como tenía en la personalidad de Cristina, una de las cosas que me preocupa es cómo anclar y convertir en escena todo eso que yo tengo como imaginario. Empecé a pensar un espacio. No quería hacer un gimnasio, quería una mezcla de gimnasio, casa, etc. Entonces investigué eso con la escenógrafa, me fui a muchos Megatlón, busqué gimnasios de avanzada, la idea del caño (que en mi obra está mucho antes de que aparezcan en el programa de Tinelli. Yo lo saqué de unos gimnasios de avanzada donde está el caño como un método de entrenamiento físico). O sea que la idea de multimedia y los televisores, empezó en la medida en que comencé a anclar espacios. Y la idea de que ella se alquila cinco películas y se queda en la casa el domingo y se mira las cinco al hilo, me parecía que tenía algo de la imagen de ella que tenía que contarse en la obra. Así aparece la superposición de los televisores, el proyector. Tiene que ver con eso y también con darme el gusto.
- ¿Consideraste una consagración que te llamara el San Martín?
JMM: No, porque yo insistí mucho para estar. Ahora estoy dirigiendo una obra en Multiteatro, con producción de Faroni, porque lo insistí a Faroni durante un año diciendo: "Leé esta obra, que es comercial".
- ¿Y cuando hiciste Elektra Shock?
JMM: Ahí me llamaron para que fuera parte del ciclo. Yo propuse hacer Medea con Moria Casán, me parece que hay una Medea total en Moria. La llamamos, pero ella ya tenía el contrato firmado con Nito Artaza, y después apareció que justo ese año el ballet del Teatro San Martín hacía Medea. Al Konex no le gustaba que hubiera dos Medeas, y me propusieron hacer Electra: "A vos te gustan las mujeres, está Electra, la hermana, la madre, lo mayor de ahí son las mujeres." La leí, y dije, "Sí, pero que la haga Carolina Fal". Esa obra y cuando hice Circo rojo para Playboy, fueron las dos únicas oportunidades en las que alguien me llamó y me dijo "Queremos trabajar con vos, queremos que hagas lo que quieras, porque en tu producción las mujeres son fundamentales". Todo lo demás, tiene que ver con que yo insistí para estar. Entonces, no fue una gran consagración para mí.
- Te llamaron para trabajar con Caetano en el ciclo de Canal 7.
JMM: Sí, a todo el mundo le gustó. Me gustó mucho hacerlo, también.
- Es raro, porque entre vos y Caetano no hay nada en común.
JMM: No, pero hay mucho en común a la vez. Me llamaron y me preguntaron con quién quería hacerlo, y dije: "Si dirijo esto lo quiero hace con Caetano que el director argentino que más me gusta". Él hace algo que no tiene nada que ver conmigo, siempre trabaja con hombres, salvo en Disputas. Todas su películas son del mundo de hombres, tiene una cosa con lo social muy fuerte. Lo llamé y vino a ver Shangay y se copó, le encantó, se moría de risa y dijo: "Bueno, dále, qué hacemos". Nos juntamos la primera vez y empezamos a hacer el Martín Fierro "trucho", que era como una especie de fiesta de entrega de los premios Martín Fierro, con todos los decrépitos del mundo del arte. Pero después nos enteramos que uno de los pedidos del ciclo era que no se filmara en interior. Entonces yo tenía una noticia de un diario que decía que había una invasión de elefantes asesinos en China, y a él le encantó. Me dijo: "Yo tengo ganas de hacer algo sobre una fábrica", y yo le contesté: "Yo conozco IMPA, vamos a verlo". A él le interesó siempre el tema de lo salarial, el empleado, y entonces le dije: "Bueno, hagamos algo sobre unas mujeres que están con problemas, que no les pagan las horas extras". Y ahí empezamos a hacer una escritura conjunta muy rara, de cadáver exquisito. Porque lo que estaba bueno ahí era que no escribíamos juntos. Pusimos una ley que era que ninguno de los dos podía decir "Esto que escribiste no me gustó", pero podía borrarlo y escribir de nuevo, y el otro le decía "Me borraste lo mío". O sea, que la única forma de rebatir lo que no te gustaba del otro era con mucho trabajo. Después, en el trabajo con las actrices, volvíamos a cambiar cosas, y en el trabajo de la dirección pasó algo muy particular que era que naturalmente se invirtieron los roles: él se ponía a dirigir a las actrices y yo daba indicaciones técnicas como si supiera de televisión, y él como si supiera dirigir actrices de teatro, porque era un elenco muy teatral. Hubo allí una convivencia muy natural. Y ahora descubrí una actriz que no conocía, soy muy ignorante, porque no miro mucha televisión, pero Viviana Saccone, qué buena actriz que es, realmente lo digo, no sabés lo buena qué es teatralmente.
- En esta obra de Multiteatro están ella, Gerardo Romano, ¿y quién más?
JMM: Mónica Ayos y Walter Quirós. Son muy distintos y eso está bueno.
-¿Así que a Caetano le gustó Shangay? Si pensamos los personajes de Tumberos o de Disputas, se entiende. A él también le interesan los personajes raros.
JMM: Él me recomendó a Mariana A para Fetiche, porque en realidad, el personaje de Mariana A lo iba a hacer Bibi Andersen, la íbamos a traer de España y en el medio de las tratativas me enteré que ella se operó y que se cambió el nombre, se llama Bibiana Fernández ahora. Entonces le dije al representante: "Si ella no puede jugar con su condición de travesti no me sirve para la obra".
-¿Por qué tenía que haber un travesti en la obra?
JMM: En primer lugar porque hay algo muy concreto con Cristina que es que su voz, es muy particular por los suplementos que ella tomó en el transcurso de su vida, y se agravó muchísimo su voz. Tiene un cuerpo voluminosamente masculino. Entonces hay algo de la mezcla de sexos que funciona muy fuerte para el afuera, la gente cuando la ve y la escucha, no sabe si es un travesti, si es una mujer que se hace el hombre, es muy rara. Y eso me parecía que estaba bueno, también porque ella me contó que muchos hombres funcionan con esa fantasía sexual porque tiene algo de masculinidad, se dan cuenta de que es mujer y quieren estar con ella porque es mujer y no travesti, pero igual algo de lo masculino opera. Así que me pareció que tenía que haber un travesti, era una condición sine qua non, pero que se asuma como tal. No que haya un travesti que se haga la mujer. Pero a la vez es un fenómeno muy particular. Pienso, por ejemplo, en Florencia de la V, es tratada como mujer. Ella no hace ninguna ironía sobre sí misma como hombre.
- Sí, en Los Roldán.
JMM: Sí, pero no te olvides que estaba haciendo una ficción. Ella ahí decía que actuaba de travesti. A Mariana A un día la llamé, ella pensó que era un chiste, me pidió mi teléfono para llamarme ella, y lo hizo. Al otro día le conté todo, se copó y cuando nos íbamos me dijo que era una situación rara porque en dos días se iba a España, porque se daba cuenta que en el país no tenía futuro como actriz, que no hay lugar para una actriz travesti, que, en general, la travesti tiene que hacer el show, la guarangada, que ese lugar ya lo ocupa Florencia de la V y que quería actual y que no encontraba un lugar donde insertarse, por lo cual era una alegría para ella. Tuvo que ir a cambiar el pasaje al otro día y no se fue. Y acertó porque le fue muy bien en la obra, seguimos en verano, ahora la llamaron de Lalola.
- Después de estas experiencias ¿sentís que estás ganando prestigio?
JM: Yo no sé si tengo o no prestigio, pero mi prestigio es divertido. El prestigio de lo que hago no tiene que ver con hacer tal o cual cosa, nunca me fijo cómo va a quedar. Si algo va a hacer que yo me convierta, con el transcurso del tiempo, en una figura prestigiosa del mundo del espectáculo va a tener que ver con mi firmeza con lo que quiero hacer, no con cómo queda o no lo que hago. Esto siempre lo tuve muy claro, desde el principio. Yo tengo poco prejuicio con los actores, es la única forma que me permite renovarme, si no tendría que estar trabajando siempre con los mismos actores y si eso quisiera hacer, ya termino mi carrera.
- En Shangay trabajaste con actores no conocidos, con chicos jóvenes ¿cuál era tu propuesta actoral?
JM: No muy diferente a cuando trabajo con un actor consagrado. Yo, escriba o no una obra, siempre busco actores que, de por sí, son eso que tienen que hacer, porque ahí empieza la actuación para mí. En Shangay yo iba a hacer eso que soy, convertido en ficción, porque yo no digo esas cosas, no hago esas cosas en la vida… hay algo que me convierte en ficción. A partir de lo que el actor es, yo puedo empezar a trabajar la complejidad de la actuación, el yo puesto en escena. No me interesa la composición en el teatro, es algo que no me identifica como creador ni como espectador, me aburro cuando veo composición, aunque tenga verdad. Después, en los ensayos no les pido a los actores que sean como son ellos porque el nivel de energía es más alto que en la vida cotidiana, porque la musicalidad de mis textos tienen que ver con una era del zapping y no con el tiempo introspectivo que nos quiere hacer creer la televisión o el cine yankee, no me interesa lo abúlico porque yo no soy abúlico.
- En Shangay no trabajaste con las mujeres, al contrario, quedaban relegadas a un segundo plano.
JM: Salvo la madre que, aunque aparecía al final, era una omnipresencia. La obra inicialmente estaba escrita para dos hombres y una mesera y terminaron actuando seis. Yo ahí me propuse cómo lograr que, a partir de la relación entre dos hombres, cualquiera se sintiera identificado. Porque en general, el mundo gay identifica supuestamente a los gays. Y no iba solamente gente gay a ver la obra. Lo que me parecía bueno era que nadie hablaba de la obra como una obra gay, cuando la temática era evidentemente gay. No es que no se hablaba de que la obra fuera gay porque no se quería hablar del tema, sino que el tema estaba tan naturalizado que neutralizaba la posibilidad de ofensa sobre eso.
-Vos fuiste creciendo en prolijidad escénica, por decirlo de alguna manera, antes hacías las cosas más desprolijas.
JM: Hay algo que tiene que ver con elecciones que uno va haciendo y ese proceso está unido a uno como persona. Hay algo de mi dramaturgia y de mi creación como director precoz de 20 años en que no sé que no sé si se hizo más prolijo o más adulto. Antes yo tenía una pulsión en la creación –que sigo teniendo- en la que mi parte intelectual estaba más relegada, estaba ganada por la impronta de la desfachatez. Hay algo de eso que sigue estando en mí como para tomar Julio César y decir "que la hagan mujeres", y otra parte en que empecé a creer más en la sedimentación, hay algo de la inmediatez que me funciona diferente. Por ejemplo, En la cama es un texto que escribí hace un año y medio atrás; en la mitad del proceso se lo di a un montón de gente para que me diera su devolución, lo revisé en taller con Kartun, estuve cuatro meses para armar el elenco que tengo hoy. Mucho trabajo de campo, eso me está interesando mucho. Eso me permite la creación desde otro lugar. Yo hace más de dos años que no ensayo una obra a la vez porque me di cuenta de que ya no quiero eso. Igual va a venir una cosa más ambiciosa. Quiero hacer una heptalogía, ir estrenando de a una y que en un momento dado se puedan ver correlativamente de lunes a domingo. Pero no sé si serían obras nuevas o una reposición de obras ya estrenadas.
- Eso ya lo vas a poder hacer cuando tengas tu casa, tu teatro.
JM: Y un hijo. Un teatro no quiero tener porque toda la gente que conozco que tiene un teatro está como loca por ver seguir teniéndolo y me quitaría mucha posibilidad de creación. Por otro lado, porque a mí los espacios me proponen mucha dramaturgia y la idea de un teatro me condena a hacer mis obras siempre en un mismo espacio, aunque le busque la vuelta al espacio.
 
 
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