La música del azar.
Autor: Paul Auster
Adaptación teatral y dirección: Gabriela Izcovich.
Elenco: Alfredo Martín, Juan Barberini, Germán de Silva, Ariel Pérez De María y Cristián Jensen.
Diseño de escenografía e iluminación: Gabriel Caputo
Diseño de vestuario: Lorena Díaz
Música original: Lucas Fridman
Piano: Federico Wiman
Video y fotografía: Federico Telerman y Nicolás Uboldi
"Sansung Studio"
Pasaje 5 de Julio 444. (San Telmo)
Jueves a domingo a las 21hs.

Es muy importante la experiencia que evidencia Gabriela Izcovich para trasladar de las páginas de una novela a las acciones dramáticas. Desde Nocturno Hindú, de Antonio Tabucchi (1995), Intimidad de Hanif Kureish (2001), Terapia de David Lodge (2004) o La Venda de Siri Hustvedt (2006) hasta más cercanos en el tiempo su trabajo sobre la narrativa argentina como Aráoz y la verdad de Eduardo Sacheri (2010) y Más liviano que el aire de Federico Jeanmaire (2011). En cada uno de estos ejemplos contó con la adhesión de los autores que supieron de su seriedad a la hora de enfrentar desafíos artísticos.

Nuevamente encaró otro traspaso, fue con La música del azar de Paul Auster. El primer rasgo que se evidencia es su gran poder de síntesis, una imagen o un movimiento reemplazaron a una o dos páginas descriptivas del narrador estadounidense. Su segundo acierto reside en cómo supo conquistar un espacio sin características escénicas. Sansung Studio está pensado para recitales de música donde un pequeño y poco elevado escenario es la única plataforma previsible. Izcovich inspirándose en la esencia de esta novela - el viaje, la ruta y lo imprevisto- obliga a que su elenco y sus espectadores se muevan. Los primeros accionando en distintas espacios que ella inventa y el público deberá seguirlos con su mirada o corriendo sus sillas, como prefiera. El movimiento es continuo y cobra sentido siempre, cuando sus protagonistas deben quedarse fijos -obligados por las circunstancias y ajenas a su personalidad- las escenas se juegan en el centro, creando una bifrontalidad que integra aún más la acción.

Así como la novela tiene un ritmo que impide la interrupción de su lectura, de la misma manera el público será testigo de esta historia de seres simples y absolutamente norteamericanos, lo que les permite transformarse en universales. Ausencia de la imagen paterna, la importancia del dinero casi como fórmula de la felicidad, el póker, juego símbolo de todo azar, la apariencia y la realidad, los nuevos ricos, etc., etc.

La mirada de Izcovich sobre la historia imaginada por Auster nunca pierde un aire cinematográfico y opta por mínimos objetos sobre el escenario. La única objeción sobre la utilería, es que en algunos casos los materiales usados no consiguen engañar por la cercanía con los espectadores, haciendo un efecto contraproducente. El mayor ejemplo está en las piedras que los protagonistas deben mover, es aluminio elegido como material perjudica la estética del espectáculo.

Nuevamente Izcovich encontró un elenco de notables, que consiguen no sólo cumplir con sus indicaciones sino que hacen que cualquier lector olvide las descripciones que hizo Auster de sus protagonistas. La dupla que consigue Alfredo Martín junto a Juan Barberini es de una fuerte intensidad dramática. Ambos sostienen casi sin ayuda exterior las acciones, se los ve cómodos trabajando en el despojamiento escénico y sus energías tiene la intensidad necesaria para que la mirada del público los siga constantemente. En papeles más pequeños, tanto Germán de Silva, Ariel Pérez De María como Cristián Jensen demuestran que no hay actuaciones secundarias, sino participaciones especiales.

La música del azar se transforma por estas características: texto, espacio y actuación en uno de los más importantes de la actual cartelera independiente de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, aunque el precio de sus entradas no coincida con el espíritu de este tipo de teatralidad. Hay riesgo escénico, desde el mismo momento que Gabriela Izcovich eligió una novela hasta su decisión de aceptar un espacio agresivo y árido para la teatralidad.