(UNA/UBA)
Dramaturgia y dirección: Alberto Ajaka.
Elenco: Alberto Suárez, Karina Frau, Leonel Elizondo, Rodrigo González Garillo, Sol Fernández López, Andrés Rossi, Gabriel Lima, Georgina Hirsch, Julia Martínez Rubio, Luciana Mastromauro, Luciano Kaczer y María Villar.
Música y diseño de sonido: José Ajaka y Alberto Ajaka.
Iluminación: Adrián Grimozzi.
Vestuario: Betiana Temkin.
Escenografía: Rodrigo González Garillo.
Teatro: Sarmiento.
El Hambre de los Artistas -espectáculo inusual para la escena independiente en la que se gestó pero que logró materializarse en el circuito del teatro oficial- viene a reeditar una problemática que puede rastrearse en la historia del arte desde lo que se dio en llamar La querella de Antiguos y Modernos, allá por el SXVII. Sus ecos siguen hoy vigentes y Alberto Ajaka, dramaturgo y director, recoge el guante instalando en el espectáculo dos zonas claramente diferenciadas: la de los Antiguos y la de los Nuevos, como si ambos territorios fueran otra variante de apropiación de la dialéctica entre canon y ruptura o entre tradición y cambio.
Corporizados los primeros en una troupe de artistas itinerantes de circo y variedades, resignificados por el retrato de Franz Kafka que luce en la puerta del carromato como símbolo polivalente; estos artistas del hambre, de la mano de interpretaciones afinadísimas, entre las que se cuenta la del soberbio Alberto Suárez, hacen serie con el título inversamente homónimo del relato kafkiano para venir a confirmar la ecuación que tradicionalmente emparentó arte con hambre.
En otra zona, futurista y glacial, impactante creación escenográfica de Rodrigo González Garillo, se encuentran los Nuevos. Enfrascados en sus trajes de acetato y su estética galáctica, representantes de una post-vanguardia de ciencia ficción, estos seres no encuentran ya sentido en el arte moderno u objetual, razón por la cual sus esfuerzos tenderán a perseguir aquello que –paradójicamente- recibirá el críptico nombre de “la cosa”. Eso innombrable va a adoptar la forma de las manifestaciones más representativas del arte contemporáneo: podrá resultar una instalación, una intervención, una acción artística, da lo mismo. Todos estos fenómenos performáticos se verán satirizados por la puesta.
El encuentro entre las dos temporalidades y posicionamientos respecto del arte –y sobre todo respecto del teatro- se producirá gracias a una travesía escatológica encarada por los trashumantes que admitirá ser leída en la línea shakespeariana del “algo huele mal en Dinamarca”. La relación no es antojadiza en la medida en que el texto de Shakespeare se revela neurálgico en el canon de la dramaturgia de Occidente, y en la obra de Ajaka los tópicos concernientes a la consagración, la legitimación, la hegemonía (pero también la marginalidad y el olvido) aparecen problematizados constituyendo un eje central que recorre el espectáculo.
El Hambre de los Artistas tematiza el arte. Se diría que la obra es una respuesta estética a la pregunta por el arte en general y el teatro en particular. En este sentido, la función metateatral es preponderante. No sólo se cita a Hamlet sino que se parodian aquellos discursos teóricos sobre él (René Girard y el deseo mimético, por ejemplo). Ajaka reflexiona acerca del propio quehacer desde la escena y ofrece su mirada personal al tiempo que rinde homenaje a los batalladores de las tablas que siguen permaneciendo contra viento y marea. Por encima de la grieta entre lo nuevo y lo viejo, entre la tradición y el cambio, el canon y el margen lo que se busca y lo que queda finalmente es el suceso, como se encargan de decir los personajes a punto de terminar la función. En palabras de Badiou, teatro de acontecimiento, de verdad, de ideas.