Texto: Luis Cano
Actor: Alejandro Ojeda
Escenografía: Gonzalo Cordoba Estevez
Diseño de luces: Sandra Grossi
Diseño sonoro: Tian Brass
Realización de vestuario: Guillermo Hermida
Entrenamiento corporal: Cristian Vega
Asistencia de dirección: Ana Schmukler
Dirección: Miguel Israilevich
En la puesta en escena del texto Un Canario de Luis Cano, dirigida por Miguel Israilevich, se produce una combinación de elementos que se entraman
entre sí sin que uno le quite protagonismo al otro. Este es el gran hallazgo de este espectáculo: la doble discursividad que se plantea desde la propuesta
de dirección. Puesto que Un Canario no es sólo un buen texto sostenido por la actuación. Texto dramático, lenguaje gestual del actor único de la
obra, (interpretado por Alejandro Ojeda) y la puesta sonora y visual están en un mismo plano de importancia escénica.
El texto de Cano es en sí una maquina infernal de lugares comunes excelentemente construida, y a mi modo de ver, esta acumulación de lamentos, quejas,
recuerdos interminables del pasado, viejas historias y reproches de madre, se vuelve en su totalidad un discurso siniestro, que al desplegarse en el
tiempo, se intensifica y produce un extrañamiento en el espectador. ¿Cuánto tiempo más podrá esta voz sostener este discurso?
La puesta de sonido, diseñada por Tian Brass aporta otra lectura al material, ya que un texto construido a partir de una voz muy específica que se apoya en
los lugares comunes como procedimiento de producción del discurso se vuelve siniestra a partir de los signos sonoros, dándole al espectáculo un elemento de
suspenso.
Otro elemento que aporta suspenso es la actuación de Alejandro Ojeda, que realiza un trabajo corporal y vocal completamente disociativo y digno de ser
destacado, que me atrevo a decir, pocos actores saben manejar. Ojeda lleva a lo largo de la obra dos actuaciones, una corporal y la otra vocal. Casi como
si interpretara a la vez dos personajes, sostiene a esa voz de madre que habla en femenino, se llama a si misma constantemente "una" y no para de desplegar
imprecaciones a su interlocutor-hijo, al que prácticamente sofoca con su discurso y por otro lado, mantiene durante toda la obra un lenguaje gestual y
corporal retenido (cuyo entrenamiento estuvo a cargo de Cristian Vega) y de orden masculino y formal, que resalta el aspecto fantasmagórico de la obra.
Mediante el cuerpo y el gesto, Ojeda nos da a entender que hay una persona invisible en el cuarto, un fantasma que se comporta como se espera de un
fantasma: baja y sube la tensión de las luces, tira objetos al suelo y arrastra al protagonista por el cuarto.
El vestuario diseñado por Guillermo Hermida en conjunción con los elementos escenográficos (cuyo diseño está a cargo de Gonzalo Córdoba Estévez) y el
diseño lumínico de Sandra Grossi ayudan a esta propuesta ya presente en la actuación. Mientras que el actor luce un traje sobrio y la luz deja entrever la
presencia de un ser de otro plano dimensional, el espacio se despliega a lo largo de la obra y cada vez con más énfasis hasta quedar completamente
extendido y forrado de carpetas y minitapetes.
En resumen, el universo visual propuestos por Miguel Israilevich (asistido por Ana Schmukler) y el texto de Luis Cano se conectan entre sí generando una
propuesta más compleja (tridimensional) y completa. Nos recuerda que el teatro contemporáneo no se apoya sólo en buenos textos con buenas actuaciones, sino
que una propuesta de dirección acertada hace la diferencia.