IUNA

Crédito Andres Barragan 
 
 
 
 
 
 
 
 
número 6 | Octubre 2010
información y críticas
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El Box

por Liliana B. López (IUNA-UBA)

Elenco: Mirta Bogdasarian, Pablo Caramelo, Adrián Fondari, Andrés Irusta, Matías Scarvaci, Jazmín Antar y Mariana de la Mata.
Vestuario: César Taibo.
Escenografía y realización: Isabel Gual/ Ricardo Félix.
Espacio y dirección: Ricardo Bartís.
"Sportivo Teatral".

La segunda parte de la trilogía deportiva, El box, resignifica la primera parte (La pescai), y a su vez, recibe algunas resonancias, más allá de la unificadora tríada deportiva. En esta ocasión, a mi entender, Bartís profundiza el procedimiento metafórico, construyendo una alegoría política de amplios alcances,  que en La pesca asomaba con sutileza.

Este procedimiento no resulta un impedimento para los espectadores que elijan realizar una lectura autónoma -respecto del entramado simbólico-  leyendo los signos de la escena en superficie: allí podrá encontrar una fábula completa, con personajes, conflictos, resolución, todo lo cual, en clave grotesca, resulta completamente desopilante.

La metáfora, fiel a su etimología, desplaza el sentido hacia otra parte. La lectura de la puesta en escena como alegoría exige una competencia de decodificación no libresca, sino civil: la de cualquier ciudadano que haya transitado las últimas cinco décadas en Argentina. Tal como el número del cumpleaños de la protagonista, María Amelia, "La Piñata" (Mirta Bogdasarian), y que pretende festejar, recordando su pasado de boxeadora. Ese disparador va entretejiendo signos, hasta que en el sorprendente desenlace, las series de lo privado y lo público parecen unirse.

El espacio se divide en dos zonas irónicamente próximas: la "civilizada" (escritorio, sillón, libros en anaqueles) y la "bárbara", el ring, las bolsas, las duchas.

Su pareja, Aníbal,  (Pablo Caramelo) inicia la acción leyendo textos que aluden a la creación de la Constitución Nacional, a Sarmiento, en fin, al proyecto liberal que construyó la nación moderna. Esas voces son arrojadas al ámbito de la carne, de la violencia de los cuerpos (a semejanza de El matadero), el reino de María Amelia.

Las interacciones entre los dos espacios funcionan dialécticamente: Aníbal es quien "relata" las performances deportivas que se realizan en el gimnasio, otorgándoles un sentido. Ambas instancias se complementan, se necesitan: es el relato el que da entidad a las acciones, las estructura y las perpetúa.

Aún en las identidades flotantes, la confusión de los nombres, o los epítetos de los boxeadores y de los estadios (el film que eterniza en imágenes la pelea de Casius Clay  se entrevera con el Luna Park, Látigo Coggi o Ringo Bonavena), la mística sobrevive.

Tanto como el deseo de la celebración, aunque la fiesta consista en la reunión de pocos invitados, algunos muy ajenos, otros desconocidos (como las estudiantes universitarias en busca de material para una monografía), y hasta temibles (el  "doctor" que, prácticamente,  la violó en el invierno del ´76), la fiesta debe seguir.

Aunque la homenajeada luzca peluca y vestido entre dama patriótica y Zulma Lobato, aunque en el pasado tuviera que fingirse hombre para poder boxear, a pesar de que las luces de colores fallen, los cuerpos imponen su materialidad y demarcan un territorio, que, a ritmo de cumbia, ya no se dejarán escamotear. 


i La crítica en www.territorioteatral.org.ar, Nº 3, septiembre 2008.

 
 
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