Elenco: Blas Arrese Igor, Liza Casullo, Carla Crespo, Vanina Falco, Pablo Lugones, Mariano Speratti y Moreno Speratti da Cunha
Vestuario: Jazmín Berakha
Escenografía: Ariel Vaccaro
Iluminación: Gonzalo Córdova
Video: Marcos Medici
Música: Ulises Conti
Asesoramiento histórico: Gonzalo Aguilar
Colaboración autoral: Blas Arrese Igor, Liza Casullo, Carla Crespo, Vanina Falco, Pablo Lugones, Mariano Speratti, Moreno Speratti da Cunha
Colaboración musical: Lola Arias, Liza Casullo
Dramaturgista: Sofia Medici
Coreografía: Luciana Acuña
Dramaturgia y Dirección: Lola Arias.
Ropa arrojada hacia el escenario sin actores. Montones de ropa. Entre el bulto sale una de las actrices. Así comienza Mi vida después.
Un espectáculo en el que cada uno de los actores reconstruye a través del relato, no sólo sus vidas sino la vida de sus padres. Arman una especie de rompecabezas en el que se encastran piezas incompletas, versiones propias, versiones ajenas, mentidas, descubiertas. Todo el espectáculo está atravesado por la pregunta sobre la identidad de los padres cuya respuesta los acercaría a la construcción (o re-construcción) de su propia identidad, del pasado y a una promesa de un presente o un futuro tal vez menos ambiguo. Es sin duda una obra generacional, tanto por las edades más o menos próximas de los actores, como por su casi necesaria aparición en un contexto en el que aún seguimos intentando reconstruir el pasado y deshacernos de verdades a medias, versiones falseadas, trampas de los discursos que dominaron la escena argentina durante muchos años.
Cada uno de los actores reconstruye la identidad de sus padres tanto a través de la palabra como del cuerpo, se ponen sus ropas o lo que podría haber sido sus ropas, leen sus textos, muestran fotografías, montan imágenes de los rostros de sus padres sobre sus propios rostros o representan escenas tal vez vividas por sus padres como ellos se las imaginan o como les contaron.
Liza Casullo es hija de un novelista y ensayista y de una periodista que, perseguidos por la triple A, deben exiliarse, exilio durante el que ella nace; Carla Crespo, hija de militantes del ERP cuyo padre fue asesinado en un enfrentamiento y su cuerpo desaparecido y encontrado recientemente en una fosa común del Cementerio de Avellaneda; Pablo Lugones, hijo de padres empleados de Banco y cuyo modo de vida da cuenta de los lugares comunes de la clase media que solía silenciar y adaptarse a los cambios políticos después del Golpe de Estado de 1976; Vanina Falco, hija de un policía que durante muchos años ocultó la verdad (y aún la oculta) y que actualmente está siendo juzgado por la apropiación ilegítima de un bebé, hijo de detenidos desaparecidos, nacido en cautiverio; Blas Arrese Igor, hijo de un ex sacerdote cuya formación temprana en el seminario deja en claro el carácter represivo de la formación religiosa y también da cuenta de algunos lugares que algunos miembros de la Iglesia han ocupado durante la Dictadura; Mariano Sperati, hijo de un periodista deportivo, especialista en automovilismo y militante de la juventud peronista, detenido y desaparecido durante la dictadura. En el caso de este último actor, hay que mencionar la singular aparición en el escenario de su hijo, Moreno, con quien juega verdaderamente pero también en ese juego reproduce y reconstruye su vínculo con el padre.
Seis actores que no sólo describen sino que juzgan a sus padres.
Un intento por desarticular la mentira que, sin duda, está marcado por la construcción conjunta y solidaria entre quienes intentan acercarse a la verdad. Es decir, no son monólogos solitarios en donde cada uno cuenta el pasado familiar, sino que cada vez que uno habla de sí, los demás intervienen, ayudan a representar, literalmente a "traer al presente" eso que está en muchos casos en una memoria difusa, contaminada por la falsedad de las versiones de la historia, de la familia, de los medios.
La última imagen, ropa acomodada en sillas, como si fuese un recuerdo del "Siluetazo", da cuenta no solamente de cierto vacío, cierta ausencia, también está manifestando algo que está en el sentido de la obra, lo que se expuso es ropa, vestuario, pero un vestuario para reconstruir y no para disfrazar y ocultar.
Lola Arias articula sus decisiones estéticas en la puesta y en el texto con la propuesta de los actores de un modo totalmente equilibrado en donde no aparecen fisuras de estilo como algunas veces suele ocurrir cuando es notoria la autoría múltiple. Los recursos utilizados en la escena como proyecciones, filmaciones, música ejecutada en el escenario, exceden en mucho su mera disponibilidad técnica, su presencia hace a la totalidad de la propuesta y los vuelve necesarios para la construcción textual y la producción de sentido.