El príncipe de Homburg
por Liliana B. López (IUNA-UBA)
Ficha técnica
Autor:
Heinrich von Kleist. Traducción: Gustavo Bohm
Elenco:
María Comesaña, Daniel Dibiase, Jorge García Marino, Pablo Marluzzi, Mariano
Mazzei, Claudio Messina, Esmeralda Mitre, César Repetto, Maximiliano Sarramono.
Vestuario:
Mini Zuccheri
Escenografía:
Raúl Bongiorno
Iluminación:
Eli Sirlin
Dirección:
Oscar Barney Finn
Espacio:
Centro Cultural de la Cooperación
El príncipe de
Homburgo (1811) de Heinrich von Kleist, fue escrita en
circunstancias adversas, ya que exaltaba el patriotismo alemán, bajo la
dominación napoleónica; además, presentaba una visión que tampoco podía
satisfacer a los amantes del orden y la disciplina militar (entre otras
posibles). Su estructura, rayana en la perfección formal, propia del
clasicismo, resulta sacudida por las convulsiones anímicas del protagonista,
un inmejorable exponente del personaje romántico. Este lugar incómodo, que
impidió su estreno en lo inmediato, lo ha posicionado en los primeros puestos
de la historia del teatro universal, como drama de la modernidad, al
exponer las tensiones en la relación entre individuo y estado.
La puesta en escena
de Barney Finn rescata los núcleos dramáticos principales, operando mediante
una síntesis en el espacio: la rampa, sobre la cual se abre y se cierra la
acción del texto, permanece omnipresente, y va adquiriendo diversas funciones y
sentidos. Por ella se puede correr, saltar, tropezar, rodar, desfilar, dormir y
soñar. Se puede ascender a la gloria o al cadalso, cuyos extremos se tocan
peligrosamente. Los múltiples espacios propuestos, así como los diferentes
momentos del día por el texto son denotados por la bellísima iluminación, en
este largo viaje del alma del príncipe, desde una noche iluminada por la luna,
hasta la siguiente, tránsito en el que atraviesa distintos estados: la gloria,
el amor, el temor a la muerte y el valor, finalmente, resignificado. La máquina
de guerra, exterior al aparato del Estado, enloquece al atravesar estas
situaciones límite, en términos de Deleuze: “Tal es la fórmula personal de
Kleist: una sucesión de carreras locas y de catatonías petrificadas, en las que
ya no subsiste ninguna interioridad subjetiva.”
Mariano Mazzei, a
cargo del difícil rol del príncipe, lo lleva adelante con gran solvencia
actoral y destreza corporal, bien secundado por Esmeralda Mitre, la princesa
Natalia. Así como todo el elenco resulta correcto en sus respectivos roles,
especialmente en el aspecto vocal, lo que resulta de fundamental importancia
por las características poéticas del texto dramático. En la época del teatro
postdramático, puede resultar reconfortante ser espectador de un clásico, en
una puesta clásica que pone en primerísimo lugar la palabra, sobre todo cuando
se trata de uno de los más grandes dramaturgos alemanes.