Gemma Suns o un cuerpo sublime sobre el escenario
Por Ana Seoane (IUNA-UBA)
Ficha técnica:
Sobre textos de Maxi
Rodríguez.
Elenco: Cecilia
Hopkins y León Iskovich.
Diseño de
iluminación: Erli Sirlin.
Espacio sonoro: Erneto
Snajer.
Espacio visual y
vestuario: Milena Machado.
Dirección: Cecilia
Hopkins y Etelvino Vázquez.
Teatro del Abasto
El espectáculo se
inicia con una mujer sobre una mesa. Su gestualidad comienza con mínimos gestos
que se van ampliando hasta transformarse en una extraña danza, donde las
pesadillas acechan más que los plácidos sueños.
Luego recorre casi
fatigosamente todo el espacio, vuelve a ascender y descender de esa cama/mesa
como de su propio infierno. Hasta ese momento cualquier espectador se sentiría
frente a una propuesta de teatro/danza y se dejaría trasladar a esa perfección,
donde cada músculo y centímetro de la piel adquieren significado. Pero llega la
calma y el torbellino frena; ella, la actriz/protagonista/bailarina/oficiante
decide hablar y da una nueva pista: confiesa ser Gemma Suns. Revela que un
escritor - Jorge Luis Borges - buscó inmortalizarla en un cuento con un título
algo semejante (Emma Zunz), que integra un libro inolvidable - El
Aleph - publicado en 1949 y revisado en 1974. Esta nueva dualidad de ficción
dentro de ficción forma parte de la propuesta textual de Maxi Rodríguez y es lo
que va a imperar a lo largo de todo el espectáculo, una entrada y salida entre
el mundo de Borges y este otro mundo escénico.
Es Cecilia Hopkins
quien se trasforma en la víctima/victimaria y aunque sigue religiosamente las
vicisitudes de su anti heroína literaria es esta artista la que consigue
hechizar a través de su expresión. Se transforma desde la pobre obrera de la
fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal dispuesta a hacer justicia por mano
propia, hasta una luna -si fuera sol no se la podría mirar- que refleja luz en
cada uno de sus pasos. Ninguno de sus gestos resulta superficial, todos
conllevan un significado, y no importará el mismo. Cada uno deberá descubrir que
cada signo está puesto allí por algo, nunca por azar.
El despojamiento es
la gran consigna. Ni los colores del vestuario, ni los pocos elementos
escenográficos (mesas/sillas/libro) quedarán en la memoria, están sólo para
facilitar el paso preciso de los cuerpos, los rostros y las extremidades, desde
brazos, piernas o manos que se transforman en otros personajes de esta
historia. Caminar es mucho más, bailar es también volar, acariciar puede
significar tanto el arañazo fatal, como la caricia tentadora. Siempre están los
extremos, ellos son los que dan color a la puesta y no al revés. Pocas veces
todo lo exterior pasa a un segundo plano, sólo quedan los oficiantes en el
centro de la escena, no se necesita más para recordar una acción finalizada.
Los que no conozcan
la formación profesional de Hopkins podrán intuirla, porque en este espectáculo
mucho más que en otros está sedimentado su profundo conocimiento y
entrenamiento de teatralidad oriental, desde las mudras del Kathakali, hasta el
peso maravilloso que le imprime a sus caderas y espalda, tal vez vestigios del Kabuki
o del Noh. Hay algo en su expresividad, en sus movimientos, en su fuerza
escénica que aunque interprete un tango, denota una tradición aún más
ancestral.
Mientras esto
ocurre ella va relatando paso a paso la historia - no importa si el público
conoce o no el célebre cuento borgeano - Hopkins lo revela, lo muestra, los
desnuda, lo descuartiza y lo vuelve a crear. Casi como una ménade, poseída por
Dioniso, hace carne la letra, vomita los sucesos y ante un cadáver humeante
ofrece el sacrificio del teatro.
A su lado, León Iskovich
se convierte en el victimario necesario para luego transformarse en el “otro”,
la víctima del crimen anunciado. Su presencia es la del hombre, que viola y es
asesinado, es el amante y el culpable, es la furia y el cuchillo, pero también
el padre amado. Junto a Iskovich, Hopkins se entrega y comparten uno de los
momentos más sensuales del espectáculo. El tango es la danza de los sexos,
cruce de piernas y respiración acompasada. En el dos por cuatro se conjuga lo
femenino y lo masculino, dándose una cita imperdible y personal.
“La historia era
increíble, en efecto -escribió Borges- , pero se impuso a todos, porque
sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el
pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido;
sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.”
Cecilia Hopkins consigue que todo sea real, transforma la tinta y el papel en
una escena que convoca y palpita.
El espectáculo va
creciendo con la misma intensidad y misterio con que la dotó Borges, como su
origen literario, esta dama teatral evidencia síntesis y efecto. Pero a
diferencia del narrador encuentra la magia de una sonrisa, una complicidad que Maxi
Rodríguez (desde el texto) y Etelvino Vázquez/Hopkins desde la puesta en escena
saben que el teatro les puede dar. Sin pretensiones, pero con un
profesionalismo y una exactitud subrayables, Gemma Suns adquiere los
ribetes de una propuesta notable, convocatoria para subrayar una teatralidad
inolvidable.