Ficha técnica
Autor: Alberto Ure
Actúan: Claudia Cantero, Carla Crespo, Luis Machín
Diseño de vestuario: Greta Ure
Diseño de luces: Gonzalo Córdova
Fotografía: Andrés Barragan, Carlos Furman
Diseño gráfico: Sebastián Mogordoy
Asistencia de dirección: Francisca Ure
Prensa: María Laura Lucini Monti, María Sureda
Producción general: Domingo Romano
Dirección de arte: Juan José Cambre
Dirección: Cristina Banegas
Cristina Banegas pone en escena un texto de Alberto Ure cuya solidez podría opacar el trabajo actoral y las decisiones de una puesta en escena, sin
embargo tanto el trabajo de la directora como el de los tres actores, no sólo subrayan las pretensiones del texto sino que amplifican los sentidos que
produce.
La historia es simple de reconstruir pero aquello que afirma pone en tela de juicio una serie de valores y modos de vivir y razonar sobre la realidad
que apuran al espectador a una identificar claramente un sector social y un momento histórico cercano que quedan al descubierto en esta obra del modo
más impúdico, como si fuera hoy el momento más propicio para tomar cierta distancia con lo reciente y así poder mirar críticamente cómo se configuró la
clase dominante (o mejor, el pensamiento dominante de la clase media) durante los años ´90.
Un matrimonio de profesionales con cierto reconocimiento entre sus pares y una sólida situación económica disputan a partir del vínculo amoroso que
parece haberse entablado entre él y la hija de ella que fue criada desde pequeña por este hombre que había funcionado como padre hasta que comenzaron a
ser amantes. La cuestión es que, tanto Ure como Banegas, subrayan claramente el carácter incestuoso de la relación y ponen el acento de la vanalidad
con los amantes defienden esta circunstancia relativizando y desestimando el escándalo de la madre que, amén de su herida narcisista, se obstina en
impugnar la conducta de su marido y de su hija. La impunidad con que muestran el incesto disfrazándolo de simple amantazgo y minimizando la gravedad
del asunto, no hace más que dar cuenta de otras formas de impunidad. En los ´90, todo era relativo al interés individual y eso era moneda corriente,
cualquier forma de la ética se podía acomodar al interés del momento y del sujeto según el lugar social que ocupara y, según su fama, su dinero o su
poder, podía mostrar de la manera más obscena lo que a la vista de todos era corrupción, como el placard carísimo que recibió un juez como soborno y
que mostró en todas las revistas de famosos. Carlos, el padre, en un punto de la discusión anima a su mujer a denunciarlo frente a sus colegas
psicoanalistas y le afirma que todos tienen algo que esconder así que nadie le dirá nada.
Es decir, además de ser una obra que pareciera hablar acerca del incesto, antes pareciera ser una obra en donde el incesto impune da cuenta de la
impunidad generalizada en ciertos sectores sociales que ostensiblemente son corruptos, lo saben, saben que el resto también lo sabe pero tienen un
discurso que es descaradamente falso pero pareciera no importarle a nadie porque cada uno mira su propio interés.
Cuando finalmente la hija abandona al padre con el hijo que tuvieron entre ambos después de que él tiene un ataque, todo vuelve a cierta normalidad,
pero una normalidad en la que el padre incestuoso no es más que la figura esperpéntica de un hombre derrotado por un individualismo destructivo igual
al suyo.
Que la escenografía proponga un orden, una distribución estándar de alfombra, objetos y muebles no pareciera ser una decisión casual, al menos refuerza
el sentido de lo "corriente", lo "habitual". Esto justamente no es que atente contra el interés sobre el texto sino, muy por el contrario, atenta
contra el silencio sobre lo que define un modo de vida y un sistema de pensamiento (corriente/habitual). Más allá de que en ninguna época falten gestos
individualistas, a los años ´90 le sobraron.