El matadero. Un comentario.
por Liliana B. López (IUNA-UBA)
Ficha técnica:
Elenco:
Federico Figueroa (Mazorquero), Pablo Travaglino (Cajetilla), Alejandra Ceriani
(Toro/ vaca). Coro: Martín Díaz (tenor), Adrián Barbieri (tenor), Juan
Francisco Ramírez (barítono), Alejandro Spies (barítono), David Neto (bajo),
Pol González (bajo).
Asistencia
de Dirección Artística: Julieta Potenze.
Asistencia
de Dirección Musical: Juan Michelli.
Asistencia
de Escenografía: María Emilia Pérez Quinteros.
Vestuario:
Mariana Paz.
Coreografía
y Movimiento: Maricel Álvarez.
Iluminación:
Alejandro Le Roux.
Escenografía:
Norberto Laino.
Libreto
y Régie: Emilio García Wehbi.
Composición
y Dirección Musical: Marcelo Delgado.
En
el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas
Este
espectáculo, realizado en el marco de la conmemoración de los veinticinco años
de actividad del Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, amalgama en una original
síntesis, un ideologema fundacional de nuestra cultura con un formato
operístico. El carácter marcadamente político de los materiales trabajados, se
potencia mediante los lenguajes de la escena, en una cruel amalgama. El
espectador resulta asaltado sensorialmente desde que ingresa en la sala, por
medio del oloroso humo que despide un asador, iniciando la serie de los
significantes que remiten a la carne y al cuerpo. Cuerpo animal,
cuerpo social, cuerpo político, resultan entrelazados por la violencia que se
genera sobre ellos. Y la historia ha demostrado que la violencia política se
ejerce, fundamentalmente, sobre los cuerpos. Aún por su desplazamiento, al
arrojarlos al exilio, del que provienen la mayoría de los materiales textuales
utilizados e intervenidos: de Esteban Echeverría, El matadero, y de
Hilario Ascasubi, La refalosa, publicado como carta de amenaza de un
gaucho mazorquero a los unitarios. El enunciador escénico del segundo, será el
brutal Matasiete del relato de Echeverría, que se caracteriza más por su
capacidad de acción que por la sutileza discursiva. El “come carne”, el facón,
será protagonista de un riesgoso juego con un cuerpo cuyo sexo resulta ambiguo:
el Toro-Vaca, o la vaca que resulta toro, a la que Alejandra Ceriani prestó su
destreza y plasticidad corporal, especialmente en el avance hacia la platea,
una operación que involucra al espectador en la escena. Las dicotomías
culturales se expresan mediante todos los lenguajes: el vestuario, los colores,
los objetos, las voces, la jaula instalada en el centro como metáfora del país.
De un lado, el blanco, lo prolijo, la cultura aristocrática, el torneado
caballo, la música culta. Del otro, el rojo, el barro, la sangre, la amenaza,
la composición popular. El coro observa y comenta, sufre y participa. Sin
embargo, el maniqueísmo se diluye desde el vamos: cuando el unitario proclama
“Que viva el cáncer!”, el anacronismo dispara la serie hacia delante -que no se
detiene en 1952, sino que avanza hacia un presente sin término. El cruce
vigoroso entre danza, ópera, literatura, instalación y teatro performático, ha
resultado un valioso aporte para seguir reflexionando sobre nuestro pasado y
sus futuras reformulaciones.