La pesca
Liliana B. López (IUNA)
Presentada como
fracción de una “trilogía deportiva”, La pesca de Ricardo Bartís deja
más de un lugar para licuar cualquier posible estratificación de sentido. Y en
esta operación reside el espacio del placer reservado al espectador: hasta en
el menor de los detalles, promueve varios niveles de lectura.
La oscuridad inicial
sumerge a los espectadores en una cueva urbana desopilante, una catacumba
inverosímil en medio de un barrio porteño, en la que se practica la pesca “bajo
techo”: en ese pequeño paraíso artificial, en el que hasta la luz es
manipulable, tres hombres reviven el ritual de regresar a la
“Gesta heroica”.
Para unos, puede ser un
retorno a la infancia; para otros, a una edad de oro definitivamente liquidada.
El retorno a los restos de una sociedad secreta, como la de las ficciones
arltianas, pobladas de mitologías y bestiarios urbanos, constituye un
territorio al que Bartís regresa, de manera siempre diferente.
Bajo esas napas de
sentido, las fechas de las “crecidas” nos reenvían a un imaginario propio de la
serie política en Argentina: ´76, ´83, años de sumergirse o de aflorar desde
las penumbras hacia la visibilidad.
Para atravesar e
instalarse, aunque sea fugazmente, en cada uno de estos estratos, se requiere
de una gran ductilidad actoral y de una codificación que Luis Machín, Carlos
Defeo y Sergio Boris poseen sin lugar a dudas, siendo la actuación el pilar que
sostiene el peso y el volumen de la puesta en escena.
La pesca es una
actividad de varones, pero las mujeres serán uno de los temas recurrentes de
conversación, especialmente desde el fracaso amoroso que no esconde un matiz de
misoginia y hasta un fugaz devenir homosexual.
Pero una mayor densidad
adquieren los mitos de la política: el peronismo y sus símbolos, la marcha, la
gestualidad y la oratoria del líder carismático “revivido” por René (Luis
Machín), que resultan tan extemporáneos y anacrónicos en ese contexto, como
entonar el himno nacional. Tanto como la “coreografía” para tirar el anzuelo, o
la demostración para ensayar la conquista amorosa mediante el baile, los ritos
se vuelven gestos vacíos de sentido: hay carnada, pero no hay pez que pescar en
ese refugio donde sólo queda la espera beckettiana de aquello maravilloso que
altere la rutina, que justifique los fracasos o alargue la vida ante la
inminencia de la muerte.
Pero quizás algo
descomunal suceda, algo difícil de calificar, una suerte de Leviatán porteño.
Un ritual puede convocar tanto a las deidades benéficas como a las infernales,
que permanecen sumergidas en el inconsciente colectivo.
Ficha técnica: Actores: Sergio Boris,
Carlos Defeo, Luis Machín. Prensa: Simkin & Franco. Secretaria: Emilia
Schijman. Fotografía: Andrés Barragán. Asistencia técnica: Andrés Irusta.
Vestuario: Magdalena Banach. Realización escenográfica: Norberto Laino, Ricardo
Félix. Producción ejecutiva: Lorena Regueiro, Domingo Romano. Asistencia de
dirección: Jazmín Antar. Espacio y dirección: Ricardo Bartís. Espacio: Sportivo
Teatral.