Publicaciones del campo intelectual, artístico y teatral en la transición democrática
I .Introducción y antecedentes
Desde los albores de la República, la cultura estuvo
estrechamente asociada a la política, definiendo sentidos y ensayando
respuestas a los grandes problemas del país. A través del periodismo y la
literatura se definieron programas y cursos de acción con el propósito de
incidir sobre la conflictiva realidad argentina. En este sentido, basta
recordar simplemente la figura de Sarmiento quien desde las páginas del Facundo
señalaba la decadencia argentina y, a su vez, exponía la agenda, “su agenda” de
modernización para superar los males del país.
A lo largo del siglo XX, la relación
entre cultura y política en la Argentina fue inestable y muchas veces conflictiva. Ello motivado por
la existencia de democracias débiles, tuteladas por los sectores de la
reacción. Pese a la importancia excepcional que tuvieron los intelectuales en
tanto hacedores de producciones culturales y “pensadores” de la problemática
del país, fueron subestimados por los gobiernos y otras veces sospechados por
sus posiciones liberales y de izquierda.
El intelectual, desde su función
crítica e impugnadora de un estado de cosas, incomodó a los sucesivos gobiernos
conservadores y de facto, que buscaban legitimarse a través de un orden
cultural hegemónico a través del control de los medios de comunicación y/o la
persecución lisa y llana de toda voz crítica. De allí, la aplicación de
políticas maccarthistas por parte de gobiernos con democracias débiles o de
facto, que se traducía en la existencia de “listas negras” y otro tipo de
amenazas y de persecución.
Los años sesenta y setenta fueron de
compromiso y de acción. Los géneros discursivos, como el ensayo y la ficción,
el periodismo y la dramaturgia, daban cuenta de los problemas irresolutos del
país y estaban poblados de signos inconformistas, rebeldía y transgresión.
En ese mundo contestatario (en que
la historia parecía alcanzar su punto culminante de autorrealización) y en que
el discurso dominante se teñía de acción, la figura del intelectual se modulaba
con la del militante, el activista, el cuadro, en tanto conciencia actuante,
plena de compromiso.
Hasta mediados de los años setenta,
momento en que comienza la represión de la Triple AAA y la persecución material y
simbólica de los representantes de la cultura, el campo cultural estaba
articulado por las izquierdas y el peronismo en relación directa con los
sectores populares. El ideal que se imponía era el del intelectual comprometido
con el pueblo y de allí que todas las producciones culturales estuvieran
dirigidas y aun mismo tiempo condicionadas por ese objetivo: ejemplo de ello,
eran las representaciones teatrales en villas miserias por grupos de teatro
independiente y la producción del Cine Liberación (Solanas, Getino, La Hora de los Hornos), que
deliberadamente planteaba su obra en lucha contra la cultura del sistema y se
proclamaba al servicio de la liberación nacional.
Las revistas culturales
constituyeron un género tradicional como ámbito de reflexión, debate y
producción del campo intelectual, acompañando las distintas etapas del
acontecer socio-político de nuestro país. En este aspecto, tuvieron que sortear
los diversos avatares de nuestra historia, coexistiendo con períodos de
libertad de expresión y otros de censura y franca persecución.
La Argentina se caracterizó siempre
por poseer una rica tradición en materia de re vistas y suplementos literarios Caras
y Caretas (1898-1939), Martín Fierro (1924-1929), Sur
(1931-1979), Contorno (1957-1959), etc., así como suplementos literarios
de los diarios de mayor circulación, La Nación y Clarín, los cuales
constituyeron los ámbitos privilegiados de difusión cultural.
II. La dictadura
Durante el denominado “proceso de
reorganización nacional” se puso en marcha un plan refundacional, basado en un
diseño institucional orientado hacia la desconcentración del poder público,
aplicándose un “monolitismo institucional “ que dejaba en suspenso la mediación
entre el gobierno y la sociedad; la instauración de un régimen basado en un
Estado represivo; la eliminación física y persecución de los movimiento
opositores; la supresión de los derechos políticos y sociales; el
descabezamiento de los movimiento populares, así como la desconfiguración de
los diversos productos simbólicos culturales de la sociedad, que. en su
conjunto, tuvo como resultado la erradicación de la Racionalidad Política de la sociedad, definida
ésta como un modo de la sociedad de resolver sus conflictos, a través de la
política entendida como “posibilidad”.
En este contexto, las condiciones
del “producción intelectual” en el campo cultural y artístico bajo la dictadura
eran restrictivas sino totalmente nulas. El contexto represivo se reflejó en
las universidades, en espacios culturales oficiales y en la sociedad civil en
general.
La censura fue ejercida en distintos
ámbitos, principalmente en el cine, y la existencia de listas negras de
artistas y obras culturales, actuaron como forma amendrentadora de toda
producción artístico-cultural.
Durante la dictadura, la cultura –
como espacio de resistencia-1
encontró vías alternativas de expresión tanto en el país como en el extranjero.
En el ámbito nacional, en un
contexto de censura y opresión cultural, y reflejando el “enclaustramiento” a
que se debieron someter los intelectuales, surgieron publicaciones disidentes,
tales como Punto de Vista(1978), Nova Arte (1978/80),Ulises
(1978), El Ornitorrinco (1977/87), dirigida por el escritor Abelardo
Castillo entre otros, siendo intentos de resistencia que, con el inicio de la
democracia, no consiguieron articular propuestas superadoras.
En el exterior, cabe mencionar
especialmente a la revista Controversia (1979/81), que nucleó a un grupo
de intelectuales exiliados en México provenientes de la izquierda marxista y
del peronismo revolucionario (José Aricó, N.Cassullo, O.Terán, Juan Carlos
Portantiero, entre los más significativos) quienes habían participado en su
momento, en dos emblemáticas publicaciones como Pasado y Presente
(Córdoba,1963/65) y Los Libros (1966/76), de aparición mensual y
dirigida por Héctor Schmucler. 2
Los escritores y pensadores que
integraron Controversia se plantearon la urgencia de una reconsideración
crítica de sus pensamientos y el reconocimiento del fracaso como única forma
posible de repensar una agenda cultural en tiempos de democracia. Los catorce
números aparecidos de la revista se centrarán en esa revisión crítica, en
especial, la tradicional querella entre “populistas” y “socialistas”, la
historia ideológica del peronismo desde 1955 en adelante, y la posibilidad de
su regeneración como alternativa reformista y nacional de izquierda en la vida
partidaria del país. Controversia representó, entonces, un espacio donde
se repensó el peronismo, con el afán de recuperarlo como movimiento nacional a
partir de sus banderas esenciales y “aggiornándolo” a través de sus vertientes
progresistas y democráticas.
Otras publicaciones relevantes del
período constitutivas de un discurso disidente fueron Humor (1978) cuya
crítica velada al régimen se traducía en clave de sátira y humor, y El
Porteño (1982/93) que apareció en un momento de relativa relajación de la
censura motivada por la Guerra
de Malvinas.
Como un intento continuador de la revista
Los Libros (que en su momento representó el principal medio
independiente del campo cultural de la izquierda argentina), la aparición de la
revista Punto de Vista, bajo la conducción de Beatriz Sarlo y la
colaboración de Ricardo Piglia, María Teresa Gramuglio y Hugo Vezzetti, entre
otros, representó un avance desde posiciones de resistencia hacia la
constitución de un espacio de debate, poniendo en circulación discursos de
crítica cultural y teoría literaria, sociológica e histórica que implicaban una
ruptura frente a los discursos autoritarios provenientes tanto de la política
como de la cultura
En las páginas de Punto de Vista
se procedió, en forma deliberada, a una relectura de la tradición literaria
argentina y, con ese fin, se reinterpretaron temas y autores hasta entonces
demonizados por la izquierda cultural. Es así que Punto de Vista revisó,
a través de un nuevo paradigma de lectura, la obra literaria de Sarmiento, José
Hernández, Martínez Estrada, Borges y las vanguardias.3
III. La apertura democrática.
La propuesta de renovación de
Alfonsín mereció el apoyo de amplios sectores medios que deseaban creer en el
inicio de una “primavera democrática”. El alfonsinismo aspiraba a un cambio en
los alineamientos y clivajes sociales y culturales presentes en la política
argentina desde los años 40 que se imaginaba factible en virtud de la crisis
del peronismo, y que debía conciliar en el radicalismo las demandas de
libertad y justicia social.
En el diagnóstico de la crisis, los
problemas económicos parecían por entonces menos significativos que los
políticos: lo fundamental era eliminar el autoritarismo y encontrar los medios
auténticos de representación de la voluntad ciudadana. En este sentido, el
gobierno atribuyó una gran importancia simbólica y real a la política cultural
y educativa destinada, en el largo plazo, a remover el autoritarismo que
anidaba en las instituciones, las prácticas y las conciencias. En el plano de
los estudios superiores, la urgencia de la democracia estuvo principalmente reflejada
en el respeto de la autonomía universitaria y en la reorganización y
normalización de los claustros, que se vieron beneficiados con la presencia de
numerosos académicos y profesionales vueltos recientemente del exilio.
De este modo, coincidiendo con los
deseos de la sociedad de participación y de ejercicio de la libertad de
expresión y de opinión, largamente postergada, las consignas generales fueron
la modernización cultural, la participación amplia, y sobretodo, el pluralismo
y el rechazo de todo dogmatismo.
En el marco de la propuesta democrática alfonsinista tuvo
especial significado, en particular durante los primeros años de gobierno, la
recuperación del intelectual como heraldo de posiciones socialdemócratas, no
sólo en las cuestiones de los derechos humanos y el Juicio a las Juntas
Militares, sino también en la interpretación teórica del momentum histórico.
Esta circunstancia se da en paralelo a un corrimiento ideológico desde el
marxismo revolucionario (característico de los sesenta y setenta) al socialismo
democrático o francamente liberal, perdiendo actualidad la noción pretérita del
intelectual “sartreano” comprometido con su tiempo y con la lucha social
revolucionaria.
En este contexto, la integración de las nuevas generaciones
culturales-intelectuales estuvo más orientada a la temática de los derechos
humanos, a la memoria del exterminio y del arte, que a la militancia política
con identidades precisas, no estando dispuestas a asumir las problemáticas de
las vanguardias de los años sesenta y setenta.4
El inicio de la democracia coincidió
con el auge del postestructuralismo, el advenimiento de la era posmoderna, la
crisis de los socialismos reales y de la urgencia de las reivindicaciones
identitarias; dichas problemáticas fueron asimiladas por nuestros intelectuales
(algunos recién vueltos del exilio) quienes, tras el levantamiento de las
censuras y proscripción, se abocaron a debatir estas cuestiones. Justamente,
uno de los principales efectos ocurridos en la esfera cultural a partir de la
democratización de 1983, fue la generación de un debate que discurría entre la
importancia simbólica y real que debía adquirir la política cultural y
educativa y las nuevas pautas del modelo de la industria cultural.5
Los esfuerzos iniciales a favor de
una democratización de la cultura política y la convocatoria y participación de
numerosos intelectuales, en gobierno de Alfonsín, no resultaron suficientes
para contrarrestrar formas de liderazgo populista, marcados más por el
decisionismo y la “real politik” que por reglas de juego democráticas.6 Tal fue el caso de la cuestión militar que,
con las leyes de Obediencia debida y Punto Fina, sumados a los problemas
económicos, generaron una gran frustración -”ilusión y desencanto”- en amplios
sectores de la población y en la creencia de la posibilidad regeneradora de la
democracia, o dicho de otro modo en las limitaciones de la misma.
En líneas generales, la política
cultural del gobierno radical de la transición democrática impuso una fuerte
idea de democratización, pero no tuvo en cuenta las condiciones estructurales e
ideológicas que imposibillitaron un replanteo real en cuanto a la relación
entre los diferentes sectores de la sociedad y la cultura. Pese a ello, la
política cultural desplegada en ese período fue exitosa en el sentido de
democratizar los canales de acceso a los bienes culturales en beneficio de un
mayor porcentaje de la población.
IV. Las publicaciones.
En este clima de apertura, se
verifica la expansión de publicaciones, no sólo en cantidad sino en diversidad
temática y disciplinaria acompañado por una modernización o “aggiornamiento”
respecto a los tópicos de debate.
Se plantea, entonces, la necesidad de una revisión
crítica del paradigma marxista para producir un nuevo pensamiento a tono con la
socialdemocracia europea y con las demandas de una sociedad democrática; este
nuevo paradigma posibilitaría la superación de viejos antagonismos y la
creación de nuevos espacios de reflexión.
La recolocación de Punto de Vista
produce tensiones en otros sectores de la izquierda que se niegan a realizar
los mismos desplazamientos ideológicos y que tendrán como medio de difusión a
una serie de publicaciones, de corta existencia, dirigidas a un espectro de
lectores generacionalmente más joven, tales como Pie de página
(1983-85), Mascaró (1984/86) y Praxis (1983/86), entre otros. La
línea de dichas publicaciones acusará su origen desde las revistas de
disidencia a la dictadura militar y se mantendrá, durante el período
democrático, bajo las consignas de la izquierda marxista.
Otras publicaciones importantes del
período fueron La Ciudad Futura (1986- 2003), fundada por José Aricó y dirigida por Juan
Carlos Portantiero y Jorge Tula, revista cultural, de existencia relativamente
prolongada, cuyo enfoque se centraba en el tratamiento de diversas
problemáticas a través del análisis de destacados pensadores. Por su parte la
revista Unidos (1983/1991) 7
continuidad de Vísperas, desde el campo nacional-popular tendrá una
perspectiva político-cultural, que como Ciudad Futura integrarán
importantes intelectuales y universitarios de retorno del exilio a partir de
1983.
Asimismo, las nuevas condiciones en
el campo de la cultura, en especial en el periodismo, posibilita la aparición
de las siguientes publicaciones: Caras y Caretas, El Periodista; Debates en
la sociedad y la cultura (1984/1985) dedicada alas ciencias sociales y
dirigida por Jorge Balán; Espacios de crítica y producción (Filosofía y
Letras, UBA), Mutantia y Zona de lucidez implacabe, referida a temas ecológicos
y dirigida por Miguel Grimberg; la segunda y tercera época de Crisis
;Clásica (música); : Conjetural (1983) dirigida por Jorge Jinkis y
Zona erógena, dirigida y editada por Fernando Urribarri, ambas sobre temas
psicoanalíticos y sobre temas propiamente literarios Diario de Poesía
(1986) y Puro Cuento (1986) dirigida por Daniel Samoilovich y Mempo
Giardinelli, respectivamente.
Hacia finales de los ochenta aparece
la revista Babel (1988-91) que, pese a su corta existencia, constituyó
una bisagra hacia los noventa. La revista, que reunió a una nueva generación de
escritores e intelectuales 8,
reflejó la transmutación producida en el campo del pensamiento cuyo inicio tuvo
lugar con el fracaso del proyecto cultural alfonsinista hasta llegar a la
“falta de ideas” del período neoliberal menemista.
Babel posibilitó, asimismo, una
reforma de la tradición literaria intelectual, situándose en una zona de cruce
entre la línea del pensamiento sobre la crisis de la modernidad con una crítica
de la izquierda intelectual. La revista editó 20 números, bajo la dirección de
Martín Caparrós y Jorge Dorio y contó con la colaboración de intelectuales y
escritores de diversas franjas generacionales e ideológicas, Daniel Guebel,
Alan Pauls, Horacio González, César Aira, Nicolás Cassullo, Horacio Tarcus,
Beatriz Sarlo, Héctor Schmucler, José Aricó, Ricardo Sidicaro, entre otros.
IV. 1. Revistas especializadas en
teatro.
En el campo de las revistas
especializadas en teatro, podemos mencionar, desde una variable cronológica las
siguientes publicaciones:
En octubre de 1980 aparece el primer
número de la revista del Teatro Municipal General San Martín. Buenos Aires,
cuyo editor responsable era Kive Staiff y con dirección de Jorge Araóz Badii,
y asesoría literaria de Luis Gregorich. A partir de 1983, Gerardo Fernández
dirige la publicación. La calidad, trayectoria y refinamiento en su edición,
define a esta publicación como fundamental para recorrer el teatro argentino
en su historia como así también en los dedicados trabajos realizados a partir
de las obras de temporada que ofreciera el Teatro. Por sus páginas pasaron
colaboradores tales como Gerardo Fernández, Antonio Rodríguez de Anca, Jorge
Laffourgue, Luis Ordaz, Griselda Gambaro, Francisco Javier, Ernesto Schoó, Raúl
Castagnino.
La revista Teatro Abierto, de
salida trimestral, hace su aparición en Buenos Aires, en octubre de1982. Con
la dirección general de Ricardo Monti y la dirección técnica de Carlos Pais,
contó con la asesoría de actores y autores de la talla de Alfredo Alcón, Heddy
Crilla, Griselda Gambado, Jaime Kogan, Carlos Gorostiza, entre otras destacadas
presencias, y con un equipo de redactores de renombre tales como Maximo Soto,
Mauricio Kartun, Roberto Perinelli, entre otros.
La publicación fue proyectada en el
marco de un hito fundamental de la historia del teatro argentino como fue
Teatro Abierto – bastión de resistencia cultural y de expresión popular – en
contra de la dictadura.
En el primer y finalmente único
ejemplar aparecido de la revista, la dirección destacaba como objetivos
fundamentales el detalle trimestral de las actividades teatrales en nuestro
país, el relevamiento histórico del teatro argentino, a través de la
programación de investigaciones históricas, la asistencia a la formación
teórica, mediante la colaboración de investigadores y críticos literarios, la
creación de un espacio a los artistas el intercambio de opiniones o planteo de
cuestiones en debate.9 Se
manifestaba abierta a todas las corrientes teatrales argentinas y foro de las
más variadas experiencias estéticas, con el convencimiento de constituir un
valiosos aporte en la apertura democrática y la recomposición de la esfera
pública en el país.
En este histórico número, se
reseñaban trabajos de la talla de Mauricio Kartún, Máximo Soto, Nora Mazziotti
y el texto completo de “Ya nadie recuerda a Frederic Chopin” de Roberto Cossa.
Revista de Estudios de
Teatro.
Instituto Nacional de Estudios de Teatro. (Buenos Aires, segunda época,
1984-1986) Director del Instituto: Osvaldo Calatayud.
Esta publicación, sin lugar a dudas,
representó un claro ejemplo de reconfiguración de la institucionalidad
democrática que, en términos culturales, se operó en lo específicamente teatral
.La recomposición del Estado democrático, a través de uno de sus organismos, la Secretaría de Cultura de la Nación, llevó adelante la
publicación de una revista dedicada al campo teatral argentino desde una
perspectiva histórica y contemporánea.
La revista contó entre sus
principales colaboradores a Osvaldo Pelletieri, Jorge Dubatti, Raúl Castagnino,
Teodoro Klein y Beatriz Seibel, entre otros. Entre sus números principales se
destaca el dedicado al Centenario del estreno de Juan Moreira (Nº 13, 1986) que
incorporaba la versión de la obra de 1891 como así también el del Efemérides
del Teatro Nacional (N·14,1986) que consistió en una rigurosa compilación
histórico-teatral argentina, con abundancia de bibliografía y fines claramente
didácticos como rezaba su introducción. Siguiendo en la misma línea de
divulgación y propósitos didácticos, el Instituto publicó, los Cuadernos de
Divulgación, con recopilaciones de materiales obtenidos en ocasiones de
Seminarios.
Espacio de Crítica e
Investigación Teatral (1986/1993), publicación fundada por FUNDART (Fundación
para el Desarrollo de la Creación Artística) y dirigida por Osvaldo Quiroga y Eduardo Rovner. Obtuvo el premio
Ollantay, otorgado por el CELCIT (Venezuela, 1989) y el premio Leónidas
Barletta (1990).
Por sus logrados números, pasaron
destacables colaboradores nacionales tales como: Luis Ordaz, Ricardo Monti,
Carlos Pacheco, Susana Anaine, Pedro Espinosa, Perla Zayas de Lima, Osvaldo
Pelletieri, Francisco Javier, Roberto Cossa, Julia Elena Sagaseta, Beatriz
Trastoy, Juan Carlos Gené, Manuel Iedvabni, así como relevantes figuras del
quehacer teatral internacional: Tadeusz Cantor (Polonia), Fernando de Toro y
Carlos Genovese (Chile), Edilio Peña (Venezuela), Giorgio Strehler y Eugenio
Brba (Italia), entre otros.
En su primer número de setiembre de
1986, la dirección de la revista bajo el rótulo de “Algunos Objetivos”, delineó
sus propósitos básicos: “Pretendemos ser un espacio a las opiniones de
críticos, investigadores, dramaturgos, directores, escenógrafos, intérpretes y
otros relacionados con el quehacer teatral. También intentamos ser un lugar
destinado a la confrontación de ideas y tendencias, al intercambio de
propuestas, al debate, a la polémica y la reflexión.(…) La permanente
autocrítica y el adherir a una Estética que exprese las complejas y no siempre
racionales relaciones de nuestro mundo cotidiano, son también objetivos
nuestros”.10
Esta revista, de salida semestral,
recorría con rigor y calidad conceptual y poética, trabajos históricos de
teatro, trabajos críticos y filosóficos del arte así como Congresos y
Festivales de carácter nacional e internacional. Encuadrada en el contexto de
la época, tenía una mirada latinoamericana y federalista del teatro vernáculo
en el marco de un permanente intercambio y diálogo con el mundo teatral
europeo.
A partir del Nº 3 aparece la
sección Breves de Teatro que ofrecía una agenda de los espectáculos teatrales
nacionales e internacionales del país así como una sección dedicada al teatro
en las provincias, en el Nº 5, la carta de Lectores posibilitó el intercambio
de opiniones con su público lector.
En todos los números de la revista,
se publicitaba la enseñanza teatral, a través de la difusión de una gran
cantidad de escuelas y talleres destinados a la formación de actores.
Es de destacar el ejemplar
aparecido durante el año 4 de la publicación,
Números 6 y 7 de Abril de 1990, que estuvo dedicado
principalmente a “la palabra teatralidad” y que contó con la participación de
otras revistas nacionales e internacionales: Teatro de Argentina, Actuemos
de Colombia, Conjunto Tablas de Cuba, Apuntes de Chile, Latin
American Theatre Review Gestos de Estados Unidos y El Público primer
acto de España.
En 1987, reaparece en su tercera
época, la revista Argentores, publicación oficial de la Sociedad General de Autores de la Argentina, bajo la dirección de
Roberto Talice.
En la misma aparecen consignadas las
autoridades, su Junta directiva y sus Consejos Profesionales de Teatro, de
Radio, de Cine y de Televisión. En las palabras liminares de su primer número
expresaba, como reflejo de la situación de crisis institucional que vivía el
país, lo siguiente: “ARGENTORES reinicia la edición de su revista en un momento
conflictuado y conflictivo, bien distinto por cierto de la paz octaviana que
encontrara en sus anteriores etapas” haciendo , asimismo, un llamado de
colaboración “ de todos aquellos que sientan amor por esa eterna pasión de la
humanidad que es el Teatro, en todos sus avatares antiguos y modernos”.11
El primer número de reaparición
consistió en un verdadero homenaje al teatro con la imagen en su portada de las
máscaras clásicas de la tragedia y la comedia, la publicación del original de
la primera edición en París de Ubu Rey de Alfred Jarry y dibujos sobre el
teatro oriental y sus máscaras.
En 1987, la revista también se hizo
eco de las discusiones y debates acerca de la Ley del Teatro, en tratamiento por esos
días en el Congreso Nacional.
Teatro, publicación semestral
editada por el Centro Latinoamérica de Creación e Investigación Teatral –
CELCIT- aparecida en setiembre de 1990. Su director, Carlos Ianni, contará con
la colaboración de un prestigioso Consejo de Redacción ( Juan Carlos Gené,
Francisco Javier, José Monleón, entre otros), y con un Consejo Asesor integrado
por Eugenio Barba, Osvaldo Dragún, Patrice Pavis, Eduardo Rovner y autores. La
revista continúa publicándose y puede ser “bajada” por Internet.
A modo de conclusión, se puede
afirmar que en el marco de la apertura democrática operada en nuestro país,
la circulación de revistas aportó en calidad y diversidad a la reconfiguración
de lo público, recomponiendo los canales clásicos de divulgación para la
reflexión, la crítica y el debate.
Es de destacar que, en la
actualidad, asistimos a una flexibilización del espacio público y de acceso a
los bienes culturales producida por las nuevas redes tecnológicas las que
universalizan la difusión del mensaje y operan como macroesferas de
comunicación.
En definitiva, la afirmación de la
esfera pública nacional y su reordenamiento a escala multinacional12 ha generado como consecuencia inmediata
una cierta democratización de los canales de acceso a los bienes simbólicos
culturales en beneficio de un mayor porcentaje de la población. Por eso mismo,
es dable pensar que frente a la realidad de la globalización y la existencia
ineludible de los mass-media, se impone la continuidad de políticas
culturales de divulgación, con el prurito puesto en lo universal y a la vez
jerarquizando los contenidos. En este aspecto, las revistas culturales siguen
siendo más indispensables que nunca.
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(1987-1988)
Cuadernos de Divulgación. I.N.E.T, Buenos Aires,
(1987-1988)
Espacio de crítica e investigación
teatral.
Buenos Aires. Ed. Espacio, (1986-1990)
Revista de Estudios de Teatro. I.N.E.T, Buenos Aires,
(1986-1987)
Teatro Abierto. Buenos Aires. (1982)
Teatro. CELCIT., Buenos Aires, (1990)
Teatro. Teatro Municipal Gral. San Martín.
Buenos Aires, (1980-1985)