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Crédito Zulma Walderstein
 
 
 
 
 
 
 
 
 






















Crédito Zulma Walderstein
 
número 4 | julio 2009
información y críticas
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Gemma Suns o un cuerpo sublime sobre el escenario

Por Ana Seoane (IUNA-UBA)

Ficha técnica:

Sobre textos de Maxi Rodríguez.

Elenco: Cecilia Hopkins y León Iskovich.

Diseño de iluminación: Erli Sirlin.

Espacio sonoro: Erneto Snajer.

Espacio visual y vestuario: Milena Machado.

Dirección: Cecilia Hopkins y Etelvino Vázquez.

Teatro del Abasto

El espectáculo se inicia con una mujer sobre una mesa. Su gestualidad comienza con mínimos gestos que se van ampliando hasta transformarse en una extraña danza, donde las pesadillas acechan más que los plácidos sueños.

Luego recorre casi fatigosamente todo el espacio, vuelve a ascender y descender de esa cama/mesa como de su propio infierno. Hasta ese momento cualquier espectador se sentiría frente a una propuesta de teatro/danza y se dejaría trasladar a esa perfección, donde cada músculo y centímetro de la piel adquieren significado. Pero llega la calma y el torbellino frena; ella, la actriz/protagonista/bailarina/oficiante decide hablar y da una nueva pista: confiesa ser Gemma Suns. Revela que un escritor - Jorge Luis Borges - buscó inmortalizarla en un cuento con un título algo semejante (Emma Zunz), que integra un libro inolvidable  - El Aleph - publicado en 1949 y revisado en 1974. Esta nueva dualidad de ficción dentro de ficción forma parte de la propuesta textual de Maxi Rodríguez y es lo que va a imperar a lo largo de todo el espectáculo, una entrada y salida entre el mundo de Borges y este otro mundo escénico.

Es Cecilia Hopkins quien se trasforma en la víctima/victimaria y aunque sigue religiosamente las vicisitudes de su anti heroína literaria es esta artista la que consigue hechizar a través de su expresión. Se transforma desde la pobre obrera de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal dispuesta a hacer justicia por mano propia, hasta una luna -si fuera sol no se la podría mirar- que refleja luz en cada uno de sus pasos. Ninguno de sus gestos resulta superficial, todos conllevan un significado, y no importará el mismo. Cada uno deberá descubrir que cada signo está puesto allí por algo, nunca por azar.

El despojamiento es la gran consigna. Ni los colores del vestuario, ni los pocos elementos escenográficos (mesas/sillas/libro) quedarán en la memoria, están sólo para facilitar el paso preciso de los cuerpos, los rostros y las extremidades, desde brazos, piernas o manos que se transforman en otros personajes de esta historia. Caminar es mucho más, bailar es también volar, acariciar puede significar tanto el arañazo fatal, como la caricia tentadora. Siempre están los extremos, ellos son los que dan color a la puesta y no al revés. Pocas veces todo lo exterior pasa a un segundo plano, sólo quedan los oficiantes en el centro de la escena, no se necesita más para recordar una acción finalizada.

Los que no conozcan la formación profesional de Hopkins podrán intuirla, porque en este espectáculo mucho más que en otros está sedimentado su profundo conocimiento y entrenamiento de teatralidad oriental, desde las mudras del Kathakali, hasta el peso maravilloso que le imprime a sus caderas y espalda, tal vez vestigios del Kabuki o del Noh. Hay algo en su expresividad, en sus movimientos, en su fuerza escénica que aunque interprete un tango, denota una tradición aún más ancestral.

Mientras esto ocurre ella va relatando paso a paso la historia - no importa si el público conoce o no el célebre cuento borgeano - Hopkins lo revela, lo muestra, los desnuda, lo descuartiza y lo vuelve a crear. Casi como una ménade, poseída por Dioniso, hace carne la letra, vomita los sucesos y ante un cadáver humeante ofrece el sacrificio del teatro.

A su lado, León Iskovich se convierte en el victimario necesario para luego transformarse en el “otro”,  la víctima del crimen anunciado. Su presencia es la del hombre, que viola y es asesinado, es el amante y el culpable, es la furia y el cuchillo, pero también el padre amado. Junto a Iskovich, Hopkins se entrega y comparten uno de los momentos más sensuales del espectáculo. El tango es la danza de los sexos, cruce de piernas y respiración acompasada. En el dos por cuatro se conjuga lo femenino y lo masculino, dándose una cita imperdible y personal.

“La historia era increíble, en efecto -escribió Borges- , pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.” Cecilia Hopkins consigue que todo sea real, transforma la tinta y el papel en una escena que convoca y palpita.

El espectáculo va creciendo con la misma intensidad y misterio con que la dotó Borges, como su origen literario, esta dama teatral evidencia síntesis y efecto. Pero a diferencia del narrador encuentra la magia de una sonrisa, una complicidad que Maxi Rodríguez (desde el texto) y Etelvino Vázquez/Hopkins desde la puesta en escena saben que el teatro les puede dar. Sin pretensiones, pero con un profesionalismo y una exactitud subrayables, Gemma Suns adquiere los ribetes de una propuesta notable, convocatoria para subrayar una teatralidad inolvidable.

 
 
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